miércoles, abril 14, 2010

"Carta a Adolfo Casais Monteiro", de Fernando Pessoa

Lisboa, 13 de Enero de 1935




Mi apreciado Camarada:

Agradezco mucho su carta, la que voy a responder inmediata e integralmente. Andes de, propiamente, comenzar, quiero pedirle disculpas de escribirle en este papel de copia. Se me acabó el decente, es Domingo, y no puedo conseguir otro. Pero más vale, creo, el mal papel que la prórroga.

En primer lugar, quiero decirle que yo nunca vería «otras razones» en cualquier cosa que escribiera, discordando, a mi respecto. Soy uno de los pocos poetas portugueses que no decretaron su propia infalibilidad, ni toman ninguna crítica que se les haga, como un acto de lesa-divinidad. Más allá de eso, cualesquiera que sean mis defectos mentales, es nula en mí la tendencia para la manía de la persecución. Aparte de eso, conozco ya suficientemente su independencia mental, que, se me es permitido decirlo, mucho lo apruebo y alabo. Nunca me propuse ser Maestro o Maestro en Jefe, porque no sé enseñar, ni sé si tendría qué enseñar; Jefe, porque ni sé romper huevos. No se preocupe, pues, en cualquier ocasión, con lo que tenga que decir a mi respecto. No busco excavar en los andares nobles.

Concuerdo absolutamente consigo en que no fue feliz la estrella, que de mi mismo hice con un libro de la naturaleza del «Mensagem», Soy, de facto, un nacionalista místico, un sebastianista racional. Pero soy, aparte de eso, y hasta en contradicción con eso, muchas otras cosas. Y esas cosas por la misma naturaleza del libro, el «Mensagem» no las incluí.

Comencé por ese libro mis publicaciones por la simple razón de que fue el primer libro que conseguí, no sé porqué, tener organizado y listo. Como estaba pronto, incitáronme a que lo publicara: accedí. Ni lo hice, debo decir, con los ojos puestos en el posible premio del Secretariado, enhorabuena en eso no hubiera pecado intelectual mayor. Mi libro estaba listo en Septiembre, y yo juzgaba, hasta, que no podría concurrir al premio, pues ignoraba que el plazo para la entrega de los libros, que primitivamente fuera hasta fin de Julio, fuese alargado hasta el fin de Octubre. Como, pese a todo, a fin de Octubre ya había ejemplares listos del «Mensagem», hice entrega de los que el Secretariado exigía. El libro estaba exactamente en las condiciones (nacionalismo) de concurrir. Concurrí.

Cuando a veces pensaba en la orden de una futura publicación de obras mías, nunca un libro del género de «Mensagem» figuraba en número uno. Titubeaba entre si debía comenzar por un libro de versos grande -un libro de unas 350 páginas-, englobando las varias sub-personalidades de Fernando Pessoa él mismo, o si debería abrir con una novela policial, que todavía no conseguí completar.

Concuerdo consigo, dije, en que no fue feliz la estrella, que de mi mismo hice, con la publicación de «Mensagem». Pero concuerdo con los actos que fue la mejor estrella que hubiera podido hacer. Precisamente porque esa faceta - en cierto modo secundaria - de mi personalidad no había sido nunca suficientemente manifestada en mis colaboraciones en revistas (excepto en el caso del Mar Português, parte de este mismo libro) - precisamente por eso convine que ella apareciese, y que apareciera ahora. Coincidió, sin que yo lo planease o premeditase (soy incapaz de premeditación práctica), con uno de los momentos críticos (en el sentido original de la palabra) de la remodelación del subconsciente nacional. El que hice por si acaso y se completó por conversación, fuera exactamente tallado, con Escuadra y Compás, por el Gran Arquitecto.

(Interrumpo. No estoy ni dolido ni borracho. Estoy, pese a todo, escribiendo directamente, tan deprisa cuanto la máquina me lo permite, y voy sirviéndome de las expresiones que me ocurren, sin mirar que la literatura esté en ellas. Suponga -y hará bien en suponer, porque es verdad- que estoy simplemente hablando consigo.)

Respondo ahora directamente a sus tres preguntas: (1) plano futuro de la publicación de mis obras, (2) génesis de mis pseudónimos, y (3) ocultismo.

Hecha, en las condiciones que le indiqué, la publicación del «Mensagem», que es una manifestación unilateral, intento continuar de la siguiente manera. Estoy ahora completando una versión enteramente remodelada de El Barquero Anarquista; esa debe estar lista en breve y cuento, desde que estuviera lista, publicarla inmediatamente. Si así hiciera, traduciría inmediatamente ese escrito para el inglés, y voy a ver si lo puedo publicar en Inglaterra. Tal cual debe quedar, tiene posibilidades europeas. (No tome esta frase en el sentido de Premio Nóbel inherente.) Después -y ahora respondo propiamente a su pregunta, que se reporta a poesía- intento, durante el verano, reunir el tal grande volumen de los poemas pequeños de Fernando Pessoa él mismo, y ver si lo consigo publicar en fin del año en que estamos. Será ese el volumen que Casais Monteiro espera, y es ese que yo mismo deseo que se haga. Ese, entonces, será todas las facetas, excepto la nacionalista, que «Mensagem» ya manifestó.

Me referí, como vio, a Fernando Pessoa solamente. No pienso nada de Caeiro, de Ricardo Reis o de Álvaro de Campos. Nada de eso podré hacer, en el sentido de publicar, excepto cuando (ver más encima) me fuera dado el Premio Nóbel. Y con todo -lo pienso con tristeza- puse en Caeiro todo mi poder de despersonalización dramática, puse en Ricardo Reis toda mi disciplina mental, vestida de la música que le es propia, puse en Álvaro de Campos toda la emoción que no doy mi a mí ni a la vida. Pensar, mi querido Casais Monteiro, que todos estos tienen que ser, en la práctica de la publicación, preteridos por Fernando Pessoa, ¡impuro y simple!

Creo que respondí a su primera pregunta.

Si fui omiso, diga en qué. Si puedo responder, responderé. Más planes no tengo, por ahora. Y, sabiendo lo que son y en que dan a mis planes, es caso para decir, ¡Gracias a Dios!

Paso ahora a responde a su pregunta sobre el génesis de mis pseudónimos. Voy a ver si consigo responderle completamente.

Comienzo por la parte psiquiátrica. El origen de mis pseudónimos es el hondo trazo de histeria que existe en mí. No sé si soy simplemente histérico, si soy, más propiamente, un histeroneurastémico. Tiendo para esa segunda hipótesis, porque hay en mí fenómenos de apatía que la histeria, propiamente dicha, no encuadra en el registro de sus síntomas. Sea como fuere, el origen natural de mis pseudónimos está en mi tendencia orgánica y constante para la despersonalización y para la simulación. Estos fenómenos -felizmente para mí y para los otros- mentalizáronse en mí; quiero decir, no se manifiestan en mi vida práctica, exterior y de contacto con otros; hacen explosión para dentro y los vivo yo a solas conmigo. Si yo fuera mujer -en la mujer los fenómenos histéricos rompen en ataques y cosas parecidas- cada poema de Álvaro de Campos (el más histéricamente histérico de mí) sería una alarma para la vecindad. Pero soy hombre - y en los hombres la histeria asume principalmente aspectos mentales; así todo, acaba en silencio y poesía...

Esto explica, tant(sic) bien que mal, el origen orgánico de mis pseudónimos. Voy ahora a hacerle la historia directa de mis pseudónimos. Comienzo por aquellos que murieran, y de algunos de los cuales ya no me acuerdo -los que yacen perdidos en el pasado remoto de mi infancia casi olvidada.

Desde niño tuve la tendencia de crear en torno a mí un mundo ficticio, de cercarme de amigos y conocidos que nunca existieron. (no sé, bien entendido, si realmente no existieron, o si soy yo que no existo. En estas cosas, como en todas, no debemos ser dogmáticos.) Desde que me conozco como siendo aquello a lo que llamo yo, me acuerdo de precisar mentalmente, en figura, movimientos, carácter e historia, varias figuras irreales que eran para mí tan visibles y mías como las cosas de aquello a lo que llamamos, por ventura abusivamente, la vida real. Esta tendencia, que me viene desde que me acuerdo de ser un yo, me ha acompañado siempre, mudando un poco el tipo de música en que me encanta, pero no alterando nunca su manera de encantar.

Recuerdo, así, lo que me parece haber sido mi primer pseudónimo, o, antes, mi primer conocido inexistente -un cierto Chevalier de Pas de mis seis años, por quien escribía cartas a mí mismo, y cuya figura, no enteramente vaga, todavía conquista aquella parte del afecto que confina con la añoranza. Me acuerdo, con menos nitidez, de otra figura, cuyo nombre ya no me acuerdo más que era extranjero también, que era, no sé en qué, un rival de Chevalier de Pas... ¿Cosas que les suceden a todos los niños? Sin duda -tal vez. Pero a tal punto las viví que las vivo todavía, pues las recuerdo de tal modo que es menester un esfuerzo para hacerme saber que no fueron realidades.

Esta tendencia para crear en torno de mí otro mundo, igual a éste más con otra gente, nunca me salió de la imaginación. Tuve varias fases, entre las cuales está, sucedida ya en mayoría. Se me ocurría un dicho de espíritu, absolutamente ajeno, por un motivo u otro, a quien soy, o lo que supongo que soy. Lo decía inmediatamente, espontáneamente, como siendo de cierto amigo mío, cuyo nombre inventaba, cuya historia agrandaba, y cuya figura - cara, estatura, traje y gesto - inmediatamente veía delante de mí. Y así conseguí, y propagué, varios amigos y conocidos que nunca existieron, pero que todavía hoy, a cerca de treinta años de distancia, oigo, siento, veo, Repito: oigo, siento, veo... y tengo añoranzas de ellos.

(En mí comenzando a hablar -y escribir a máquina es para mí hablar-, me cuesta encontrar el freno. ¡Basta de conversación incómoda para sí, Casais Monteiro! Voy a entrar en la génesis de mis pseudónimos literarios, que es, al final, lo que Ud. quiere saber. En todo caso, lo que va dicho encima le da a la historia la madre que los dio a luz.)

Ahí por 1912, salvo error (que nunca puede ser grande), me vino a la idea escribir unos poemas de índole pagana. Esbocé unas cosas en verso irregular (no en el estilo Álvaro de Campos, mas en un estilo de media regularidad), y abandoné el caso. Se me esbozara, con todo, en una penumbra mal urdida, un vago retrato de persona que estaba por hacer aquello. (Había nacido, sin que yo supiera, Ricardo Reis.)

Año y medio, o dos años después, me acordé un día de hacer una partida al Sá-Carneiro -de inventar un poeta bucólico, de especie complicada, y presentarlo, ya no recuerdo como, en cualquier especie de realidad. Llevé unos días para elaborar al poeta mas nada conseguí. Un día en que finalmente desistiría -fue el 8 de Marzo de 1914- me acerqué desde una cómoda alta, y tomando un papel, comencé a escribir, de pie, como escribo siempre que puedo. Y escribí treinta y tantos poemas al hilo, en una especie de éxtasis cuya naturaleza no conseguiré definir. Fue el día triunfal de mi vida, y nunca podré tener otro así. Abrí con un título, O Guardador de Rebanhos. Y lo que le siguió fue la aparición de alguien en mí, a quien di desde luego el nombre de Alberto Caeiro. Discúlpeme el absurdo de la frase: apareció en mí mi maestro. Fue esa la sensación inmediata que tuve. Y tanto así que, escritos que fueran esos treinta y tantos poemas, inmediatamente agarré otro papel y escribí, al hilo, también, los seis poemas que constituyen la Chuva Oblíqua, de Fernando Pessoa. Inmediatamente y totalmente... Fue el regreso de Fernando Pessoa-Alberto Caeiro a Fernando Pessoa él solo. O, mejor, fue la reacción de Fernando Pessoa contra a su existencia como Alberto Caeiro.

Aparecido Alberto Caeiro, traté luego de descubrirle -instintiva y subconscientemente- unos discípulos. Arranqué de su falso paganismo al Ricardo Reis latente, le descubrí el nombre, y lo ajusté a sí mismo, porque a esa altura ya lo veía. Y, de repente, y en derivación opuesta a la de Ricardo Reis, me surgió impetuosamente un nuevo individuo. En un acto, y la máquina de escribir, sin interrupción ni enmienda, surgió la Oda Triunfal de Álvaro de Campos -la Oda con ese nombre y el hombre con el nombre que tiene.

Creé, entonces, una coterie inexistente. Fijé todo aquello en moldes de realidad. Gradué las influencias, conocí a las amistades, oí, dentro de mí, las discusiones y las divergencias de criterios, y en todo esto me parece que fui yo, creador de todo, el que menos estuvo ahí. Parece que todo se pasó independientemente de mí. Y parece que así todavía se pasa. Si algún día pudiera publicar la discusión estética entre Ricardo Reis y Álvaro de Campos, verá como ellos son diferentes, y como yo no soy nada en la materia.

Cuando fue la publicación de Orpheu, fue preciso, a la última hora, conseguir cualquier cosa para completar el número de páginas. Sugerí entonces al Sá-Carneiro que yo hiciera un poema «antiguo» de Álvaro de Campos - un poema de como Álvaro de Campos sería antes de haber conocido a Caeiro y haber caido bajo su influencia. Y así hice al Opiário, en que intenté dar todas las tendencias latentes de Álvaro de Campos, conforme habían de ser después reveladas, pero sin haber todavía cualquier trazo de contacto con su maestro Caeiro. Fue de los poemas que tengo escritos, el que me dio más que hacer, por el duplo poder de despersonalización que tuve que desenvolver. Pero, en fin, creo que no salió mal, y que muestra a Álvaro en ciernes...

Creo que le expliqué el origen de mis pseudónimos. Si hay con todo cualquier punto en el que precisa de un esclarecimiento más lúcido -estoy escribiendo deprisa, y cuando escribo deprisa no soy muy lúcido-, diga que de buen grado se lo daré. Y, es verdad, un complemento verdadero e histérico: al escribir ciertos pasajes de las Notas para recordação do meu Mestre Caeiro, de Álvaro de Campos, he llorado lágrimas verdaderas. Es para que sepa con quién está lidiando, ¡mi querido Casais Monteiro!

Algunas notas más en esta materia... Yo veo delante de mí, en el espacio incoloro pero real del sueño, las caras, los gestos de Caeiro, Ricardo Reis y Álvaro de Campos. Les construí las edades y las vidas. Ricardo Reis nació en 1887 (no me acuerdo el día y mes, pero los tengo en algún lugar), en Porto, es médico y está en el presente en Brasil. Alberto Caeiro nació en 1889 y murió en 1915; nació en Lisboa, pero vivió casi toda su vida en el campo. No tuvo profesión ni casi educación alguna. Álvaro de Campos nació en Tavira, en el día 15 de Octubre de 1890 (a la 1:30 de la tarde, me dice Ferreira Gomes; y es verdad, pues, hecho el horóscopo para esa hora, está bien). Éste, como se sabe, es ingeniero naval (por Glasgow), pero ahora está aquí en Lisboa en inactividad. Caeiro es de estatura media, y, enhorabuena realmente frágil (murió tuberculoso), no parecía tan frágil como era. Ricardo Reis es un poco, pero muy poco, más bajo, más fuerte, más seco. Álvaro de Campos es alto (1,75 m de altura, 2cm más que yo), flaco y un poco tendiente a encorvarse. Cara afeitada todos - Caeiro es rubio sin color, ojos azules; Reis de un vago moreno mate; Campos entre blanco y moreno, tipo vagamente de judío portugués, cabello, por lo tanto, liso y normalmente apartado al lado, monóculo. Caeiro, como dije, no tuvo más educación que casi ninguna - sólo instrucción primaria; se le murieron temprano el padre y la madre, y se dejó estar en casa, viviendo de unos pequeños intereses. Vivía con una tía vieja, tía abuela. Ricardo Reis, educado en un colegio de jesuitas, es, como dije, médico; vive en el Brasil desde 1919, pues se exilió espontáneamente por ser monárquico. Es, un latinista por educación ajena, y un semi-helenista por educación propia. Álvaro de Campos tuvo una educación vulgar de liceo; después fue mandado para Escocia a estudiar ingeniería, primero mecánica y después naval. En unas vacaciones hizo el viaje a Oriente de donde resultó el Opiário. Le enseñó latín un tío beirão (N.d.T: habitante de las Beiras lisboetas) que era padre.

¿Cómo escribo en nombre de esos tres?... Caeiro, por pura e inesperada inspiración, sin saber o siquiera calcular que iría a escribir. Ricardo Reis, después de una deliberación abstracta, que súbitamente se concretiza en una oda. Campos, cuando siento un súbito impulso para escribir y no sé qué. (Mi semi-pseudónimo Bernardo Soares, que además en muchas cosas se parece con Álvaro de Campos, aparece siempre que estoy cansado o somnoliento, de suerte que tenga un poco suspensas las cualidades del raciocinio y de inhibición; aquella prosa es un constante divague. Es un semi-pseudónimo porque, no siendo la personalidad la mía, es, no diferente de la mía, pero una simple mutilación de ella. Soy yo menos el raciocinio y la afectividad. La prosa, salvo lo que el raciocinio da de tenue a la mía, es igual a ésta, y el portugués perfectamente igual; al paso que Caeiro escriba mal el portugués, Campos razonablemente pero con lapsos como decir «yo propio» en vez de «yo mismo», etc., Reis mejor de lo que yo, pero con un purismo que considero exagerado. Lo difícil para mí es escribir la prosa de Reis -todavía inédita- o la de Campos. La simulación es más fácil, hasta porque es más espontánea, en verso.)

A esta altura estará Casais Monteiro pensando qué mala suerte lo hizo caer, por lectura, en medio de un manicomio. En todo el caso, lo peor de todo esto es la incoherencia con la que he escrito. Repito, pese a todo: Escribo como si estuviera hablando consigo, para que pueda escribir inmediatamente. No siendo así, pasarían meses sin conseguir yo escribir. (*)

Falta responder a su pregunta en cuanto al ocultismo. Me pregunta si creo en el ocultismo. Hecha así, la pregunta no es bien clara; comprendo pese a eso la intención y a ella respondo. Creo en la existencia de mundos superiores al nuestro y de habitantes de esos mundos, en experiencias de diversos grados de espiritualidad, subutilizándose hasta llegarse a un Ente Supremo, que presumiblemente creó este mundo. Puede ser que hayan otros Entes igualmente Supremos, que hayan creado otros universos, y que esos universos coexistan con el nuestro, interpenetrados o no. Por estas razones, y todavía otras, la Orden Externa do Ocultismo, o sea, la Maçonaria (N.d.T: Masonería), evita (excepto la Maçonaria anglosajona) la expresión «Deus», dadas sus implicaciones teológicas y populares, y prefiere decir «El Gran Arquitecto del Universo», expresión que deja en blanco el problema de si Él es creador, o simple Gobernador del mundo. Dadas estas escalas de seres, no creo en la comunicación directa con Dios, pero, según nuestra afinidad espiritual, podemos ir comunicándonos con seres cada vez más altos. Hay tres caminos para lo oculto: el camino mágico (incluyendo prácticas como las del espiritismo, intelectualmente al nivel de la brujería, que es magia también), camino ese extremadamente peligroso, en todos los sentidos; el camino místico, que no tiene propiamente peligros, pero es incierto y lento; y lo que se llama el camino alquímico, el más difícil y el más perfecto de todos, porque envuelve una transmutación de la propia personalidad que la prepara, sin grandes riesgos, antes con defensas que los otros caminos no tienen. En cuanto a la «iniciación» o no, puedo decirle sólo esto, que no sé si responde a su pregunta: no pertenezco a Ordem Iniciática alguna. La cita, epígrafe a mi poema Eros e Psique, de un pedazo (traducido, pues el Ritual es en latín), del Ritual do Terceiro Grau da Ordem Templária de Portugal, indica simplemente -lo que es un hecho- que me fue permitido hojear los Rituales de los tres primeros grados de esa Orden, extinta, o en letargo desde cerca de 1888. Si no estuviera en letargo, yo no citaría un fragmento del Ritual, puesto no se deben citar (indicando el origen) trechos de Rituales que están en trabajo. (**)

Creo así, mi querido camarada, haber respondido, todavía con ciertas incoherencias, a sus preguntas. Si hay otras que desee hacer, no dude en hacerlas. Responderé como pueda y lo mejor que pueda. Lo que podrá suceder, y eso me disculpará, desde ya, es no responder tan deprisa.

Lo abraza el camarada que mucho lo estima y admira.



Fernando Pessoa






P.D. (!!!)
14-1-1935


Más allá de la copia que normalmente guardo para mí, cuando escribo a máquina, de cualquier carta que envuelve explicaciones del orden de las que ésta contiene, guardé una copia suplementaria, tanto para el caso de que esta carta se extravíe, como para el de, posiblemente, serle precisa para cualquier otro fin. Esa copia está siempre a sus órdenes.

Otra cosa. Puede ser que, para cualquier estudio suyo, u otro fin análogo, Casais Monteiro precise, en el futuro, citar cualquier pasaje de esta carta. Queda desde ya autorizado a hacerlo, pero con una reserva, y le pido permiso para acentuarla. El párrafo sobre ocultismo, en la página 7 de mi carta, no puede ser reproducido en letra impresa. Deseando responder lo más claramente posible a su pregunta, salí propuestamente un poco fuera de los límites que son naturales en esta materia.

Se trata de una carta particular, y por eso no dudé en hacerlo. Nada coarta a que lea ese párrafo a quien quiera, desde que esa otra persona obedezca también al criterio de no reproducir en letra impresa lo que en ese párrafo va escrito. Creo que puedo contar consigo para tal fin negativo.

Continuo en deuda para consigo de la carta ultra debida sobre sus últimos libros. Mantengo lo que creo que le dije en mi carta anterior: cuando ahora (creo que será sólo en Febrero) pase algunos días en Estoril, pondré esa correspondencia en orden, pues estoy en deuda, en ese tema, no sólo para consigo, pero también con varias otras personas.

Se me ocurre preguntar de nuevo una cosa que ya le pregunté y que no me respondió: ¿recibió mis folletos de versos en inglés, que hace tiempo le envié?

«Para meu governo», como se dice en lenguaje comercial, le pido que me avisara lo más deprisa posible que recibió esta carta. Gracias.





Fernando Pessoa










(*) Esta carta, tal como fue insertada por Adolfo Casais Monteiro en la revista Presenta, Nº 9, Junio de 1937, y más tarde por Jorge de Sena en las Páginas de Doutrina Estética, obra citada, terminaba aquí, en obediencia a la Post Data de Fernando Pessoa, que pedía la no publicación del trecho subsiguiente debido a motivos que apuntaba y que se reproducen. Pese a todo, con autorización de Casais Monteiro, João Gaspar Simões incluyó el trecho referido ocultista en su Vida e Obra de Fernando Pessoa, obra citada, pp 546 y 547 (2ª edición). Se transcribe el referido trecho íntegramente, bien como la P.D. que sólo figuraba en Apêndice de la antología de Sena.

(**) Termina aquí el texto en cuestión, sólo conocido después del libro de J. Gaspar Simões.














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