jueves, febrero 11, 2010

“Sobre el borde absurdo, o transparente”, de Carlos Almonte

Acerca de Seis mil relatos de ficción absurda, de Aciro Luménics




…con la seña hecha pedazos.
Aciro Luménics




El extraño privilegio de entrever aquellas líneas. La sorpresa de encontrar sólo seiscientos de seis mil relatos. La inmediata reacción curiosa. ¿Es sólo uno de varios tomos el que reposa a un costado de mis sábanas? ¿Un relato se desdobla hasta diez veces? ¿Se trata de un artilugio matemático, de razonamiento lógico?

Como sea. Los seis mil relatos, que en realidad solamente son seiscientos, cuentan cada historia de manera levemente atronadora. No hay pausas. No hay descanso. No hay silencios. Aunque, finalmente, el silencio –o el secreto- lo cubra todo con un sagrado manto de quietud, complicidad y conocimiento. Es la libertad de no saber a ciencia cierta, de asomarse a la azotea desde la que se pueden observar las aves negras, el vuelo circular, los ancianos que en silencio deambulan o develan un misterio, la visión perfecta, el sonido de la arena, la abstracción frente al océano…

Es, acaso, el regreso al círculo de fuego, en donde los estrépitos terminan, dando libre paso al fijo movimiento ensimismado, la vereda norte-oriente, sobre la que se detiene el flujo, el pensamiento, la pequeña lumbre que recorre el cuerpo, deteniéndose, avanzando lenta, rápidamente. Frente a una pared blanca, desprovista en referentes, rezos dirigidos o catervas sin razón.

Es, acaso, la conciencia impermanente. No nos queda nada, no dejamos nada. Tal vez sólo un rastro en el desierto, un imperceptible surco que, entre las tormentas más feroces, nos enseña el real camino, una huella dorada, que brilla incluso en la ventisca. Un sendero que nos guía a la montaña donde asciende el hombre despojado: de toda vanidad, de toda imagen y concepto establecido. Una huella que mantiene el orden, la salida, el postrer consuelo.

Sobre el borde absurdo, o transparente, se reúne junto a seres anteriores, todos juntos ruegan, filtran o recuerdan. En la cima de montañas, acompañado de nieves eternas, águilas y rocas, porta el universo encima de sus hombros. El pre-conocimiento se revela entre esas débiles llamas-llamaradas y el hilo de humo que se esparce sobre las praderas más cercanas, arrasadas desde siempre. Acaso el tiempo queda inmóvil sobre esas manos juntas, sobre el blanco que resiste a la visión. La meditación oscura, insondable, como parte de la vida, como es la vida, como se termina en el silencio y la desaparición.












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