De día o de noche, las ciudades no fueron extrañas. Ni críptico lo que ocultaba cada cara, ni ominosos los sonidos de un idioma incomprensible. La poesía me llevó de la mano por los infiernos contemporáneos. Leía por mí en voz alta y, lo más importante, supo cuándo callar. A veces me la puse sobre los hombros y no éramos maltrechos sobrevivientes de alguna guerra devastadora, que sería lo habitual. Veníamos del corazón, del propio y del ajeno, con la imperdonable ausencia de toda posible inocencia.
en Confines, 1998
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