lunes, febrero 22, 2010

“El ano solar”, de Georges Bataille






Está claro que el mundo es puramente paródico, es decir, que cada cosa que miramos es la parodia de otra, o incluso la misma cosa bajo una forma engañosa.

Desde que las frases circulan en los cerebros ocupados en reflexionar, se ha procedido a una identificación total, ya que, con la ayuda de una cópula, cada frase liga una cosa a otra; y todo estaría visiblemente ligado si se abarcara con una sola mirada el trazado, en su totalidad, que deja un hilo de Ariadna, conduciendo el pensamiento en su propio laberinto. Sin embargo, la cópula de los términos no es menos irritante que la de los cuerpos. Y cuando grito: SOY EL SOL, me sobreviene una erección completa, pues el verbo ser es el vehículo del frenesí amoroso.

Todo el mundo es consciente de que la vida es paródica y necesita una interpretación.Así, el plomo es la parodia del oro.

El aire es la parodia del agua.
El cerebro es la parodia del ecuador.
El coito es la parodia del crimen.
El oro, el agua, el ecuador o el crimen pueden enunciarse indiferentemente como el principio de todas las cosas.

Y si el origen no se asemeja al suelo del planeta que parece ser la base, sino al movimiento circular que el planeta describe alrededor de un centro móvil, un coche, un reloj o una máquina de coser pueden aceptarse igualmente como principio generador.

Los dos movimientos principales son el movimiento rotativo y el movimiento sexual, cuya combinación se expresa mediante una locomotora compuesta de ruedas y de pistones.Estos dos movimientos se transforman uno en otro recíprocamente. De este modo constatamos que la tierra al girar hace copular a los animales y a los hombres, y (como lo que resulta es también la causa de lo que provoca) que los animales y los hombres hacen girar a la tierra copulando.

La combinación o transformación mecánica de estos movimientos es lo que los alquimistas buscaban bajo el nombre de piedra filosofal.

Como consecuencia de esta combinación de valor mágico, la situación actual del hombre está determinada en medio de los elementos.

Un zapato abandonado, un diente cariado, una nariz demasiado corta, el cocinero escupiendo en la comida de sus señores, son al amor lo que el pabellón es a la nacionalidad.

Un paraguas, una sexagenaria, un seminarista, el olor de los huevos podridos, los ojos penetrantes de los jueces, son las raíces por las que el amor se nutre.

Un perro devorando el estómago de un oca, una mujer ebria que vomita, un contable que solloza, un tarro de mostaza, representan la confusión que sirve al amor de vehículo.

A un hombre situado en medio de los otros hombres le irrita saber por qué él no es uno de los otros. Acostado en una cama junto a una chica que ama, olvida que no sabe por qué es él, en lugar de ser el cuerpo que toca. Ignorándolo todo, sufre a causa de la oscuridad de la inteligencia, que le impide gritar que él mismo es la chica que olvida su presencia agitándose en sus brazos.

El amor, o la cólera infantil, o la vanidad de una heredera de provincia, o la pornografía clerical, o el solo de una cantante, hacen divagar a los personajes olvidados en apartamentos polvorientos.

Se esforzarán en buscarse ávidamente unos a otros: nunca encontrarán más que imágenes paródicas y se dormirán tan vacíos como los espejos.

La chica ausente e inerte que está suspendida en mis brazos, sin hacerme ilusiones, no me es menos extraña que la puerta o la ventana a través de la(s) que puedo mirar o pasar. Encuentro la indiferencia (que le permite abandonarme) cuando me duermo por incapacidad de amar los acontecimientos. Le es imposible saber a quién encuentra cuando la estrecho porque ella representa obstinadamente un completo olvido.

Los sistemas planetarios, que giran en el espacio como rápidos discos y cuyo centro se desplaza igualmente describiendo un círculo infinitamente más grande, se alejan continuamente de su propia posición para volver a ella acabando su rotación.

El movimiento es la figura del amor incapaz de detenerse sobre un ser en particular y pasando rápidamente de uno a otro. Aunque el olvido, que así lo condiciona, no es más que un subterfugio de la memoria.

Un hombre se levanta tan bruscamente como un espectro sobre un ataúd y se acuesta de la misma manera. Vuelve a levantarse algunas horas después y se acuesta de nuevo y continúa así cada día: este gran coito con la atmósfera celeste está regulado por la rotación terrestre frente al sol. Así, aunque el movimiento de la vida terrestre esté acompasado por esta rotación, la imagen de este movimiento no es la tierra que gira, sino la verga penetrando a la hembra y saliendo de ella casi por completo para volver a penetrar.





en El ojo pineal, 1997












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