El niño es mudo para decir cuán frío es el día,
cuán cálido el perfume de la rosa en verano,
cuán terribles los cielos oscuros del crepúsculo
y temibles los altos soldados que redoblan tambores.
Pero nosotros tenemos el lenguaje, que mengua al hiriente calor
y que amortigua al cruel perfume de la rosa.
Deletreándola, atenuamos la noche que se cierne
y así también el miedo y los tambores.
El lenguaje, como una fría malla nos ciñe,
protegiéndonos del exceso de júbilo o de espanto...
Traducción de Eduardo Anguita
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