Adiós al Führer, adiós a todo Führer
habido o por haber.
Adiós a todo Führer verdadero o falso,
buenas noches, le digo, buenas noches
con una íntima tristeza reaccionaria.
Adiós al Führer que engullía tortas de Selva Negra
mientras sus tanques se alimentaban de caminos de Europa.
Adiós a todo Führer que ame a Wagner o la Giovinezza
ya sea lampiño, barbudo o bigotudo.
Adiós al Führer que en submarino huyó a Buenos Aires
tras matar a Eva y a Blondi, su fiel perro.
Desde los hielos lo oye llamar Miguel Serrano
mas ni por mar ni por tierra podrían encontrarlo.
Adiós a todo Führer que nos ordene sepultarnos con él
tras contemplar cómo arden las ruinas de su Imperio,
y entretanto no deja a nadie dormir tranquilo
aunque no hayamos violado, ni robado, ni asesinado.
Adiós a todo Führer que obligue a los poetas
a censurar sus manuscritos o mantenerlos secretos
bajo pena de mandarlos a su Isla o Archipiélago
o a cortar caña bajo el sol de la Utopía.
Adiós al Führer de la Antipoesía
aunque a veces predique mejor que el Cristo de Elqui.
Es mejor no enseñar dogma alguno, aunque sea ecológico,
cuando ya no se puede partir a Chillán en bicicleta.
Adiós al chico Molina, cruel Führer de Lo Gallardo
donde escribió El Lobo Estepario antes que Hermann Hesse,
aunque N.S. Jesucristo murió por él según lo dice Anguita,
y adiós por quienes desean que demos el sí cuando amamos el no.
Adiós a todo Führer a quien no le importa perder cuarenta o
cuarenta mil hombres
con tal de invadir islas pobladas por ovejas,
y tras la derrota se acoge a general jubilación
a oír Silencio en la noche ya todo está en calma.
Adiós a quien un tiempo fuera nuestro secreto Führer
y nos recomendaba abstinencia botella de whiski en mano,
y con desprecio abandonó su Bunker frente al cerro
para conquistar Venezuela como sus antepasados.
Adiós al pícaro que pretendía ser Martín Bormann:
Enrique Lafourcade, conde de la Fourchette.
Lo verán pasear un ridículo perrito
sin poder alcanzar ni al Parque Forestal.
Lo verán alimentarse, fantasma rubicundo,
de pálidas y frágiles palomitas nocturnas.
Lo verán recorrer los más perdidos pueblos
buscando firmar autógrafos a Alcaldes y parvularias.
Lo verán sollozar pensando en sus Días sin Dieta
con patitas de chancho en Los Buenos Muchachos.
Lo verán derramar una furtiva y valetudinaria lágrima
mientras canta Yo soy el Rey creyéndose Pedro Vargas.
Y ya no habrá nadie de la Generación del 50
para entonar a coro Yo tenía un camarada.
Adiós a todo Führer que nos dé duro con un palo
y también con una soga
creyendo que como él somos apenas sensitivos.
Y buenas noches, amigos, buenas noches,
hasta que un día nos volvamos a encontrar
en la hora soberbia y enloquecida de los esqueletos.
Escrito en la Plaza del Mulato Gil de Castro,
en Santiago, la noche del 2 de diciembre de
1981, fecha del lanzamiento de la novela de
título homónimo de Enrique Lafourcade.
habido o por haber.
Adiós a todo Führer verdadero o falso,
buenas noches, le digo, buenas noches
con una íntima tristeza reaccionaria.
Adiós al Führer que engullía tortas de Selva Negra
mientras sus tanques se alimentaban de caminos de Europa.
Adiós a todo Führer que ame a Wagner o la Giovinezza
ya sea lampiño, barbudo o bigotudo.
Adiós al Führer que en submarino huyó a Buenos Aires
tras matar a Eva y a Blondi, su fiel perro.
Desde los hielos lo oye llamar Miguel Serrano
mas ni por mar ni por tierra podrían encontrarlo.
Adiós a todo Führer que nos ordene sepultarnos con él
tras contemplar cómo arden las ruinas de su Imperio,
y entretanto no deja a nadie dormir tranquilo
aunque no hayamos violado, ni robado, ni asesinado.
Adiós a todo Führer que obligue a los poetas
a censurar sus manuscritos o mantenerlos secretos
bajo pena de mandarlos a su Isla o Archipiélago
o a cortar caña bajo el sol de la Utopía.
Adiós al Führer de la Antipoesía
aunque a veces predique mejor que el Cristo de Elqui.
Es mejor no enseñar dogma alguno, aunque sea ecológico,
cuando ya no se puede partir a Chillán en bicicleta.
Adiós al chico Molina, cruel Führer de Lo Gallardo
donde escribió El Lobo Estepario antes que Hermann Hesse,
aunque N.S. Jesucristo murió por él según lo dice Anguita,
y adiós por quienes desean que demos el sí cuando amamos el no.
Adiós a todo Führer a quien no le importa perder cuarenta o
cuarenta mil hombres
con tal de invadir islas pobladas por ovejas,
y tras la derrota se acoge a general jubilación
a oír Silencio en la noche ya todo está en calma.
Adiós a quien un tiempo fuera nuestro secreto Führer
y nos recomendaba abstinencia botella de whiski en mano,
y con desprecio abandonó su Bunker frente al cerro
para conquistar Venezuela como sus antepasados.
Adiós al pícaro que pretendía ser Martín Bormann:
Enrique Lafourcade, conde de la Fourchette.
Lo verán pasear un ridículo perrito
sin poder alcanzar ni al Parque Forestal.
Lo verán alimentarse, fantasma rubicundo,
de pálidas y frágiles palomitas nocturnas.
Lo verán recorrer los más perdidos pueblos
buscando firmar autógrafos a Alcaldes y parvularias.
Lo verán sollozar pensando en sus Días sin Dieta
con patitas de chancho en Los Buenos Muchachos.
Lo verán derramar una furtiva y valetudinaria lágrima
mientras canta Yo soy el Rey creyéndose Pedro Vargas.
Y ya no habrá nadie de la Generación del 50
para entonar a coro Yo tenía un camarada.
Adiós a todo Führer que nos dé duro con un palo
y también con una soga
creyendo que como él somos apenas sensitivos.
Y buenas noches, amigos, buenas noches,
hasta que un día nos volvamos a encontrar
en la hora soberbia y enloquecida de los esqueletos.
Escrito en la Plaza del Mulato Gil de Castro,
en Santiago, la noche del 2 de diciembre de
1981, fecha del lanzamiento de la novela de
título homónimo de Enrique Lafourcade.
en Cartas para reinas de otras primaveras, 1985
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