viernes, noviembre 20, 2009

“Los inmortales”, de Leopoldo María Panero







Cada conciencia busca la muerte de la otra
Hegel




En la lucha entre conciencias algo cayó al suelo
y el fragor de cristales alegró la reunión.
Desde entonces habito entre los Inmortales
donde un rey come frente al Ángel caído
y a flores semejantes la muerte nos deshoja
y arroja en el jardín donde crecemos
temiendo que nos llegue el recuerdo de los hombres.

Llega del cielo a los locos sólo una luz que hace daño
y se alberga en sus cabezas formando
un nido de serpientes
donde invocar el destino de los pájaros
cuya cabeza rigen leyes desconocidas para el hombre
y que gobiernan también este trágico lupanar
donde las almas se acarician con el beso de la puerca,
y la vida tiembla en los labios como una flor
que el viento más sediento empujara sin cesar
por el suelo donde se resume lo que es la vida del hombre.

Del polvo nació una cosa.
Y esto, ceniza del sapo, broce del cadáver,
es el misterio de la rosa.

Debajo de mí
yace un hombre
y el semen
sobre el cementerio
y un pelícano disecado
creado nunca ni antes.

Caído el rostro
otra cara en el espejo,
un pez sin ojos.
Sangre candente en el espejo,
sangre candente
en el espejo
un pez que come días presentes
sin rostro.






en Poemas del manicomio de Mondragón, 1999













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