viernes, noviembre 13, 2009

"Los de Chile y los holandeses", de Francisco de Quevedo





Dio una tormenta en un puerto de Chile con un navío de holandeses, que, por su sedición y robos, son propiamente dádiva de las borrascas y de los furores del viento. Los indios de Chile que asistían a la guarda de aquel puerto, como gente que en todo aquel mundo vencido guarda belicosamente su libertad para su condenación en su idolatría, embistieron con armas a la gente de la nave, entendiendo eran españoles, cuyo imperio les es sitio y a cuyo dominio perseveran excepción. El capitán del bajel los sosegó, diciendo eran holandeses y que venían de parte de aquella República con embajada importante a sus caciques y principales, y acompañando estas razones con vino generoso, adobado con las estaciones del norte, y ablandándolos con butiro y otros regalos, fueron admitidos y agasajados. El indio que gobernaba a los demás fue a dar cuenta a los magistrados de la nueva gente y de su pretensión.

Juntáronse todos los más principales y mucho pueblo, bien en orden, con las armas en las manos. Es nación tan atenta a lo posible y tan sospechosa de lo aparente, que reciben las embajadas con el propio aparato que a los ejércitos.

Entró en la presencia de todos el capitán del navío, acompañado de otros cuatro soldados, y por un esclavo intérprete le preguntaron quién era, de dónde venía y a qué y en nombre de quién. Respondió, no sin recelo de la audiencia belicosa:

- Soy capitán holandés; vengo de Holanda, República en el último occidente, a ofreceros amistad y comercio. Nosotros vivimos en una tierra que la miran seca con indignación debajo de sus olas los golfos; fuimos, pocos años ha, vasallos y patrimonio del grande monarca de las Españas y Nuevo Mundo, donde sola vuestra valentía se ve fuera del cerco de su corona, que compite por todas partes con el que da el sol a la tierra. Pusímonos en libertad con grandes trabajos, porque el ánimo severo de Felipe II quiso más un castigo sangriento de dos señores que tantas provincias y señorío. Armónos de valor la venganza desta venganza, y con guerras de sesenta años y más, continuas, hemos sacrificado a estas dos vidas más de dos millones de hombres, siendo sepulcro universal de Europa las campañas y sitios de Flandes. Con las vitorias nos hemos hecho soberanos señores de la mitad de sus Estados, y, no contentos con esto, le hemos ganado en su país muchas plazas fuertes y muchas tierras, y en el oriente hemos adquirido grande señorío y ganándole en el Brasil a Pernambuco, la Parayba, y hecho nuestro el tesoro del palo, tabaco y azúcar, y en todas partes, de vasallos suyos, nos hemos vuelto su inquietud y sus competidores. Hemos considerado que, no sólo han ganado estas infinitas provincias los españoles, sino que, en tan pocos años, las han vaciado de tan innumerables poblaciones y poblándolas de gente forastera, sin que de los naturales guarden aún los sepulcros memoria, y que sus grandes emperadores y reyes, caciques y señores, fueron desaparecidos y borrados en tan alto olvido, que casi los esconde con los que nunca fueron. Vemos que vosotros solos, o sea bien advertidos o mejor escarmentados, os mantenéis en libertad hereditaria y que en vuestro coraje se defiende a la esclavitud la generación americana. Y como es natural amar cada uno a su semejante, y vosotros y mi república sois tan parecidos en los sucesos, determinó enviarme por tan temerosos golfos y tan peligrosas distancias a representaros su afecto, buena amistad y segura correspondencia, ofreciéndoos, como por mí os ofrece, para vuestra defensa o pretensiones, navíos y artillería, capitanes y soldados, a quienes alaba y admira la parte del mundo que no los teme, y para la mercancía, comercio en sus tierras y estados, con hermandad y alianza perpetua, pidiendo escala franca en vuestro dominio y correspondencia igual en capitulaciones generales, con cláusula de amigos de amigos y enemigos de enemigos, y, por más demostración, en su poder grande os aseguran muchas repúblicas, reyes y príncipes confederados.

Los de Chile respondieron con agradecimiento, diciendo que para oír bastaba la atención; mas, para responder, aguardaban las prevenciones del Consejo; que a otro día se les respondería a aquella hora.

Hízose así, y el holandés, conociendo la naturaleza de los indios, inclinada a juguetes y curiosidades, por engañarles la voluntad, les presentó barriles de butiro, quesos y frasqueras de vino, espadas, y sombreros, y espejos y, últimamente, un cubo óptico, que llaman antojo de larga vista.

Encarecióles su uso, y con razón, diciendo que con él verían las naves que viniesen a diez y doce leguas de distancia y conocerían por los trajes y banderas si eran de paz o de guerra, y lo propio en la tierra, añadiendo que con él verían en el cielo estrellas que jamás se han visto y que sin él no podrían verse; que advertirían distintas y claras las manchas que en la cara de la luna se mienten ojos y boca, y en el cerco del sol una mancha negra, y que obraba estas maravillas porque con aquellos dos vidrios traía al ojo las cosas que estaban lejos y apartadas en infinita distancia. Pidiósele el indio que entre todos tenía mejor lugar. Alargóse el holandés en sus puntos, doctrinóle la vista para el uso y diósele. El indio le aplicó al ojo derecho, y, asestándole a unas montañas, dio un grande grito, que testificó su admiración a los otros, diciendo había visto a distancia de cuatro leguas ganados, aves y hombres, y las peñas y matas tan distintamente y tan cerca, que aparecían en el vidrio postrero incomparablemente crecidas. Estando en esto, los cogió la hora, y zurriándose en su lenguaje, al parecer razonamientos coléricos, el que tomó el antojo, con él en la mano izquierda, habló al holandés estas palabras:

- Instrumento que halla mancha en el sol y averigua mentiras en la luna y descubre lo que el cielo esconde es instrumento revoltoso, es chisme de vidrio, y no puede ser bienquisto del Cielo. Traer a sí lo que está lejos, es sospechoso para los que estamos lejos: con él debistes de vernos en esta gran distancia, y con él hemos visto nosotros la intención que vosotros retiráis tanto de vuestros ofrecimientos. Con este artificio espulgáis los elementos y os metéis de mogollón a reinar: vosotros vivís enjutos debajo del agua y sois tramposos del mar. No será nuestra tierra tan boba que quiera por amigos los que son malos para vasallos, ni que fíe su habitación de quien usurpó la suya a los peces. Fuistes sujetos al rey de España, y, levantádoos con su patrimonio, os preciáis de rebeldes, y queréis que nosotros, con necia confianza, seamos alimento a vuestra traición. Ni es verdad que nosotros somos vuestra semejanza, porque, conservándonos en la Patria que nos dio la naturaleza, defendemos lo que es nuestro, conservamos la libertad, no la robamos, Ofrecéisnos socorro contra el rey de España, cuando confesáis le habéis quitado el Brasil, que era suyo. Si a quien nos quitó las Indias se las quitáis, ¿cuánta mayor razón será guardarnos de vosotros que dél? Pues advertid que América es una ramera rica y hermosa, y que, pues fue adúltera a sus esposos, no será leal a sus rufianes. Los cristianos dicen que el Cielo castigó a las Indias porque adoraban a los ídolos, y los indios decimos que el Cielo ha de castigar a los cristianos porque adoran a las Indias. Pensáis que lleváis oro y plata y lleváis invidia de buen color y miseria preciosa.

Quitáisnos para tener que os quiten: por lo que sois nuestros enemigos, sois enemigos unos de otros. Salid con término de dos horas deste puerto, y si habéis menester algo, decidlo, y si nos queréis granjear, pues sois invencioneros, inventad instrumento que nos aparte muy lejos lo que tenemos cerca y delante de los ojos, que os damos palabra que con éste, que trae a los ojos lo que está lejos, no miraremos jamás a vuestra tierra ni a España. Y llevaos esta espía de vidrio, soplón del firmamento, que, pues con los ojos en vosotros vemos más de lo que quisiéramos, no le habemos menester. Y agradézcale el sol que con él le hallaste la mancha negra, que si no, por el color intentárades acuñarle y de planeta hacerle doblón.













Capítulo XXXVI en La hora de todos y la fortuna con seso, 1636









1 comentario:

R.Rojas dijo...

Qué magnífico escrito de Quevedo.Me pregunto si tendrá alguna base histórica, respecto a los dichos de los indios.