domingo, septiembre 06, 2009

"Mucho ruido y pocas nueces", de William Shakespeare

Fragmento del Acto segundo, Escena I



DON PEDRO: Hola, signior. ¿Dónde está el conde? ¿Le habéis visto?
BENEDICTO: Por mi fe, señor, que he representado el papel de la señora Fama. Le hallé aquí tan melancólico como una casa de guarda en un conejar. Le dije, y creo no haberle mentido, que vuestra gracia había conseguido la buena voluntad de esa damita, y le ofrecí acompañarle hasta un sauce para tejerle una guirnalda como amante desdeñado o para cortarle una vara como hombre digno de azotes.
DON PEDRO: ¡Digno de azotes! ¿Qué falta ha cometido?
BENEDICTO: La torpe transgresión de un niño de escuela que, en su alegría por haber encontrado un nido de pájaros, lo muestra a su compañero, quien se lo roba.
DON PEDRO: ¿Calificas de transgresión una prueba de confianza? La transgresión está en el robador.
BENEDICTO: Sin embargo, no hubiera estado de más proveerse de la vara y también de la guirnalda: la guirnalda para que la gastase él y la vara para aplicárosla a vos, quien, a lo que parece, le ha robado su nido de pájaros.
DON PEDRO: Sólo les enseñaré a cantar y después los devolveré a su dueño.
BENEDICTO: Si su canto responde a vuestras palabras, por mi fe que habéis hablado honradamente.
DON PEDRO: La señora Beatriz se queja de vos. Al caballero que bailaba con ella le ha dicho que la injuriáis en demasía.
BENEDICTO: ¡Oh! Ella es quien me trata de un modo que no lo sufriera un tarugo. Un alcornoque con sólo una hoja verde la hubiera contestado. Mi propia careta comenzó a animarse y a reñirla. Me ha dicho, sin sospechar con quién hablaba, que era el juglar del príncipe; que era más tedioso que un gran deshielo; acumulando burla tras burla sobre mí con tan increíble malicia que no parecía sino como hombre que sirviera de blanco a un ejército entero que tirara sobre él. Habla puñales, y cada palabra suya es un golpe. Si fuera su aliento tan pestífero como sus términos, no habría modo de vivir a su lado; infestaría hasta la estrella polar. No la quisiera por esposa, aunque trajese en dote cuanto poseyó Adán antes del primer pecado. Hubiera obligado a Hércules a dar vueltas al asador, no cabe duda, y aun a hacer astillas su clava para encender el fuego. Vamos, no hablemos de ella. Acabaríais por reconocer en ella a la infernal Até lujosamente ataviada. Por Dios, que fuera bueno que algún sabio la sometiera a conjuro; porque, a la verdad, mientras ella aliente sobre la tierra, el hombre hallará más paz en el infierno que en un santuario; y las gentes perecerán adrede para ir allí cuanto antes; así que, de veras, todo desasosiego, horror y perturbación la siguen.

Vuelven a entrar CLAUDIO, BEATRIZ, HERO y LEONATO.

DON PEDRO: Miradla, aquí viene.
BENEDICTO: ¿No podría vuestra gracia darme algún encargo para el fin del mundo? Iría en este momento a los antípodas con el recado de menos importancia que quisierais confiarme. Os traería ahora mismo un mondadientes del más apartado extremo del Asia; os procuraría la medida del pie del preste Juan de las Indias; os proporcionaría un pelo de la barba del Gran Khan; os desempeñaría cualquier embajada cerca de los pigmeos, antes que cambiar tres palabras con esa arpía. ¿No tenéis destino para mí?
DON PEDRO: Ninguno, sino desear vuestra buena compañía.
BENEDICTO: ¡Oh Dios! He aquí, señor, un plato que no es de mi gusto: no puedo tragar a esta señora Lengua. (Sale.)
DON PEDRO: Vamos, señora, vamos; habéis perdido el corazón del signior Benedicto.
BEATRIZ: Efectivamente, señor; me lo prestó por algunos instantes, y, como interés, le di un corazón doble por el suyo sencillo; empero, ¡pardiez!, que en otra ocasión me lo ganó con dados falsos; de donde bien puede decir vuestra gracia que lo he perdido.
DON PEDRO: Le tenéis abatido, señora; le tenéis debajo.












1600, aunque su estreno sería a fines de 1598 o principios de 1599















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