viernes, abril 17, 2009

“El río”, de Alfredo Gómez Morel

Fragmento





Creo que ella simplemente fue un ser humano desvencijado y envejecido prematuramente que gemía dislocado antes de caer para siempre. Algunas puertas terminan por ceder y salirse de sus goznes porque las abren y cierran mucho, inútilmente.

Mi padre quiso casar con ella, pero no pudo hacerlo: mi abuelo paterno era un gran señor, y por añadidura político muy notable y distinguido. En el hogar de mi padre los hijos ilegítimos no podían ser aceptados. Engendrados sí. Pero no criados.

Cuando ella se vio abandonada por mi padre, dejó de creer en los seres humanos. Se repetía el fracaso de su propia madre, mi abuela. La puérpera empezó a moverse en un universo lleno de rencores, recelos y fastidios. Lejos de mi padre, y sola, buscó un responsable de su fracaso: estaba yo. Vio en mí al que la dejó vapuleada y sacudida, como un trapo sucio y maloliente. El hijo se convirtió en la meta visible de su revancha. En sus entrañas lo había fabricado con el objeto de saberse digna: resulté la razón de su indignidad. Me llevó en su vientre, no me abortó, para constatar y proclamar un acto de amor y fe: fui la prueba de una burla. En mí cobró la venganza contra el medio. Al querer destrozarme intentaba despedazar un mundo injusto y sucio. Es maravilloso constatarlo. Un artista debe maravillarse frente a lo más cruel o más hermoso. Sólo así surge el creador.

Eso es todo.




1962










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