miércoles, enero 28, 2009

"Corre, Conejo", de John Updike (1932-2009)

Fragmento / © Traducción de Juan Carlos Villavicencio





Los días van bien mientras Nelson está despierto, pero cuando el niño se duerme, cuando su rostro se hunde en el sueño y su aliento se arrastra dentro y fuera de sus desvalidos labios que depositan saliva en la sábana de la cuna y su cabello se desparrama en finos mechones y la perfecta piel de sus gordas y flojas mejillas, agotadas de moverse, yace sellada bajo un intenso rubor, entonces un espacio muerto se abre en Harry y siente miedo. El sueño del niño es tan profundo que él teme que se pueda romper la membrana de la vida y caiga en el olvido. A veces se acerca a la cuna y coge al niño en brazos, sólo para tranquilizarse a sí mismo con su calor y el cariñoso y torpe movimiento de protesta de sus caídos y débiles miembros.

Agitado deambula por el apartamento, encendiendo todas las luces y la televisión, tomando ginger ale y hojeando antiguos números de Life, aferrándose a cualquier cosa para llenar el vacío. Antes de acostarse para a Nelson frente al inodoro, haciendo correr el agua del grifo y pasando suavemente la mano por las tensas y desnudas nalgas hasta que el pipí brinca del irritado sueño del niño y a sacudidas se va virtiendo en la taza. Entonces le pone un pañal a Nelson y lo devuelve a la cuna y se hace el ánimo para saltar sobre el profundo abismo desde ahora hasta el momento en que en la afelpada inclinación del sol de la mañana el niño aparezca, resucitado, con los pañales empapados, junto a la cama matrimonial, dando palmaditas en la cara de su padre, experimentando. Algunas veces se mete en la cama, y entonces el viscoso y frío paño que sorprende la piel de Conejo es como volver a tocar una húmeda y firme orilla.





1960







Rabbit, Run

The days go all right as long as Nelson is awake. But when the boy falls asleep, when his face sags asleep and his breath drags in and out of helpless lips that deposit spots of spit on the crib sheet and his hair fans in fine tufts and the perfect skin of his fat slack cheeks, drained of animation, lies sealed under a heavy flush, then a dead place opens in Harry, and he feels fear. The child's sleep is so heavy he fears it might break the membrane of life and fall through to oblivion. Sometimes he reaches into the crib and lifts the boy's body out, just to reassure himself with its warmth and the responsive fumbling protest of the tumbled limp limbs.


He rattles around in the apartment, turning on all the lights and television, drinking ginger ale and leafing through old Lifes, grabbing anything to stuff into the emptiness. Before going to bed himself he stands Nelson in front of the toilet, running the faucet and stroking the taut bare bottom until weewee springs from the child's irritated sleep and jerkily prinkles into the bowl. Then he wraps a diaper around Nelson's middle and returns him to the crib and braces himself to leap the deep gulf between here and the moment when in the furry slant of morning sun the boy will appear, resurrected, in sopping diapers, beside the big bed, patting his father's face experimentally. Sometimes he gets into the bed, and then the clammy cold cloth shocking Rabbit's skin is like retouching a wet solid shore.









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