Cuatro fragmentos
I
Creón: No hay otra cosa que importe. ¡Y tú vas a derrocharlo! Te comprendo, yo hubiera hecho lo mismo a los veinte años. Por eso bebía tus palabras. Escuchaba desde el fondo del tiempo a un joven Creón flaco y pálido como tú y que también sólo pensaba en darlo todo… Cásate pronto, Antígona, sé feliz. La vida no es lo que tú crees. Es un agua que los jóvenes dejan correr sin saberlo, entre los dedos abiertos. Cierra las manos, cierra las manos, rápido. Reténla. Ya verás, se convertirá en una cosita dura y simple que uno roe sentado al sol. Todos te dirán lo contrario porque necesitan tu fuerza y tu impulso. No los escuches. No me escuches cuando pronuncie el próximo discurso delante del sepulcro de Eteocles. No será cierto. Sólo es cierto, lo que no se dice… Tú también lo sabrás, demasiado tarde; la vida es un libro que amamos, un niño que juega a tus pies, una herramienta que uno sujeta bien de la mano, un banco para descansar la noche delante de la casa. Vas a despreciarme otra vez, pero descubrir eso, ya verás, es el consuelo irrisorio de envejecer, la vida quizá sólo sea, después de todo, la felicidad.
II
Ismene: ¡Al menos intenta comprender!
Antígona: Comprender... No tienen otra palabra en la boca, todos, desde que era pequeña. Había que comprender que no se puede tocar al agua, al agua bella y fría escapando, porque moja las baldosas; no a la tierra, porque mancha los vestidos. Había que comprender que no se debe comer todo a la vez, dar todo lo que se tiene en los bolsillos al mendigo que cruzamos; correr, correr en el viento hasta caerse, y beber cuando se tiene calor y bañarse cuando es muy temprano o muy tarde, ¡pero no justo cuando se tienen ganas! Yo no quiero comprender. Comprenderé cuando sea una vieja. (Acaba en voz más baja). Si envejezco. No ahora.
III
Ismene: ¿No tienes ganas de vivir?
Antígona (murmura): No tener ganas de vivir... (Y todavía más bajo, si es posible) ¿Quién se levantaba primera, de mañana, nada más que para sentir el aire frío sobre su piel desnuda? ¿Quién se acostaba última, cuando ya no podía más de fatiga, sólo para vivir un poco más de la noche? ¿Quién lloraba desde pequeña, al pensar que había tantas criaturas, tantas briznas de hierba en el prado, que no podía tomarlas a todas?
IV
Creón (sacude a Antígona): ¿Entonces te callarás?
Antígona: ¿Por qué quieres hacerme callar? ¿Porque sabes que tengo razón? ¿Crees que no leo en tus ojos que lo sabes? Sabes que tengo razón, pero no lo confesarás nunca porque en este momento estás defendiendo tu felicidad como a un hueso.
Creón: ¡La tuya y la mía, sí, imbécil!
Antígona: ¡Ustedes me repugnan, todos, con su felicidad! Con su vida que hay que amar cueste lo que cueste. Parecen perros que lamen todo lo que encuentran. Y esa diminuta suerte para todos los días, si uno no es demasiado exigente. Yo, yo quiero todo, ahora mismo, entero, ¡o sino me niego! No quiero ser modesta y contentarme con un pedazo, si he sido prudente. Quiero estar segura de todo hoy y que todo sea tan bello como cuando era pequeña, o morir.
1942/1944
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