El otoño de las selvas que pasan
desde laderas estriadas de raíces
me anuncia mi regreso al lejano país de todo o nada.
Enrique Lihn
Hace tanto que me encuentro envuelto en este ánimo perverso, compuesto de techos amarillos, viajes a pedido y calles recién pavimentadas. Me rebelo contra todo, siempre ha sido así, me opongo a quien se cruce por delante. Es odio y asco y a la vez amor y afecto. La humanidad está hecha de plomo, por eso cuesta adelantar. El pueblo en ruinas, allá lejos, ha soportado terremotos y las maldiciones de los curas que no hacen más que amenazar, tender trampas y mantener el miedo como forma del apego. La religión no es más que apego y pertenencia. El arte es el opuesto; el espíritu también. La muerte se ha vencido a sí misma, se ha descolgado por murallas de castillo, por un lago en primavera, por mi voz. Aún así, escribo o imagino mientras esta luz cambia y se hace tenue. No me venzo, no me ahogo, no me rindo. Busco en los pertrechos una dosis de cianuro, siempre lista, por si llega ese momento en que el honor se rinde ante el destino. Miro, huelo, sacrifico, retrocedo. Cambio identidades, me reflejo en aguas invisibles (el espejo se ha quebrado). No es más que una entelequia, una ilusión temprana, que remece el ansia de no estar acá, de no estar allá, ni en ninguna otra comarca. No sé cómo he llegado a donde estoy. Busco en la memoria pero es imposible. No hay señales, no hay senderos, no hay personas. Miro el plano y las calles se aparecen cual serpientes, enroscadas, venenosas. Giran por el viento y la mirada se hace exacta. Tornan hacia izquierda, norte, arriba. Bajan, llenan, accidentan, asesinan. Entro a un bar y salgo tal como ingresé, solo, hastiado. Escribo algunas líneas a un amor correspondido, amor lejano, amor ya muerto. Pienso en visitar la tumba, llevar flores, cantar una canción. Luego pienso en mis amigos, en la historia que llegué a escribir. Cuatro tipos cruzan Sudamérica y en el intertanto trazan, cada uno, su versión. Llegan al DF (Defectuoso, Difamante). Se separan. Uno muere atropellado. Otro sigue viaje a España. Uno se abandona en el alcohol. Y yo muero lentamente, agotado en el exceso de existir, perseguido por fantasmas que no existen, por personas que asemejan a fantasmas, por mí mismo que ya no sé cómo vivir. Toda tragedia termina en tragedia, qué se le va a hacer. Decir algo distinto sería impropio, hasta ofensivo. Marco aún más las líneas del trazado y pienso en que es mejor volver; regresar a aquel lugar que jamás fue mi lugar. Mi origen se ha perdido, ya lo sé. Aunque lo rastree, aunque lo averigüe, aunque reclame, se ha desvanecido como un río frente al mar. No soy nadie, nadie es nadie, hemos desaparecido para siempre. Bebo agua de la llave y subo a mi butaca. El Gran Norte es mi destino.
en Antología visceral: ficciones dentro de ficciones, 2006
1 comentario:
¡Cien mil y la conchesumadre, Almonte!
Felicidades, hermano.
Y qué manera de escribir...
Jotacé
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