miércoles, octubre 29, 2008

“Isis, la Gran Maga”, de George Hart






La diosa Isis tenía una bien ganada reputación de excepcional astucia, inteligencia y tenacidad. Muchos mitos que reflejan esas características perviven en los cultos mágicos escritos en rollos de papiro o, de una forma más elaborada, grabados en estelas. Las narraciones sobre Isis abarcan los ensalmos de curación tan apropiados para la vida cotidiana de los egipcios normales, los achaques comunes, miedos y amenazas que les preocupaban: tales como los partos, fiebres, dolores, desórdenes gástricos, cocodrilos, serpientes, escorpiones y gusanos malignos.

Algunos ensalmos forman claramente un elemento integrante de los manuales de los médicos, que debían recitarlos sobre el paciente. Un remedio para mitigar el dolor era identificar a la persona enferma con una figura de la mitología curada por la intervención de una deidad poderosa. Por ejemplo, en un ensalmo dirigido a aliviar del mal del estómago, la persona enferma es llamada Horus en forma de niño. La madre representa a Isis y concluye que los dolores provienen de gusanos que deben ser expulsados. Consecuentemente, se dibujan diecinueve signos mágicos para obligar a los parásitos a salir del cuerpo. Igualmente, en un papiro médico de Museo Británico (n.° 10059), la ingenuidad de Isis cura una fiebre o una quemadura de la siguiente manera: el paciente se convierte en el joven Horus quemándose en el desierto; Isis llega y pregunta si hay agua disponible y se le da una respuesta negativa. "No importa —dice ella—, el agua está en mi boca y entre mis muslos hay una crecida del Nilo." Este ensalmo se recita sobre una mezcla de leche humana, goma y pelos de gato, que se aplica después al paciente. Así la fiebre del paciente o las quemaduras se enfrían.


Isis y los siete escorpiones

A partir de una elaborada compilación de ensalmos y viñetas de amuletos grabada en la Estela de Metternich (Museo Metropolitano de Nueva York) podemos desenredar el mito de Isis y los siete escorpiones. El propósito al incluir esta narración en la estela era proteger a su propietario contra los peligros siempre presentes de una picadura de escorpión. En la escena inicial aparece Isis tejiendo el sudario de la momia de su esposo Osiris, asesinado por Set, que quería su trono. Tot, dios de la sabiduría, aconseja a Isis que se esconda con su joven hijo Horus. Deberá proteger a Horus contra las maquinaciones de Set y educarlo hasta que sea adulto para que vengue el asesinato de Osiris.

El mito de la realeza de la estela cede ahora el paso al relacionado con los poderes mágicos de Isis para curar los aguijones venenosos. Isis sale de casa con una escolta de siete escorpiones. (Por cierto, siete es un número de tremendo poder en la magia egipcia: por ejemplo, siete nudos son necesarios en los procedimientos para curar dolores de cabeza o problemas de pecho posteriores al parto.) Tres de los escorpiones, Petes, Tyetet y Matet, van por delante de Isis y garantizan la seguridad del camino. Bajo su palanquín hay otros dos escorpiones, Mesetet y Mesetetef, mientras los dos restantes, Tefen y Befen, protegen la retaguardia. Isis insiste a los escorpiones en la necesidad de ser extremadamente cautos para no poner sobre aviso de su paradero a Set, e incluso les da instrucciones de que no hablen con ninguna persona con la que se encuentren por el camino. Llegados a este punto, es difícil evitar divertirse con la estrambótica idea de un escorpión locuaz intercambiando frases corteses con un perplejo aldeano egipcio. Finalmente, Isis llega a su destino en la Ciudad de las Dos Hermanas, en el delta del Nilo. Una noble acaudalada ve la llegada del extraño grupo y cierra rápidamente la puerta de su casa. A los siete escorpiones esto les parece extremadamente ofensivo y planean su venganza contra la poco hospitalaria mujer. Como preparación, seis escorpiones cargan sus venenos individuales en el aguijón del séptimo, Tefen.

Entre tanto, una humilde campesina ofrece a Isis el refugio de su sencilla casa. Esta muchacha es, por supuesto, una contrapartida de la inamistosa y acaudalada noble, lo que permite un oportuno comentario social en la estructura del relato. Después nos encontramos con que Tefen se ha arrastrado bajo la puerta de la casa de la acaudalada noble y ha picado a su hijo. Apenada, la mujer vaga por la ciudad buscando ayuda para su hijo, que está al borde de la muerte. Ahora se le devuelve su falta de hospitalidad con Isis, ya que nadie responde a su llamada de auxilio. Sin embargo, Isis, que a los ojos de los egipcios es ejemplo supremo de una madre amantísima, no puede tolerar la muerte de un niño inocente y se compromete a devolver la vida al hijo de la mujer. Cogiendo al niño, pronuncia palabras de gran poder mágico. Nombrando a cada uno de los escorpiones y, por consiguiente, dominándolos, Isis hace que la combinación de venenos sea ineficaz en el niño. Por extensión, las palabras de su ensalmo serán aplicables a cualquier niño que sufra una picadura de escorpión, si se recitan junto con la administración de una "prescripción médica" de pan de cebada, ajo y sal. Una vez pasada su angustia y viendo a su hijo con salud, la mujer que se había negado a dar refugio a Isis se arrepintió: sacó su proverbial riqueza, e hizo un regalo a Isis y a la campesina que había mostrado la auténtica hospitalidad egipcia con un extraño.


Isis y la naturaleza secreta del dios Sol

El rasgo fundamental de este mito es que enfatiza el poder de la magia de Isis y el poder que emana del conocimiento de la más íntima personalidad de un nombre. Se preserva por su uso como ensalmo para "defenderse contra el veneno". La fuente es el Papiro 1993 del Museo de Turín y data de la Dinastía XIX (hacia el 1200 a. de C), aunque se conserva una versión más fragmentaria en el Papiro Chester Beatty XI del Museo Británico (n.° 10691 ).

El personaje de Isis es brevemente descrito al principio del mito: "Isis era una mujer inteligente... más inteligente que los innumerables dioses... no desconocía nada de lo que estaba en los cielos o en la tierra." Su proyecto era descubrir el nombre secreto del dios Sol, la suprema deidad, lo que, de tener éxito, haría que ella y su hijo Horus ascendiesen en dignidad, situándose cerca de él en la cúspide del panteón.

Su plan era herirlo con su propia fuerza. Cada día viajaba por el firmamento desde el horizonte oriental al occidental en su "Barca de Millones" (es decir, de millones de años). En este mito el dios Sol, muy avanzado en años, es descrito de forma poco lisonjera como dejando su boca abierta en una ocasión (posiblemente mientras estaba dando unas cabezadas antes de dormirse) y cayéndole saliva por el suelo. Esta era la ocasión que estaba esperando Isis. Mezcló su saliva con tierra y utilizó su magia para crear una serpiente venenosa. Conociendo las costumbres del dios Sol, Isis dejó la serpiente en el cruce de caminos por el que pasaría cuando saliese del palacio que utilizaba cuando visitaba Egipto para dar un paseo. Tal como se planeó, la serpiente mordió al dios Sol, que inmediatamente sintió dentro de él un intenso ardor. Dio un alarido en el cielo y su Enéada vino deprisa para enterarse del problema. El dios Sol, corroído por el veneno, empezó a agitarse a medida que éste iba extendiéndose: "Vosotros, dioses, que surgisteis de mí... algo doloroso me ha atacado pero no conozco su naturaleza. No lo vi con mis ojos. No lo creé con mis manos... No hay agonía que se compare a esto." Los demás dioses, a pesar de las esperanzas de la suprema deidad de que su magia y sabiduría pudiesen curarlo, no podían más que llorar por su vigor perdido, fuente de toda vida. La dramática entrada de Isis rebosando simpatía dio esperanzas al dios Sol, que le contó su infortunio; se encontraba muy mal, congelándose e hirviendo al mismo tiempo, sudando, temblando, y perdiendo en ocasiones la visión.

Isis le propone un trato: su magia a cambio de su nombre secreto. Para él divulgar su nombre podía significar una pérdida de prestigio y la inseguridad de que alguien más conociese su naturaleza secreta y su más íntima identidad. Entonces, contesta con evasivas y enumera muchos de sus otros nombres:

Creador de los cielos y de la tierra
Moldeador de las montañas
Creador del agua del "Gran Diluvio" [diosa vaca primitiva]
Controlador de la inundación
Jepri por la mañana
Re al mediodía
Atum por la noche.

Isis le dice que su nombre secreto no está entre éstos, y el dolorosísimo veneno parece intensificarse. Finalmente, el dios Sol no puede aguantar más el tormento y accede. Está de acuerdo en decirle su nombre secreto a condición de que ella vincule a su hijo Horus al juramento de no decírselo a ningún otro ser. Vale la pena señalar aquí que, dado que el faraón de Egipto era manifestación del dios Horus, compartiría por tanto este poderoso conocimiento. De forma irritante, el rollo de papiro no revela el nombre que el dios Sol dio a Isis, pero pasa a dar las palabras del ensalmo que la diosa recitó para curarlo —una fórmula que, si se acompaña de un trago de "hierba de escorpión" mezclada con cerveza o con vino, curará a cualquiera que sufra a causa de una picadura venenosa.







en Mitos egipcios, 1990









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