En el cuadro luminoso estaban señalados el día y el año, 20 de agosto de 2425. El profesor dio un salto, tiró del calcetín, apretó el botón de gravedad y descendió lentamente, casi en un paso de danza.
–Sí, eso es, pueden grabar. La revolución del sexo, siglo veinte. La revolución de la gravedad, comienzos del siglo veintiuno. Y, la más importante de todas, la Revolución del Cerebro, comienzos del siglo veintitrés.
Una de las alumnas, en el fondo del aula, apretó un botón, dio un impulso y fue planeando por encima de sus colegas hasta poner una mano en el hombro del profesor. Su cuerpo fue descendiendo lentamente, mientras tocaba la frente del profesor con la punta de la lengua rosada. El profesor dijo que "sí" con la cabeza y la alumna fue al baño totalmente transparente que había al lado. Naturalmente toda la clase se puso de pie para observarla. Cuando recomenzó la lección el profesor todavía tenía un brillo de saliva en la frente.
–El primer trasplante de cabeza humana se realizó a comienzos del siglo veintiuno. Hasta para la medicina de aquella época era un trasplante muy fácil. Al principio la médula no se ligaba a la cabeza nueva. Resultado: el cuerpo permanecía inmóvil y sin ningún valor. Cuando consiguieron unir la médula, comenzaron a surgir absurdos como este. Al lado del profesor apareció la proyección de un hermoso cuerpo de joven con cabeza de vieja.
Alguien hizo algo en el fondo. El profesor apuntó con un dedo, y comenzó a irradiar una luz anaranjada que fue a dar a la punta de un seno de una joven de cabellos verdes. Todos se pusieron en puntillas, y cada uno olió la axila del compañero. La clase se volvió a interrumpir porque el profesor entró en el baño. Los altoparlantes de la sala ampliaron cien veces el sonido de la orina. El profesor era virtuoso. Regulaba el chorro por los puntos sensibles del inodoro, y el resultado era una verdadera sinfonía. Las últimas gotas fueron magistrales.
–En esa época –continuó, después de guardar el miembro en el estuche de fibra colorida– la ciencia se preocupaba por los veinticuatro nervios craneanos y los sesenta y seis nervios espinales. Cuando, cincuenta años después, comenzaron a trasplantar el cerebro mismo, tenían que correr para ligar los veinticuatro nervios mientras bombeaban sangre hacia la cabeza descarnada. Junto al profesor apareció un monstruo de cabeza abierta, en tres dimensiones. Un alumno lanzó un grito y dos jovencitas se hicieron un masaje sexo a sexo que las dejó sin fuerzas durante un buen rato. El profesor sonreía. Todas las interrupciones estaban ya programadas, para que el aula no perdiese interés. Luego, un alumno que estaba en el último año de la escuela de música, fue al baño. Su exhibición los dejó a todos pálidos de emoción. Al profesor no le gustó mucho porque esa parte no estaba prevista.
–El principal problema de los trasplantes cerebrales es el de la donación. En la época del trasplante de cabezas era difícil encontrar quién donase un cuerpo nuevo para una cabeza receptora. Cuando empezaron a trasplantar el cerebro, de cabeza a cabeza, el problema era el mismo. Al cuerpo entero se lo consideraba donante, y al pequeño cerebro, receptor. Por increíble que parezca, se descubrió que una mujer con cuerpo de hombre actuaba de un modo más eficiente y perfecto que los hombres con cuerpo de mujer.
–Profesor, no entendí –dijo un niño levantando la mano.
El profesor agarró el pequeño aparato del pupitre, fue junto al niño y le pegó la punta del tubo en la frente. Una pareja, tomada de la mano, aprovechó el intervalo para entrar en el baño. El profesor desconectó los altoparlantes. Al menos por ese día no quería más competidores. Sobre la mesa descendió una cabeza enorme. El profesor hizo un corte entre los pelos con un bisturí, y con mucha habilidad fue abriendo todo hasta llegar al cerebro. Clavó algo allí dentro, y pisó un pedal. El estrado se llenó de gente. Había un nuevo bebé haciendo caca, un hombre desnudo en posición de yoga, dos jovencitas cortándose mutuamente los pelos del sexo, y un padre sentado, con un libro antiguo, de papel, en la mano. El profesor le dio una patada a la criatura, que rodó de lado como si fuese una muñeca de trapo.
–Vean: esto que tenemos aquí son pensamientos, simples pensamientos; carecen de existencia real.
Fue junto al padre y lo abofeteó. El padre cayó al suelo con aire de desagrado, pero no reaccionó. El profesor dio un salto de lado y le sonrió a todo el mundo. Un alumno levantó la mano.
–No, nada de pipí musical.
El alumno miró alrededor, pero nadie lo apoyó. Fue al baño en silencio. Nadie lo oyó. El profesor continuaba sonriendo.
–Hacía ya siglos y siglos y siglos que se sabía que el cerebro funciona con electricidad, con simple electricidad... –los alumnos se reían a carcajadas–. Vean –continuó el profesor–: ustedes graban ahí –apuntó con un dedo hacia los grabadores de pulsera– del mismo modo que grabamos aquí –dijo, señalando la cabeza con un dedo.
El padre continuaba en el suelo, respirando con dificultad. Las jovencitas se habían rapado completamente, y el hombre desnudo saltaba con el bebé.
–Vean, vean –dijo el profesor; agarró un pequeño bastón, se rascó con él entre los propios cabellos y se acercó al cerebro abierto, en la cabeza que había encima de la mesa; hubo una confusión total: el bebé se transformó en un cachorrito de dos piernas, el padre comenzó a mirar de un modo sospechoso al yoga desnudo, y las jovencitas de sexo rapado cacareaban con esfuerzo–. Vean: una simple descarga de electricidad estática que actúa sobre las dendritas y los ramos de neuritas, y que acciona simplemente a ochenta mil sinapsis, todo con apenas diez milivoltios...
Usando el bastón, el profesor se rascó entre los pelos del sexo con satisfacción evidente. De la punta del bastón salían chispas. Parecía que se iba a masturbar pero, de pronto, acercó el bastón al cerebro abierto. El padre, que estaba acariciando al yoga, desapareció. Las jovencitas todavía dieron unos saltos, como si se quisieran agarrar del aire. El bebé se convirtió en una pequeña humareda azul que fue subiendo hasta el techo. El profesor agarró la cabeza por los pelos sucios de sangre y la tiró por el orificio para residuos que había en la pared.
–La mente, la inteligencia, el pensamiento, no son otra cosa que electricidad, debidamente grabados en el cerebro. Les voy a explicar... Substancias químicas con diferentes ionizaciones, especialmente iones de cloro, sodio y potasio, se fijan en la membrana de la punta sináptica de la célula y abren el camino que permite la entrada de un impulso...
A esa altura los alumnos se subían a los pupitres, se reían, se masturbaban en cadenas de besos ingrávidos, desde los tobillos hasta la raíz del pelo, desde el techo hasta el baño transparente donde más de cinco hacían pipí al mismo tiempo. Se reían y gritaban: –Llega, llega, lo sabemos, no importa.
El profesor estaba tan entusiasmado que parecía no oír.
–Noventa millones –decía– se llaman células gliales, transportan materiales sanguíneos a las células nerviosas...
Uno de los alumnos, que estaba desnudo, de extraños senos y de miembro masculino, se acercó por detrás, agarró el bastón que el profesor había dejado en la mesa y lo apoyó con suavidad en la parte posterior de la cabeza del profesor. El profesor dejó de hablar inmediatamente, y puso cara de inteligente como si fuera a tomar una decisión. Cuando recomenzó a hablar ya todos los alumnos estaban sentados en orden, prestando mucha atención.
–A comienzos del siglo veintitrés se empezaron a hacer los verdaderos trasplantes cerebrales, sin necesidad de las groserías quirúrgicas típicas de los siglos anteriores. Lo que ya se sabía desde hacía mucho tiempo se probó definitivamente. El cerebro, mediante la electricidad se limita a grabar los estímulos desde la formación del feto. Todos esos impulsos pueden ser desgrabados o transportados a otro cuerpo. Hecho eso, el individuo pasa a tener un cuerpo nuevo, y pueden también, a través del tiempo, habitar varios cuerpos. Bueno, todos ustedes saben perfectamente lo que le pasa al cerebro de un hombre que recibe un cuerpo de mujer. Saben también lo que pasa con el cerebro de mujer que recibe un cuerpo de hombre –el profesor hizo una pausa, bajó la luz de la sala, y siguió con voz dramática–. Cosas maravillosas, sensaciones maravillosas. Yo, por ejemplo, era mujer, una mujer muy bonita. Bueno, todavía lo soy –volvió despacio el rostro, mostró el perfil, meneó un poco las caderas–. Ser mujer con cuerpo de hombre es divino –se pasó la mano por el miembro con delicadeza; todos hicieron lo mismo, como mandaba la buena educación; nadie se atrevió a ir al baño, para no interrumpir ese momento; el profesor abrió los brazos, como si los estuviese abrazando a todos–. Vamos a contamos unos a otros nuestras impresiones. Ven aquí, no, tú no, quiero ese de pecho ancho.
El jovencito de pecho grande se levantó y empezó a hablar en otro idioma. Tenía una voz delicada y musical. Era mitad hombre y mitad mujer, sobrino de su propio padre por la parte masculina, y la parte femenina le venía de la prima de su madre, que se despedazara todo el cuerpo al dar un salto de mil metros de altura sin control de gravedad. Mientras él (o ella) hablaba, los alumnos hacían una corriente, tocándose todos alguna parte del cuerpo. El profesor danzaba en silencio, y parecía muy feliz.
Del otro lado de la pared media docena de personas observaban atentamente todo lo que pasaba en la sala de clase a través de visores que atravesaban la pared. Más atrás había un hombre acostado en una poltrona especial, rodeada de aparatos complicados. Uno de los observadores era una mujer muy bonita. Parecía que todo aquello era una novedad para ella. Se apartó del visor y fue hacia el hombre más viejo, que parecía un líder.
–Es increíble, es increíble –exclamó; el hombre más viejo, complaciente, tocó unos botones y esbozó una leve sonrisa, estaba ya esperando la pregunta; la joven continuó–: ¿Entonces todo eso que estamos viendo, y oyendo, sale de veras de la cabeza de ese hombre?
La muchacha señaló al hombre acostado, rodeado de aparatos. El líder la miró y le tocó una mano.
–Sí, todo eso son pensamientos, creaciones de ese hombre.
La muchacha fue hasta el visor, espió y volvió a preguntar:
–Pero ¿qué es la realidad? Si todo eso que se ve y se puede tocar del otro lado de la pared no es más que pensamiento...
El líder sonrió con dulzura, tiró él delantal, abrió los brazos, hizo unas flexiones, como un atleta que se prepara para un ejercicio. Mientras hacía eso, hablaba.
–Mire: músculos, venas, movimientos, sonidos que usted oye e interpreta. Vamos, pégueme aquí, en el brazo –la joven le pegó levemente en los músculos contraídos del brazo–. Preste atención; usted está viendo, está oyendo, está sintiendo... eso es la realidad.
Todos hicieron un círculo alrededor del líder, prestando mucha atención. Había seis personas en la sala, además del hombre acostado en la poltrona especial llena de aparatos. El líder hacía ahora movimientos muy extraños, mientras la muchacha comenzaba a tirar la ropa.
En la pared, exactamente detrás del líder, había unos círculos brillantes. Del otro lado de esa pared, por unos visores perfectos, unas personas observaban lo que hacían el líder y la muchacha. Junto a ellos tenían a alguien sentado en un complicado sillón, rodeado de aparatos por todos lados...
en Cuentos fantásticos y de ciencia ficción en América Latina, 1981
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