¿Qué es lo real, qué lo imaginario? “La vida es sueño”, nos sigue diciendo Calderón de la Barca. Lo cierto –dice nuestra Gente- es que venimos, estamos, y seguiremos andando en la dualidad finita e infinita, visible e invisible, resurgiendo en cada instante de nuestra misteriosa existencia, remecidos permanentemente por la sonoridad maravillosa del Silencio. El presente, su pensamiento, es nada más el casi vano intento –mas, imprescindible- de vislumbrar el territorio que media entre la memoria del pasado y la memoria del futuro.
En lo visible, Wenuleufv / el Río del Cielo que nos mira y es observado por nosotros, sombras apenas, fugaces, embelesándonos en nuestra verdadera condición: la Luz. Y en lo invisible, el Balsero de la muerte, aguardando –para cumplir su oficio- nuestros tristes cantos de separación. Así me estoy recordando ahora que es madrugada y en el campo los esteros y los ríos extienden su respirar de neblina y se despiden de la noche, mientras corren hacia el mar añorando a los bosques que se fueron.
Son las seis de la mañana. La quietud comienza a tornarse –poco a poco- en ruidoso vacío. Y es que la ciudad empieza a reanudar su fantasmagórico quehacer. Al taconear de alguien que pasa apresurado se suman los pasos lentos, vacilantes, de algunos hombres y mujeres que intentan –al parecer- hilvanar una conversación, pero que –cual programa de televisión- hablan todos a la vez y luego carcajean con estrépito, y que por un momento ¿de lucidez? callan, compadecidos a lo mejor de sí mismos (entonces debiera estar con ellos, me digo).
A esta hora, no sé porqué, los automóviles que pasan a lo lejos parecen avanzar como rodeados de agua o de viento; después chirridos de frenadas, bocinas, la explosión subterránea de camiones o de buses aún vacíos que avanzan raudos en distintas direcciones de la gran ciudad. Después, en el parque, las primeras señales de los treiles y los tiuques anunciarán la mañana, desatando el gorjeo de los gorriones sobre los techos de las casas.
La condición de los seres humanos, debatirnos entre el ensoñar tranquilo y enérgico (y trabajar para alcanzar un lugar para todos) u optar por el camino egoísta de las pequeñas o grandes cuotas de poder. Y nos ha tocado vivir esta época de mayor confusión quizás; de las utopías de plástico del mercado neoliberal (veo las mías sobre mi pequeña mesa cansada ya de tanta soledad), de la delincuencia mercantil establecida y avalada además por sus medios de comunicación. Nos ha tocado esta época de comida chatarra y cirugía plástica, para el cuerpo y el espíritu. Época de la denigración a la que hemos permitido nos sometan los adinerados de este país.
En el Chile actual, “a vista y paciencia”, se están loteando (como lo hicieron con nuestro País Mapuche, a finales del siglo 19 y comienzos del 20) las riquezas naturales que nos pertenecen a todos, a las generaciones de ayer / de hoy y de mañana. Como sabemos, en el mundo chileno ahora se legisla en base a la denominada “política de los consensos”, el acuerdo que abierta o encubiertamente favorece el enriquecimiento extremo, abusivo, de unas pocas familias -Luksic, Matte, Angelini, Piñera- y que facilita el paso siniestro de las transnacionales: los mercaderes de la madera, de las energías hídricas, de los minerales, del aire (las consecuencias de la contaminación y las telecomunicaciones), y de todo lo que pueda servirles para convertirlo en dinero.
Debemos detener ahora su avance nefasto, caso contrario sentiremos pronto el estruendo de sus máquinas socavando el subsuelo de nuestros campos y ciudades. ¿Qué les diremos entonces a las hijas y a los hijos de nuestras hijas e hijos? “El Pueblo Mapuche, hoy con la memoria de Kolo Kolo, Kallfvlikan, Leftraru, Janekew, Kallfvkura y tantos más, no ha dejado de luchar en defensa de nuestra Madre Tierra que nos regala todo lo que necesitamos y cuya Ternura debemos agradecer a cada instante”, nos está diciendo nuestra gente perseguida y encarcelada por el Estado, pero que a pesar de la tristeza está de pie, parlamentando “como lo hicieron nuestros Antepasados”.
Aún con nubarrones, la mañana me dice que vale la pena estar vivos.
en El Periodista, 20 de mayo, 2008.
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