Ensayo de Armando Roa Vial /
Traducciones de Armando Roa Vial y Juan Carlos Villavicencio
Traducciones de Armando Roa Vial y Juan Carlos Villavicencio
John Berryman fue tal vez el acróbata más fúnebre de la poesía norteamericana. Digámoslo: la suya fue una acrobacia autodestructiva, confundidos el victimario y la víctima, allí donde la contundencia de la muerte golpea con más fuerza: en la pérdida de toda certidumbre respecto a la vida como ocasión de plenitud o celebración. Ni siquiera el lenguaje sale indemne de este tránsito doloroso; la palabra, para el poeta, es sólo una instancia de conquista dudosa o provisional. Es, por lo tanto, el itinerario del desalojo, la desazón de un hombre «sin atributos» para quien la única huida parecía estar en la ruptura. Por eso el «soy nadie» de Celan es contrapunteado por Berryman no como un gesto retórico; tampoco como una fórmula ritual. Es, ante todo, tarjadura de apetencias y sueños, de la ilusión como centro de cuanto somos, expresión de una «voluntad cósmica» –en sentido schopenhaueriano–, que al ser eslabón solitario de la vida, acaba por consumirla. Schopenhauer –recuerda Copleston– vislumbraba en la voluntad el fundamento de cada ente; encadenados a ella, no hay sosiego posible: «su acometida es tenaz pero siempre fallida: su triunfo no es más que la fugaz consumación del deseo», una apuesta abortada por un brutal sentimiento de menoscabo. Berryman, de la mano de Schopenhauer, recurre con insistencia a la metáfora del hombre como un ser a la deriva, solazándose en el desamparo, sin puntos cardinales, pasto de polvo y gusanos, transformando al poema en un juego clandestino entre la vida y la muerte. Henry, el heterónimo de Berryman en Dream Songs, es el portavoz por excelencia de este sentimiento: «un portavoz de lo que ya no tiene voz», cuando la vida se transforma en una herida prematuramente abierta por un universo desarbolado de todo sentido transfigurador. No se trata, pues, de un hombre perseverando en su voluntad de ser; para Berryman, el hombre simplemente debe omitirse ante la acometida de un porvenir donde sólo repican la ruina y la soledad.
Desterrado de sí mismo, Berryman se suicida en 1972. Releer su vida es encontrar el eco preciso a los versos de Pierre Reverdy: «Nada responde a mi llamada enmudecida / nada se opone a esa mueca brutal que siega mi cosecha».
en Elogio de la Melancolía, Edición definitiva, 2007
II. John Berryman / Muestra:
DREAM SONG 29
Traducción de Juan Carlos Villavicencio
Algo se asentó, una vez, en el corazón de Henry,
tan pesado, que si hubiera tenido cien años más
& más & gimiendo, insomne, en todo ese tiempo
Henry no habría prosperado.
Comienza siempre de nuevo en los oídos de Henry
la breve tos en alguna parte, una fragancia, una campanada.
Y entonces hay otra cosa en su mente
como un grave rostro sienés mil años
fallaría en manchar el aún perfilado reproche de lo Horrible,
con los ojos abiertos, atiende, ciego.
Todas las campanas dicen: demasiado tarde. Esto no es para lágrimas;
una manera de pensar.
Pero Henry nunca acabó con nadie, nunca como creyó
haber hecho y cercena el cuerpo de ella
y esconde los trozos, donde puedan ser encontrados.
Él sabe: va a verlos a todos, & nadie ha desaparecido.
A menudo él los enumera, al amanecer.
Nadie ha desaparecido jamás.
EPÍLOGO
Traducción de Armando Roa Vial
Murió en diciembre. Debió caer
en algún lugar borroso y frío, el alma y su sello,
la gracia boca abajo y toda la finura arruinada
en alguna parte. La imaginación
ya no llega hasta ahí. Ambos tocamos fondo.
No hay sustantivos ni verbos para expresar lo que siento.
Traducción de Juan Carlos Villavicencio
Ella ha huido lejos en espíritu
de mí. Los huéspedes
de los pesares vienen & me encuentran vacío.
No siento que esto cambiará.
No quiero nada
ni a nadie, familiar o extraño.
No pienso cantar
nunca más desde ahora;
jamás. Debo partir
a sentarme con un rostro ciego
sobre un desierto corazón.
Dream Song 29
There sat down, once, a thing on Henry’s heart // só heavy, if he had a hundred years / & more, & weeping, sleepless, in all them time / Henry could not make good. / Starts again always in Henry’s ears / the little cough somewhere, an odour, a chime. // And there is another thing he has in mind / like a grave Sienese face a thousand years / would fail to blur the still profiled reproach of. Ghastly, / with open eyes, he attends, blind. / All the bells say: too late. This is not for tears; / thinking. // But never did Henry, as he thought he did, / end anyone and hacks her body up / and hide the pieces, where they may be found. / He knows: he went over everyone, & nobody’s missing. / Often he reckons, in the dawn, them up. / Nobody is ever missing.
Epilogue
He died in December. He must descend / Somewhere, vague and cold, the spirit and seal, / The gift descend, and all that insight fail / Somewhere. Imagination one’s one friend / Cannot see there. Both of us at the end. / Nouns, verbs do not exist for what I feel.
He resigns
Age, and the deaths, and the ghosts. / Her having gone away / in spirit from me. Hosts / of regrets come & find me empty. // I don’t feel this will change. / I don’t want any thing / or person, familiar or strange. / I don’t think I will sing // any more just now; / or ever. I must start / to sit with a blind brow / above an empty heart.
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