Fragmento
Los utópicos creen de esta forma que la naturaleza ordena una vida feliz, o se de placer, como fin de nuestras obras, y define la virtud como vivir según sus ordenanzas. Si la naturaleza aconseja a los hombres una vida más fácil ayudándose, cosa que se realiza con buenos motivos, pues nadie está tan por encima de la suerte de la humanidad que la naturaleza únicamente deba ocuparse de él, ya que siente igual afecto por todos los seres de idéntica especie y los fortalece en una misma comunión, claro está que te avisa constantemente que no debes buscar tu felicidad a costa del infortunio de los demás.
Por ello opinan que deben ser observados no sólo los pactos que se establecen entre particulares, sino las leyes públicas, tanto si fueran ordenadas por un buen gobernante como si el pueblo las hubiera aprobado de común acuerdo, sin pesar sobre él cualquier asomo de tiranía o engaño, y que trata del reparto de los dones de la vida, que quiere decir de lo que es objeto de placer.
Desear el propio interés sin infringir las leyes, es razonable; querer, además, el bienestar general es humano; pero arruinar la felicidad del prójimo para alcanzar la de uno mismo, es una acción inmoral, y, en cambio, despojarse de algo muy provechoso para beneficiar a otros es una acción caritativa. Verdaderamente, este acto es tal que jamás priva de tanto bien como complace, pues la conciencia de obrar con generosidad, el agradecimiento de los que la reciben satisface más al espíritu que el goce que obtendría el cuerpo si se abstuviera. Para terminar, es fácilmente comprensible para cualquiera que crea en alguna religión que Dios recompensa con una alegría inmensa el sacrificio de un placer corporal y breve. Así, pues, de todo ello los utópicos infieren que debemos considerar nuestras acciones y las virtudes como encaminadas al placer y a la felicidad.
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