"Todo lo que tengo en esta vida son mis cojones y mi palabra". Es una de las frases que inmortalizó a Tony Montana en Scarface, sin duda alguna, uno de los mayores clásicos de Brian De Palma. No obstante, hay algo que me impide afirmar que esta excelente película sea redonda del todo. Pero esto lo aclararé más adelante.
Brian De Palma es un director al que ciertos sectores de la crítica no le dejan escapar ni la menor duda. Se le acusa de ser un plagiador, sobre todo en lo que respecta a las referencias sobre Alfred Hitchcock, cuestión dudosa. Lo que sí es cierto es que la majestuosidad en la puesta en escena que despliega en todas sus películas, es algo que pocos poseen, pues convierte la mayor parte de sus obras (y ésta no es una excepción) en una auténtica delicia visual. Scarface es un remake de un título muy anterior: Scarface, el Terror del Hampa, del maestro Howard Hawks, obra maestra y título cumbre que supuso un punto de inflexión y nacimiento del mejor cine negro. Oliver Stone fue el encargado de adaptar este guión a la obra DePalmiana. Ahora, Scarface, se centraba en el ascenso y caída del imperio creado por Tony Montana, perseguidor del "American Dream".
La historia comienza con un prólogo histórico que nos sitúa en la Cuba de los 80, cuando unos 125.000 cubanos (25.000 de ellos delincuentes de poca monta y enemigos del régimen castrista) afrontan la salida del país, favorecida por Fidel Castro, hacia los Estados Unidos. Entre éstos se encuentra Antonio Montana (Al Pacino), un matón de tres al cuarto que persigue a toda costa el éxito. Junto a él se encuentra su amigo inseparable, Manny Ray (Steven Bauer). Para despuntar, Montana, elige el camino más fácil: el de la corrupción y la violencia en la opulenta Miami de la era Reagan. Empezando con un trabajo para un ostentoso magnate de la droga llamado Frank López, poco a poco, su carácter y su ansia de poder le hacen subir como la espuma en el violento y corrupto imperio de la droga. A sangre y plomo va subiendo cada vez más escalones, lo que le permite configurar un gran imperio en donde la opulencia y la corrupción se dan la mano. Pero ya se sabe: todo lo que sube acaba cayendo, y cuanto más grande, más fuerte es el golpe. Su carrera hacia la fama, el dinero, las mujeres y el control de la cocaína en esa Miami ochentera es meteórica. El deseo por poseerlo todo, por ser el amo del mundo se materializa en una lujosa mansión y en esa gran esfera del mundo en la que reza la frase: "The World is Yours". Y es que Montana, lejos de la discreción, no tiene el más mínimo interés por esconder su riqueza y opulencia.
Tony Montana es un ser destructivo que arrasa y engulle todo lo que toca: por ejemplo en sus relaciones con Gina, su hermana (Mary Elizabeth Mastrantonio), a quien, o bien su deseo de posesión, su cariño o su sentido de protección hacia ella, acaba por destrozarla, o, también por ejemplo, en las relaciones con su madre (pues Montana acaba por romper la armonía existente entre madre-hija) y sus relaciones conyugales con Elvira (Michelle Pfeiffer), su futura esposa, anteriormente mujer de su antiguo jefe, Frank. Eso sí, por lo que se mueve Montana es por instinto y su afán de posesión, nada para él es imposible de ser poseído. Tampoco las mujeres. La tortuosa relación Montana-Elvira tan sólo puede acabar de la manera que acaba con esa magnífica escena en el restaurante. A partir de aquí, el imperio que había configurado el carismático Tony, mediante la violencia, va desmoronándose a marchas forzadas. La relación con el verdadero señor de la coca, un boliviano llamado Sosa, se enturbia cada vez más, y es esto lo que acelera aún más el declive de su imperio. Así las cosas, toda esta debacle, ya sin remedio alguno, se materializa en una violentísima escena final, símbolo del desmoronamiento total del imperio de Montana.
Stone y De Palma configuran y llevan hasta el exceso un antihéroe chabacano, altanero, sin escrúpulos y violento, pues es su carácter agresivo lo que le permite, casi sin problema alguno, despuntar en la vida y llegar a la tan ansiada fama, al precio que sea. Y la verdad es que lo consiguen, creando, con este personaje tan poco afín a moralidad alguna (al menos en apariencia), todo un ícono cinematográfico que pasó, merecidamente, a la historia del cine. Pero a pesar de la aparente vacuidad de cualquier tipo de sentimiento en un hombre como Montana, éste se muestra en contadas ocasiones como un ser con sentimientos y conflictos morales. Y es esto lo que hace ser fascinante a un personaje como éste: un hombre frío a la hora de ejecutar la violencia más descarnada, pero que a la vez se torna como una persona sensible en ciertas ocasiones (siempre en los límites de su personalidad), incluso al llegar a cuestionar la moralidad de sus acciones.
Este exceso en la creación de Montana, encuentra su justificación en la elevación del personaje a cotas casi místicas, llegando a pensar, por momentos, en el carácter inmortal de este antihéroe en toda regla. Pero esta inmortalidad que envuelve al personaje y la incondicionalidad de sus seguidores (que los tiene, y muchos). No hubiese sido tal si debajo de la piel no hubiese estado el que está, me refiero a Al Pacino, que hace un 'tour de force' impecable. El estilo fanfarrón, chulesco y la mala uva que destila el personaje lo imprime magistralmente un excelente Pacino en uno de los mejores papeles de su vida, memorable e irrepetible.
Y es que si algo sobresale en esta película son las impecables interpretaciones de todos y cada uno de los actores: empezando por el inmortal personaje de Pacino, pasando por una excelente Michelle Pfeiffer o por la soberbia interpretación de la hermana de Montana a cargo de Mary Elizabeth Mastrantonio, hasta llegar a actores como Robert Logia o F. Murray Abraham en roles más secundarios pero no menos brillantes.
Hay que hacer referencia también al buen guión de la película, obra del citado Oliver Stone. Además de la excelente creación del personaje de Montana (con sus contradicciones interiores) y la dosificación de escenas pletóricas de violencia, tienen cabida también unos buenos diálogos libres de parafernalias y pequeños matices críticos sobre su país y el sistema capitalista de consumo (no nos olvidemos que estamos hablando de Stone), que crea seres como este personajillo venido de la nada con ansias de comerse el mundo.
Como no podía ser de otra forma, también es obligatorio detenerse en lo respectivo a la dirección de De Palma, y es que esta película es todo un talante y ejemplo de cómo debe ser una puesta en escena. Es decir, que una vez más, la excelente dirección de De Palma se repite aquí, creando cuadros verdaderamente sutiles y soberbios. Pero a veces (y aquí viene el hecho de que no considere esta película como una obra totalmente redonda) hay que reconocer que al director de Carlito’s Way se le va la mano en algunas escenas de la película, sacando las cosas de su contexto, por muy bien hechas que estén (algo indudable). Un clarísimo ejemplo sería la operística y nihilista escena del desmoronamiento físico del imperio de Montana, una escena arrolladora en su puesta en escena y llena de violencia pero que, decididamente, no engancha muy bien con lo que se venía contando anteriormente. Como ya ha quedado obvio, la violencia está muy presente en Scarface, pero es una violencia que se presenta, hasta un cierto punto, estilizada y hasta coreografiada, sobre todo en la innumerable veces citada escena final, donde el exceso, la acción y la violencia confluyen como un torrente. No obstante, como en la mayoría de películas rodeadas del ambiente gangsteril, la violencia es también el motor que mueve a los personajes. Todos ellos se ven envueltos en ella y ayuda a comprender el entorno por el que se mueven.
Aspectos técnicos como la estupenda dirección artística o la fotografía son dignos de elogio. Digno de elogio lo es también la penetrante y arrolladora banda sonora de Giorgo Moroder, que da a la película la fuerza que las imágenes necesitan. La duración de la misma (casi tres horas) podría ser también obstáculo para su seguimiento, pero la cinta está narrada ágilmente y su buen ritmo hace que el interés no decaiga en ningún momento.
Para concluir y pese a sus nimias irregularidades en algunos de sus excesos visuales, si se quiere disfrutar de una película penetrante en su propuesta visual y magistralmente interpretada, Scarface es una excelente opción.
Brian De Palma es un director al que ciertos sectores de la crítica no le dejan escapar ni la menor duda. Se le acusa de ser un plagiador, sobre todo en lo que respecta a las referencias sobre Alfred Hitchcock, cuestión dudosa. Lo que sí es cierto es que la majestuosidad en la puesta en escena que despliega en todas sus películas, es algo que pocos poseen, pues convierte la mayor parte de sus obras (y ésta no es una excepción) en una auténtica delicia visual. Scarface es un remake de un título muy anterior: Scarface, el Terror del Hampa, del maestro Howard Hawks, obra maestra y título cumbre que supuso un punto de inflexión y nacimiento del mejor cine negro. Oliver Stone fue el encargado de adaptar este guión a la obra DePalmiana. Ahora, Scarface, se centraba en el ascenso y caída del imperio creado por Tony Montana, perseguidor del "American Dream".
La historia comienza con un prólogo histórico que nos sitúa en la Cuba de los 80, cuando unos 125.000 cubanos (25.000 de ellos delincuentes de poca monta y enemigos del régimen castrista) afrontan la salida del país, favorecida por Fidel Castro, hacia los Estados Unidos. Entre éstos se encuentra Antonio Montana (Al Pacino), un matón de tres al cuarto que persigue a toda costa el éxito. Junto a él se encuentra su amigo inseparable, Manny Ray (Steven Bauer). Para despuntar, Montana, elige el camino más fácil: el de la corrupción y la violencia en la opulenta Miami de la era Reagan. Empezando con un trabajo para un ostentoso magnate de la droga llamado Frank López, poco a poco, su carácter y su ansia de poder le hacen subir como la espuma en el violento y corrupto imperio de la droga. A sangre y plomo va subiendo cada vez más escalones, lo que le permite configurar un gran imperio en donde la opulencia y la corrupción se dan la mano. Pero ya se sabe: todo lo que sube acaba cayendo, y cuanto más grande, más fuerte es el golpe. Su carrera hacia la fama, el dinero, las mujeres y el control de la cocaína en esa Miami ochentera es meteórica. El deseo por poseerlo todo, por ser el amo del mundo se materializa en una lujosa mansión y en esa gran esfera del mundo en la que reza la frase: "The World is Yours". Y es que Montana, lejos de la discreción, no tiene el más mínimo interés por esconder su riqueza y opulencia.
Tony Montana es un ser destructivo que arrasa y engulle todo lo que toca: por ejemplo en sus relaciones con Gina, su hermana (Mary Elizabeth Mastrantonio), a quien, o bien su deseo de posesión, su cariño o su sentido de protección hacia ella, acaba por destrozarla, o, también por ejemplo, en las relaciones con su madre (pues Montana acaba por romper la armonía existente entre madre-hija) y sus relaciones conyugales con Elvira (Michelle Pfeiffer), su futura esposa, anteriormente mujer de su antiguo jefe, Frank. Eso sí, por lo que se mueve Montana es por instinto y su afán de posesión, nada para él es imposible de ser poseído. Tampoco las mujeres. La tortuosa relación Montana-Elvira tan sólo puede acabar de la manera que acaba con esa magnífica escena en el restaurante. A partir de aquí, el imperio que había configurado el carismático Tony, mediante la violencia, va desmoronándose a marchas forzadas. La relación con el verdadero señor de la coca, un boliviano llamado Sosa, se enturbia cada vez más, y es esto lo que acelera aún más el declive de su imperio. Así las cosas, toda esta debacle, ya sin remedio alguno, se materializa en una violentísima escena final, símbolo del desmoronamiento total del imperio de Montana.
Stone y De Palma configuran y llevan hasta el exceso un antihéroe chabacano, altanero, sin escrúpulos y violento, pues es su carácter agresivo lo que le permite, casi sin problema alguno, despuntar en la vida y llegar a la tan ansiada fama, al precio que sea. Y la verdad es que lo consiguen, creando, con este personaje tan poco afín a moralidad alguna (al menos en apariencia), todo un ícono cinematográfico que pasó, merecidamente, a la historia del cine. Pero a pesar de la aparente vacuidad de cualquier tipo de sentimiento en un hombre como Montana, éste se muestra en contadas ocasiones como un ser con sentimientos y conflictos morales. Y es esto lo que hace ser fascinante a un personaje como éste: un hombre frío a la hora de ejecutar la violencia más descarnada, pero que a la vez se torna como una persona sensible en ciertas ocasiones (siempre en los límites de su personalidad), incluso al llegar a cuestionar la moralidad de sus acciones.
Este exceso en la creación de Montana, encuentra su justificación en la elevación del personaje a cotas casi místicas, llegando a pensar, por momentos, en el carácter inmortal de este antihéroe en toda regla. Pero esta inmortalidad que envuelve al personaje y la incondicionalidad de sus seguidores (que los tiene, y muchos). No hubiese sido tal si debajo de la piel no hubiese estado el que está, me refiero a Al Pacino, que hace un 'tour de force' impecable. El estilo fanfarrón, chulesco y la mala uva que destila el personaje lo imprime magistralmente un excelente Pacino en uno de los mejores papeles de su vida, memorable e irrepetible.
Y es que si algo sobresale en esta película son las impecables interpretaciones de todos y cada uno de los actores: empezando por el inmortal personaje de Pacino, pasando por una excelente Michelle Pfeiffer o por la soberbia interpretación de la hermana de Montana a cargo de Mary Elizabeth Mastrantonio, hasta llegar a actores como Robert Logia o F. Murray Abraham en roles más secundarios pero no menos brillantes.
Hay que hacer referencia también al buen guión de la película, obra del citado Oliver Stone. Además de la excelente creación del personaje de Montana (con sus contradicciones interiores) y la dosificación de escenas pletóricas de violencia, tienen cabida también unos buenos diálogos libres de parafernalias y pequeños matices críticos sobre su país y el sistema capitalista de consumo (no nos olvidemos que estamos hablando de Stone), que crea seres como este personajillo venido de la nada con ansias de comerse el mundo.
Como no podía ser de otra forma, también es obligatorio detenerse en lo respectivo a la dirección de De Palma, y es que esta película es todo un talante y ejemplo de cómo debe ser una puesta en escena. Es decir, que una vez más, la excelente dirección de De Palma se repite aquí, creando cuadros verdaderamente sutiles y soberbios. Pero a veces (y aquí viene el hecho de que no considere esta película como una obra totalmente redonda) hay que reconocer que al director de Carlito’s Way se le va la mano en algunas escenas de la película, sacando las cosas de su contexto, por muy bien hechas que estén (algo indudable). Un clarísimo ejemplo sería la operística y nihilista escena del desmoronamiento físico del imperio de Montana, una escena arrolladora en su puesta en escena y llena de violencia pero que, decididamente, no engancha muy bien con lo que se venía contando anteriormente. Como ya ha quedado obvio, la violencia está muy presente en Scarface, pero es una violencia que se presenta, hasta un cierto punto, estilizada y hasta coreografiada, sobre todo en la innumerable veces citada escena final, donde el exceso, la acción y la violencia confluyen como un torrente. No obstante, como en la mayoría de películas rodeadas del ambiente gangsteril, la violencia es también el motor que mueve a los personajes. Todos ellos se ven envueltos en ella y ayuda a comprender el entorno por el que se mueven.
Aspectos técnicos como la estupenda dirección artística o la fotografía son dignos de elogio. Digno de elogio lo es también la penetrante y arrolladora banda sonora de Giorgo Moroder, que da a la película la fuerza que las imágenes necesitan. La duración de la misma (casi tres horas) podría ser también obstáculo para su seguimiento, pero la cinta está narrada ágilmente y su buen ritmo hace que el interés no decaiga en ningún momento.
Para concluir y pese a sus nimias irregularidades en algunos de sus excesos visuales, si se quiere disfrutar de una película penetrante en su propuesta visual y magistralmente interpretada, Scarface es una excelente opción.
1 comentario:
Por algo esta película se ha convertido en todo un clásico del cine. Es un referente de los largometrajes que tratan el problema de la droga. Se pueden hacer muchas interpretaciones sobre el contenido de la cinta y todas serían válidas. Una de las reflexiones que hago, es que el protagonista nunca logra ser feliz ni aproximarse levemente a ese estado. En cualquiera de los dos sistemas en los que le toca vivir es un ser desdichado y sin rumbo. La opulencia material no lo libra de la infelicidad. Por lo contrario, termina acentuándola.
Jorge Queirolo Bravo
Escritor y periodista
Publicar un comentario