La circunstancia de haber tenido en las manos un libro de Kant -esa circunstancia completamente fortuita, a la que en su momento no había prestado gran atención- repercutió en él profundamente. Le era conocido de oídas el nombre de Kant y lo consideraba la última palabra de la filosofía, como suelen opinar quienes sólo tienen un remoto contacto con las ciencias del espíritu. Y la creencia en esa autoridad había sido uno de los motivos por los cuales Törless, hasta entonces, no se había sentido atraído por los libros serios. Los muchachos muy jóvenes, una vez pasado el período en que quieren ser cocheros, jardineros o confiteros, suelen abrazar con la fantasía aquellas profesiones que parecen ofrecer a su ambición la mejor posibilidad de sobresalir y distinguirse. Cuando dicen que quieren ser médicos, ello significa que alguna vez vieron un bonito consultorio atestado de pacientes o una vitrina con curiosos instrumentos quirúrgicos, o algo por el estilo. Si hablan de la carrera diplomática, piensan en el brillo y en la distinción de los salones internacionales. En suma, que eligen su profesión según el medio en que les gustaría verse v según la pose que más les agradaría adoptar.
Ahora bien, el nombre de Kant siempre se había pronunciado ante Törless con el aire de estar hablando de un misterioso e inquietante santo. Y Törless no podía pensar sino que Kant había resuelto definitivamente los problemas de la filosofía y que después de él la filosofía misma era una ocupación ociosa, sin finalidad, así como creía que después de Schiller y Goethe ya no era lícito componer poesía.
En casa de sus padres, esos libros estaban en el armario de cristales verdes, en el cuarto de trabajo del consejero, y Törless sabía que ese armario no se abría nunca, salvo para mostrar algún libro a un visitante. Era como el santuario de una deidad a la que uno no se acerca gustosamente y a la que venera sólo porque, gracias a que ella existe, ya no necesita uno preocuparse por ciertas cosas.
Esa actitud frente a la filosofía y la literatura había ejercido una desdichada influencia en el desarrollo de Törless, y a ella debía muchas horas tristes. Por esta causa, sus anhelos se desviaron de los objetivos más adecuados y quedaron -mientras Törless, privado de una meta natural, luchaba por encontrar otra- a merced de la brutal y decidida influencia de los compañeros. Sus inclinaciones sólo volvían de vez en cuando, avergonzadas, y dejaban en la conciencia de Törless la sensación de haber hecho algo inútil y ridículo. Sin embargo, poseían tal intensidad, que Törless no llegaba nunca a librarse de ellas, y esta lucha constante era la causa de que a su ser le faltasen unas líneas claras que lo definieran y un camino recto que seguir.
Pero aquel día, su actitud frente a la filosofía parecía haber entrado en una nueva fase. Los pensamientos a los que en vano había buscado hoy una explicación ya no eran los eslabones inconexos de una juguetona imaginación, sino que se revolvían en él, no lo dejaban tranquilo, y Törless sentía con todo su cuerpo que detrás de ellos alentaba algo de su propia vida. Esto era completamente nuevo para él. Un estado casi de ensueño, de misterio. Acaso se hubiera desarrollado obedeciendo silenciosamente a la presión de los últimos tiempos y ahora, de pronto, se manifestaba con ávidos dedos. Le ocurría como a una madre que, por primera vez, siente los movimientos imperiosos del fruto de su cuerpo.
Fue una tarde de entrañable goce espiritual.
Törless sacó del cajón todos los intentos poéticos que había hecho y que había conservado allí. Se sentó con ellos junto al hogar y permaneció solo y sin que nadie lo viera, detrás del gran biombo. Hojeaba un cuadernillo tras otro, luego lo rompía lentamente y, saboreando una y otra vez la fina conmoción de la despedida, lo arrojaba al fuego.
Quería dejar detrás de sí todo lastre anterior, como si lo único que importara ahora fuera concentrar la atención en dirigir los pasos hacia adelante.
1906
domingo, marzo 09, 2008
"Las tribulaciones del estudiante Törless", de Robert Musil
Fragmento
Törless pasó el resto del día en estado de gran excitación.
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