Fragmento
Cuando nos acercamos a ellas, las dos mujeres pegaron un brinco, igual que si el demonio las hubiera poseído de repente. Entramos en una casa, tan pequeña que tuve la impresión de que fuera a darme de cabeza contra el techo. Con una sonrisa que dejó al descubierto sus dientes de oro y sus encías, la más fea de las dos mujeres, que hablaba con rústico acento, me llevó a un cuarto con tres esteras.
El sentido del deber me obligó a abrazarla. Después me dispuse a besarla.
Sus anchos hombros comenzaron a estremecerse de loca risa.
-¡No hagas eso! ¡Te vas a manchar con lápiz de labios! Te enseñaré cómo se hace.
La prostituta abrió la bocaza, quedando sus dientes de oro enmarcados por los labios pintados, y sacó la lengua, muy gorda, como si de un palo se tratara. Siguiendo su ejemplo, también saqué la lengua. Y las puntas se tocaron...
Quizá mis palabras no sean comprendidas si digo que hay una clase de insensibilidad que parece un feroz dolor. Sentí que todo mi cuerpo quedaba paralizado por un dolor de esa clase, un dolor muy intenso, pero que no podía sentir en modo alguno. Dejé caer la cabeza en la almohada.
Diez minutos después, ya no cabía la menor duda acerca de mi incapacidad. Las rodillas me temblaban de vergüenza.
El sentido del deber me obligó a abrazarla. Después me dispuse a besarla.
Sus anchos hombros comenzaron a estremecerse de loca risa.
-¡No hagas eso! ¡Te vas a manchar con lápiz de labios! Te enseñaré cómo se hace.
La prostituta abrió la bocaza, quedando sus dientes de oro enmarcados por los labios pintados, y sacó la lengua, muy gorda, como si de un palo se tratara. Siguiendo su ejemplo, también saqué la lengua. Y las puntas se tocaron...
Quizá mis palabras no sean comprendidas si digo que hay una clase de insensibilidad que parece un feroz dolor. Sentí que todo mi cuerpo quedaba paralizado por un dolor de esa clase, un dolor muy intenso, pero que no podía sentir en modo alguno. Dejé caer la cabeza en la almohada.
Diez minutos después, ya no cabía la menor duda acerca de mi incapacidad. Las rodillas me temblaban de vergüenza.
1949
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