lunes, diciembre 31, 2007

"Los caminos de la vida. Un escrito sobre las cumbias", de Juan Carlos Villavicencio






...si has gozado también has sufrido,
si has llorado también has reído.


No creo que exista ser humano que haya podido librarse de la batalla entre el sol y la luna, y de ese giro de muerte y esplendor en los ciclos que son las estaciones. Ahora más que asomado el verano y a la espera de la convención que implica ‘el paso de un año a otro’, varias son las mezclas de ánimos que se cruzan por estas fechas. El caso es que todos los ánimos se cruzan siempre y los espejos dan cuenta de las sonrisas o las lágrimas que caen, de los rostros familiares reunidos o la soledad de un respiro y la ignorancia de lo que podría detener la oscuridad.

La cumbia es fiel reflejo de esta reflexión o el abandono a una nueva noche y sus euforias, de esa carga emocional que nos posee y de la que a veces necesitamos renegar. Está en la piel reaccionar ante ella. Lo primero que nos regalan los compases de El Galeón Español o de Daniela, por ejemplo, es un impulso, una sonrisa, un ansia de juerga, pero que sin darnos cuenta nos habla también varias veces de esa nostalgia o de esa pena irreparable. De ahí esa imagen arquetípica de aquel guachaca sensible aferrado a un trago, bailando y cantando decidido una cumbia solo, con los ojos húmedos y añorantes de lo que ya no está.

Amplio es el espectro de la cumbia, obvio, ya que se habla de un tipo de música que como todo arte es reflejo, imagen que se da en las armonías de este espejo de nuestros pasos y nuestras huellas. Las más famosas de los últimos tiempos, a cargo, principalmente, de la Sonora Palacios y la Sonora de Tommy Rey, dan cuenta de ciertas carencias que reiteran la danza de la tierra junto al sol. Aún cuando se hable de Un año más, y ese conformismo acerca del paso del tiempo, está la nostalgia de todos los años que “se han ido ya”. Está la locura de ese Edipo no resuelto en Agua que no has de beber, ese amor imposible al que se canta como dueña, aunque se retorne a la madre. Está el tema de la ausencia de la amada y su dolor cruzando el pecho en Pedacito de mi vida: “Qué vacío hay en mi alma / qué amargura en mi existir / siento que me haces falta / yo no sé vivir sin ti”; o del dolor del amor no correspondido en Daniela (en la versión de Chico Trujillo, grupo a no olvidar jamás), o en la tremenda Que te mate el tren, donde el amor y el odio se entrelazan en la despedida: “Adiós, adiós, adiós / que te vaya bien / amor, amor, amor / que te agarre un carro / que te parta un rayo / que te mate un tren”. Sin embargo, nos es conveniente obviar sus palabras y preferimos bailar o tararear. ¿Por qué?

Todos los días el sol vuelve a salir y el fuego se vuelve a encender, volviendo a florecer los parques y sus noches, en la esperanza, el dolor y la alegría que confluyen cada vez que necesitamos conmemorar algo colectivamente, en ese devenir por los caminos de la vida, que no son lo que yo creía, pero que vale la pena seguir descubriendo, como decía el hermano Catador de Bondades, con nostalgia de futuro, y los dados ya lanzados sin mirar. Sí... un año más.




Reescritura del texto aparecido en El guachaca, el año 2005.







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