jueves, noviembre 15, 2007

"Sociabilidad chilena", de Francisco Bilbao

Introducción




Descends du haut des cieux, auguste vérité!

VOLTAIRE


En las épocas transitorias de la civilización aparece esa multitud de espíritus decaídos. La inspiración que necesita un objeto, la voluntad, un apoyo para ejercer su poder, languidecen al faltarles el aliento vivificante de la fe. El poder de expansión que solicitan, se amortigua a la presencia de la indiferencia externa, o por la impotencia de la fe que anhelan. Observan al universo por medio del análisis y lo divisan cubierto por la nieve del invierno. Entonces el poder que sienten se concentra y devora la misma actividad que lo alimenta. Así vemos esos hombres que nacidos en la tranquilidad de la materia, desesperan al penetrar en el infierno, subterráneo de las sociedades. Pero en medio de todo esto, en medio del lento desarrollo que tenemos; en medio de este desierto sin guía: la sociedad al presente; en medio de los elementos sociales que de vez en cuando se sublevan, suelen aparecer ciertos hechos, inspiraciones, o incidentes que nos deciden en la marcha ambigua, que nos sacuden, nos detienen, nos hacen pedir cuenta de lo que vemos y de lo que columbramos. Entonces el individuo de aislado que vivía, tiende su mano para seguir el carro de la sociedad, y de egoísta, pasa a [64] escuchar el gemido del hermano. Entonces calla la anarquía de su vida intelectual y arroja al abismo de la nada el horrible pensamiento del suicidio social, de la desesperación satánica y del clamor impotente. El caos de su inteligencia se desenvuelve, lo alumbra una centella de la pira universal: la fraternidad. Su voluntad que yacía débil, ha sentido la trompeta divina y se levanta titánica. -A los que duden de este resultado y hayan pasado por los dolores de su siglo les preguntaría: ¿habéis sentido en medio de vuestras tribulaciones morales, en medio de vuestra ignorancia acerca del absoluto, en medio de la falta de corazones que respondan a vuestras angustias, en medio del espantoso cuadro de los padecimientos humanos?, ¿habéis, les diría, sentido esos movimientos espontáneos, al escuchar el gemido del que padece, el ruido de la cadena del prisionero?, ¿habéis escuchado los cánticos sublimes que arrojan los pueblos al marchar a las batallas?, ¿habéis sentido a la presencia de las bellezas de la naturaleza, al oír los cantos del poeta, al ver al hombre íntimo exteriorizado por la pintura, habéis sentido, les diría, esos embelesos misteriosos, esas agitaciones volcánicas, esos llamamientos divinos hacia una cosa que no sabemos, invisible, infinita?... ¡Sí!, me diréis, habéis sentido, esas impresiones, pero fugaces; -las habéis sentido, pero la realidad estaba cerca; -habéis entrevisto el misterio profundo de los cielos, pero la nube pasaba y vuestra vista bajaba hacia la tierra; -habéis llorado, pero la carcajada de la indiferencia os volvía a la vida del mundo.

Todo esto pasa. ¡Ésta es la vida!...

¡Mezcla incomprensible del sublime y del ridículo, del fatalismo y de la libertad! Vida, te sentimos y venimos a pedirte cuenta de lo que has hecho de nosotros y de lo que nos prometes. Es a nombre de esos llamamientos espontáneos de los cuales se aferra la razón para formar la nueva síntesis, que nos detenemos, ponemos la mano en la conciencia, la planta en el foro de la prensa, para decir: Somos hombres de Chile: luego veamos en las filas de la humanidad el lugar que ocupa el tricolor.










Santiago, 1 de junio de 1844










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