PERSONAJES
ÉL
ELLA (pero adivinamos que se trata de un hombre)
LA RADIO
UNA CASSETTE
I. ESCUCHAR.
ELLA..- He venido para escuchar.
ÉL.- Nada puedo decirle. Nada existía antes. Todo ocurre durante el juego, a medida que se hacen las preguntas.
ELLA.- ¿Qué preguntas?
ÉL.- No lo sé. Aquel que conduce el juego las inventa. Se encarga del decorado, dirige el guión, monta la obra con la ayuda de lo que encuentre: una vieja radio, por ejemplo, y lo que se escuche al azar, una vieja voz también.
ELLA.- ¿Y los otros?
ÉL.- Varía según las preguntas. Según las reglas. Todo consiste en cambiar, en travestirse, en volverse otro. Nos hacemos máscaras. Ojos blancos en un rostro blanco. Se simula algo: un crimen, un ritual vacío, un sacrificio.
ELLA.- ¿Quién hacía las preguntas?
ÉL.- Siempre él. Y no se sabe por qué, era de inmediato como en un policial: una historia que ocurría en Tánger, simplemente porque en la radio sonaba una música árabe. Luego en el mercado, un viejo traficante nos ofreció una casete virgen: en realidad ya había sido ocupada. Encontramos una voz. Una voz autoritaria, la de un dictador quizás. Lo llamamos el Sacrificador.
ELLA.- ¿Y el juego empezó así nada más?
ÉL.- Sí. Hasta que las preguntas dicten lo que sigue. Quedó arreglado muy rápido.
ELLA.- ¿De qué se trataba?
ÉL.- Había que eliminar algo, hacer desaparecer algo...
ELLA.- ¿Matar a alguien?
ÉL.- Sí. Entonces, nos enmascaramos. El rostro pintado de blanco. Los ojos blancos. Las pupilas aluminio, y los labios. Nos habíamos convertido en insectos gigantes, voraces, o maléficas muñecas, en andrajos, o locos. Una vez pintarrajeados, borrajeados, irreconocibles, entonces podíamos empezar el juego... Dijo: "¿El peor mal de los jeroglíficos, no es el no haber nacido?" Él quería desaparecer, borrarse, volverse piedra. Nos habíamos vuelto los otros.
ELLA.- ¿Y la obra?
ÉL.- Él es quién inventó todo, lo dirigió todo.
ELLA.- ¿Un policial?
ÉL.- Sí. Al final había que disparar. Estaba, él, vestido con un impermeable blanco. Con un sombrero. Todo ocurría en el alcázar de Tánger. Sobre un fondo de música popular. Además: una voz amenazante. Un drogado necesitado o un brujo. Un hombre viejo. Frases incomprensibles, en francés. Una amenaza, de seguro.
ELLA.- ¿Puedo escuchar? (CASSETTE) ¿Pero por qué lo perseguían? ¿Por qué había que matarlo?
ÉL.- Quería saber cómo lo iban a matar; él: él era quien hacia las preguntas, sobre su ficticia muerte. Inventábamos una historia respondiendo. No importa cuál, con la condición de que muera al final. Casi siempre una historia de drogas; o una muerte producto de un robo; o sino una desaparición oscura, inexplicable, en un burdel de la ciudad, en medio de un círculo de muchachos que esperaban nadie sabe qué.
ELLA.- Un sacrificio.
ÉL.- O sino, una venta de esclavos. Los llevaban sobre la plaza. Desnudos y encadenados. Los traficantes venían a probar sus sudores para ver si eran fuertes y saludables. Luego, los compraban a bajo precio, y los revendían en el sur, lejos en el sur, en las fronteras del desierto.
ELLA.- ¿Todos se prestaban para el juego?
ÉL.- Él, hacia las preguntas. Los otros jugaban según las respuestas. Sólo el final contaba. Cuando las preguntas terminan, el juego comienza.
ELLA.- Entonces, escuchemos una vez más la voz. (CASSETTE).
ÉL LE TACHA LA CARA.
ELLA.- No.
ÉL.- ¿Al fondo de la sala, una escalera? ¿Salió por allí, encadenado, la boca amordazada, vendido como esclavo en el mercado de la plaza?
ELLA.- No.
ÉL.- Se probaba el sudor de los esclavos para saber si estaban saludables. Un olor a sudor y de menta. El olor de las sábanas que sacudían. Lo recuerdo. Luego, escuchamos la radio y también la voz cansada, arrastrada, la voz de un hombre de edad, perdido, quizás, lejano, cansado, un hombre que no entiende... Entonces, llegó a la gran sala. El dueño de la casa, un andaluz, gritó algo en español. Fue allí que desapareció, en el círculo, cerca de la radio bajo el tragaluz.
ELLA.- Un paso al vacío. Pérdida en lo pleno.
ÉL.- La voz. El olor a sábanas. El sudor. De infierno. De menta. ¿De alcohol?
ELLA.- No.
ÉL.- Una música. Siempre la misma.
ELLA.- Lo recuerdo. Entré en la penumbra de la gran sala, en el círculo.
ÉL.- Sí. Lo recuerdo.
ELLA.- Una pálida luz, chorreando, amarillo sucio, mostaza, que caía del tragaluz central, sobre la sala. Los muchachos sentados en círculo. Y él, capturado al centro. Silencio. Fatiga. Desaliento.
ÉL.- Dibujado. ¿Demasiado dibujado?
ELLA.- Borrado.
FIN
1 comentario:
excelente sarduy, más que excelente, magistral.
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