Los redactores deportivos me habían dado también trescientos dólares en metálico, la mayor parte de los cuales se había gastado ya en drogas extremadamente peligrosas. La maleta del coche parecía uno de esos laboratorios narcóticos móviles de la policía. Teníamos dos bolsas de hierba, setenta y cinco pastillas de mescalina, cinco hojas de papel secante con un poderosísimo ácido, un salero medio lleno de cocaína y toda una galaxia de excitantes, calmantes, gritantes, rientes de todos los colores... y también un cuarto de tequila, un cuarto de ron, una caja de Budweiser, una pinta de éter puro y dos docenas de amil.
Todo esto lo habíamos reunid0 la noche anterior en una alocada vuelta en coche a toda velocidad por Los Angeles -de Topanga a Watts recogimos todo aquello a lo que pudimos echar mano. No es que necesitáramos todo aquello para el viaje, pero es que una vez que te pones a coleccionar drogas en serio la tendencia es llevar la cosa tan lejos como puedas.
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