He hablado del estado de las cosas en el cristianismo a partir del erotismo sagrado, de la orgía. Y luego, puesto que hablaba del cristianismo, he tenido que evocar una situación final, aquella en que al erotismo, transformado en pecado, le cuesta mucho sobrevivir a la libertad de un mundo que ya no conoce el pecado.
Ahora tengo que volver atrás. La orgía no es la situación extrema a la que llegó el erotismo en el marco del mundo pagano. La orgía es el aspecto sagrado del erotismo, allí donde la continuidad de los seres, más allá de la soledad, alcanza su expresión más evidente. Pero sólo en un sentido. La continuidad, en la orgía, no es algo que se haga evidente; en ella, los seres, en el límite, están perdidos, formando un conjunto confuso. La orgía es decepcionante por necesidad. En principio es una negación acabada de los aspectos individuales. La orgía supone y exige la equivalencia de todos los participantes. No solamente la individualidad propia queda sumergida en el tumulto de la orgía, sino que, a la vez, cada participante niega la individualidad de los demás. En apariencia es una entera supresión de los límites; pero no puede ser que no sobreviva nada de la diferencia entre los seres, de la cual por lo demás depende el atractivo sexual.
El sentido último del erotismo es la fusión, la supresión del límite. En su primer impulso, el erotismo no se significa menos por ello en la posición de un objeto del deseo.
Ese objeto, en la orgía, no se separa; en la orgía, la excitación sexual se produce por un impulso exasperado, contrario a la reserva habitual. Pero lo mismo mueve a todos. Es un movimiento objetivo, pero no es percibido como un objeto; quien lo percibe es al mismo tiempo animado por él. En cambio, fuera del tumulto de la orgía, la excitación la provoca generalmente un elemento distinto, un elemento objetivo. En el mundo animal, el olor de la hembra suele determinar la búsqueda del macho. En los cantos, en las paradas de las aves, intervienen otras percepciones, que significan para la hembra la presencia del macho y la inminencia del choque sexual. El olfato, el oído, la vista, incluso el gusto, perciben signos objetivos, distintos de la actividad que determinarán. Son los signos anunciadores de la crisis. Dentro de los límites humanos, esos signos anunciadores tienen un intenso valor erótico. En ocasiones, una bella chica desnuda es la imagen del erotismo. El objeto del deseo es diferente del erotismo; no es todo el erotismo, pero el erotismo tiene que pasar por ahí.
Ya en el mundo animal mismo, esos signos anunciadores hacen sensible la diferencia entre los seres. Dentro de nuestros límites, más allá de la orgía, esos signos ponen a la vista esta diferencia y, puesto que los individuos disponen de ella de manera desigual según sus dones, según su estado de ánimo y su riqueza, la profundizan. El desarrollo de los signos tiene como consecuencia que el erotismo, que es fusión y que desplaza el interés en el sentido de una superación del ser personal y de todo límite, se expresa a pesar de todo por un objeto. Nos encontramos ante una paradoja: la de un objeto significativo de la negación de los límites de todo objeto; nos encontramos ante un objeto erótico.
en El Erotismo
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