¡Oh, bellas veladas! Ante los resplandecientes cafés de los bulevares, sobre las terrazas de las heladerías de moda, ¡cuántas mujeres en vestidos vivaces, cuántas elegantes trotacalles se sienten a gusto! Aqui están las pequeñas vendedoras de flores que circulan con sus cestos. Las bellas desocupadas aceptan esas flores que pasan, recogidas, misteriosas.
-¿Misteriosas? -¡Sí, sí las hay!
Sabed, sonrientes lectoras, que existe en París mismo cierta agencia sombría que se entiende con varios conductores de entierros lujosos y hasta con los mismos sepultureros, con el fin de robar a los difuntos de la mañana y no dejar que se marchiten inútilmente sobre las sepulturas frescas todos esos espléndidos bouquets, todas esas coronas, todas esas rosas con los que, por centenares, la piedad filial o conyugal sobrecarga diariamente los catafalcos. Esas flores son casi siempre olvidadas tras las tenebrosas ceremonias. No se piensa en ellas, hay apuro por irse... ¡Es comprensible!
Es entonces cuando nuestros amables sepultureros se muestran más felices. ¡Estos señores no olvidan las flores! No viven en las nubes. Ellos son gente práctica. Las roban a brazadas, silenciosamente. Arrojarlas rápidamente por arriba del muro, sobre un carro propicio, es para ellos cosa de un instante. Dos o tres de los más vivos y despabilados llevan la preciosa carga a unos floristas amigos que, gracias a sus dedos de hada, arreglan de mil formas, en múltiples bouquets de corpiño y de mano, y aun en rosas aisladas, esos melancólicos despojos.
Entonces llegan las pequeñas vendedoras nocturnas, cada una con su canastilla. Cuando los primeros fulgores reverberan, circulan por los bulevares, ante las terrazas resplandecientes, por los mil lugares de placer. Y los jóvenes aburridos, ansiosos de quedar bien ante las elegantes por las que sienten alguna inclinación, adquieren esas flores a alto precio y las ofrecen a sus damas. Éstas, todas blancas de maquillaje, las aceptan con una sonrisa indiferente y las conservan en la mano, o las colocan en la juntura de sus corpiños.
Y los reflejos del gas vuelven los rostros pálidos. De modo que estas criaturas-espectros, así adornadas con las flores de la Muerte, llevan, sin saberlo, el emblema del amor que dieron y del amor que reciben.
sábado, mayo 26, 2007
“Cuentos crueles”, de Villiers de L’isle Adam
Fragmento
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3 comentarios:
La historia es macabramente entretenida!
Además, se agradece la rigurosidad con la que suben los textos cada día, aún siendo las cinco de la mañana... ;)
Saludos!
ya lo dijo juan luis guerra y garcía lorca. de mañana y de tarde. hora importante al parecer. saludos a dscntxtlzd.
dscntxt-3
Claro, por la mañana se busca la visa para un sueño y por la tarde se llora la muerte de Ignacio Sánchez Mejías...
;)
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