miércoles, mayo 16, 2007

"Carta del verdugo a su sobrino", de Francisco de Quevedo




Pablo: Las grandes ocupaciones de esta pla­za en que me tiene ocupado su majestad no me han dado lugar a hacer esto, que si algo tiene de malo el servir al rey, es el trabajo aunque le desquita con esta negra honrilla de ser sus criados. Pésame de daros nuevas de poco gusto. Vuestro padre mu­rió ocho días ha con el mayor valor que ha muerto hombre en el mundo; dígolo como quien le guindó. Subió en el asno sin poner pie en el estribo; ve­níale el sayo baquero que parecía haberse hecho para él, y como tenía aquella presencia, nadie le veía con los cristos delante que no lo juzgase por ahorcado. Iba con gran desenfado mirando a las ventanas y haciendo cortesías a los que dejaban sus oficios por mirarle; hízose dos veces los bigotes; mandaba descansar a los confesores, e íbales ala­bando a lo que decían bueno. Llegó a la de palo, puso él un pie en la escalera, no subió a gatos ni despacio, y viendo un escalón hendido, volvióse a la justicia y dijo que mandase aderezar aquél para otro, que no todos tenían su hígado. No sabré en­carecer cuán bien pareció a todos. Sentóse arriba y tiró de las arrugas de la ropa atrás; tomó la soga y púsola en la nuez, y viendo que el teatino lo quería predicar, vuelto a él le dijo: "Padre, yo lo doy por predicado, y vaya un poco de credo y acabemos presto, que no querría parecer prolijo". Hízose ansí. Encomendóme que le pusiese la ca­peruza de lado y que le limpiase las barbas; yo lo hice así. Cayó sin encoger las piernas ni hacer gestos; quedó con una gravedad que no había más que pedir. Hícele cuartos y dile por sepultura los caminos; Dios sabe lo que a mí me pesa de verle en ellos haciendo mesa franca a los grajos, pero yo entiendo que los pasteleros desta tierra nos con­solarán, acomodándole en los de a cuatro. De vues­tra madre, aunque está viva ahora, casi os puedo decir lo mismo; que está presa en la Inquisición de Toledo, porque desenterraba los muertos sin ser murmuradora. Dícese que besaba cada noche a un cabrón en el ojo que no tiene niña. Halláronla en su casa más piernas, brazos y cabezas que a una capilla de milagros, y lo menos que hacía era sobre­virgos y contrahacer doncellas. Dicen que repre­sentará en un auto el día de la Trinidad, con cua­trocientos de muerte; pésame, que nos deshonra a todos, y a mí principalmente, que al fin soy mi­nistro del rey y me están mal estos parentescos. Hijo, aquí ha quedado no sé qué hacienda escon­dida de vuestros padres; será en todo hasta cuatro­cientos ducados; vuestro tío soy, lo que tenga ha de ser para vos. Vista ésta, os podréis venir aquí, que con lo que vos sabéis de latín y retórica seréis singular en el arte de verdugo. Respondedme lue­go, y entretanto, Dios os guarde.









De Historia de la Vida del Buscón



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