viernes, mayo 11, 2007

“Canto de mí mismo”, de Walt Whitman

Poema 32



Creo que podría retroceder y vivir con los animales,
son tan plácidos y retraídos,
me quedo observándolos horas y horas.

No sudan ni se lamentan de su situación,
no permanecen desvelados en la noche ni lloran sus pecados,
no se amargan discutiendo sus deberes con Dios,
no hay ninguno insatisfecho,
ninguno enloquecido por la manía de poseer cosas,
ninguno se arrodilla ante otro,
ni ante los de su especie que vivieron hace miles de años,
sobre la ancha tierra ninguno es respetable o infeliz.

Así me prueban sus relaciones conmigo
y yo los acepto,
me aportan rasgos distintivos de mí mismo,
los evidencian claramente al poseerlos.

Querría saber de dónde sacan esos rasgos,
¿pasé por ese camino hace ya un tiempo
y los dejé caer por descuido?

Yo mismo que avanzo ahora, entonces y siempre,
recogiendo y mostrando constantemente más y con rapidez,
infinito y omnígeno, e igual a ésos entre ellos.

No demasiado altanero
con aquéllos que me traen recuerdos de mí mismo,
recogiendo aquí uno que amo,
y yéndome ahora con él en términos fraternos.

Una gigantesca belleza de semental,
fresco y que responde a mis caricias,
cabeza de alta frente, ancha entre las orejas,
miembros lustrosos y ágiles,
cola que barre el suelo,
ojos de centelleante maldad,
orejas finamente recortadas moviéndose flexibles.

Sus narices se dilatan cuando mis talones lo abarcan,
sus miembros bien proporcionados tiemblan de placer
cuando damos una vuelta a la carrera y regresamos.

Sólo te uso un momento, luego te abandono,
semental,
¿qué necesidad tengo de tu galope si el mío es más rápido?
Incluso parado o sentado, voy más deprisa que tú.






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