“La expresión limpieza étnica se refiere a diversas tácticas para desplazar a la fuerza a un pueblo o a un grupo étnico. En un extremo del espectro, es prácticamente imposible distinguir entre la emigración forzosa y los traslados de población mientras que en el otro se mezclan la deportación y el genocidio”.
Según esta definición, y las demás surgidas en los años 90s como consecuencia de la limpieza étnica en los Balcanes, los palestinos han sido y siguen siendo víctimas de una política decidida y firme de limpieza étnica iniciada en 1947–48 y que continúa hasta nuestros días. Sin embargo, es importante que al analizar el hecho de la limpieza étnica en Palestina tengamos en cuenta sus diferentes dimensiones, una de las cuales es el discurso racista que la acompaña, convertido en parte integrante de la política de limpieza étnica de Israel.
Cualquier castigo colectivo –sea limpieza étnica, genocidio u otro– con frecuencia va precedido o acompañado de un discurso racista que deshumaniza a la víctima y justifica el crimen gratuito, en un cúmulo de falsedades y mentiras que pueden atraer sentimientos religiosos o nacionalistas mientras se pasa por alto leyes, ética y normas básicas y expectativas humanas.
De no existir semejante discurso, que califica a los habitantes originarios de Palestina como seres cancerosos, infrahumanos y molestos frente a la civilización y el progreso– exactamente como los definían los fundadores del movimiento sionista– no hubiera sido posible llevar a cabo una campaña sistemática de asesinatos y limpieza étnica en 1947-48, que provocó la matanza de unos 13.000 palestinos, la expulsión por la fuerza de otros 850.000 y la despoblación y subsiguiente destrucción de cerca de 500 pueblos y localidades. Sin un discurso racista semejante, habría resultado difícil, por no decir imposible, llevar a cabo una serie de matanzas preventivas, entre ellas las de Deir Yassin, Tantura, Abbassiya, Beit Daras, Bir Al–Saba', Haifa, etc.
De no haber existido una firme campaña de racismo institucionalizado a tan gran escala, mantenida hasta hoy, hubiera sido imposible e inverosímil matar a tiros a montones de gente inocente tras alinearlas contra la tapia a medio derruir de la vieja mezquita de Tantura en mayo de 1948, o arrasar la vivienda de un minusválido en Jenin en abril de 2002 sin dar a su madre la oportunidad de sacarlo de la casa. O calificar de “gran éxito” el asesinato de 14 civiles, incluidos niños, cuando una bomba israelí de una tonelada cayó de golpe en el edificio de apartamentos del barrio de Zeitun de Gaza (julio, 2002). O el inmoral asesinato de 19 personas, la mayoría mujeres y niños, de la misma familia, en Beit Hanun (noviembre, 2006).
La limpieza étnica, está efectivamente de vuelta en la agenda política israelí desde que Avidgor Lieberman, político israelí que lleva mucho tiempo defendiendo la limpieza étnica de los habitantes árabes de Palestina, ha sido elegido viceprimer ministro del gobierno israelí. Una de sus primeras ideas desde que ocupa su nuevo puesto, además de expulsar a los palestinos, ha sido la de asesinar a todos los dirigentes del gobierno palestino electo. “Tienen que desaparecer, ir al paraíso, todos ellos”, declaró a la radio israelí la semana pasada.
La desgraciada realidad es que la campaña de limpieza étnica de Israel, aunque haya podido cambiar estrategias y ritmos a lo largo de los años, nunca se ha detenido y ahora, contra lo que podría pensarse, está mucho más activa de lo que ha estado durante décadas. También es evidente que el discurso racista que la acompaña la ha hecho sostenible durante seis décadas. Funciona ya que convierte en héroes, ante la mayoría de los israelíes, a los partidarios de los crímenes de guerra
Además, entre el apoyo descarado de Estados Unidos a semejantes actuaciones y el casi absoluto silencio, desesperanza o impotencia de la comunidad internacional, Israel sabe que el éxito de su proyecto colonial en Cisjordania depende sólo del paso del tiempo.
Pero lo que resulta más descorazonador es el hecho de que las luchas intestinas palestinas distraen y despilfarran energías que deberían invertirse en poner en marcha y mantener una campaña internacional contra las permanentes atrocidades israelíes. Las reyertas internas entre estamentos gubernamentales que no tienen soberanía, la ausencia de cualquier tipo de cohesión social o consenso o un programa político claro que una a los palestinos en el interior y a los palestinos del exilio en un proyecto político nacional, va a asegurar con toda seguridad el éxito del programa sionista-israelí y a contribuir más todavía al discurso racista que considera a los palestinos incapaces de asumir la responsabilidad del mando y de la autodeterminación de su pueblo.
Según esta definición, y las demás surgidas en los años 90s como consecuencia de la limpieza étnica en los Balcanes, los palestinos han sido y siguen siendo víctimas de una política decidida y firme de limpieza étnica iniciada en 1947–48 y que continúa hasta nuestros días. Sin embargo, es importante que al analizar el hecho de la limpieza étnica en Palestina tengamos en cuenta sus diferentes dimensiones, una de las cuales es el discurso racista que la acompaña, convertido en parte integrante de la política de limpieza étnica de Israel.
Cualquier castigo colectivo –sea limpieza étnica, genocidio u otro– con frecuencia va precedido o acompañado de un discurso racista que deshumaniza a la víctima y justifica el crimen gratuito, en un cúmulo de falsedades y mentiras que pueden atraer sentimientos religiosos o nacionalistas mientras se pasa por alto leyes, ética y normas básicas y expectativas humanas.
De no existir semejante discurso, que califica a los habitantes originarios de Palestina como seres cancerosos, infrahumanos y molestos frente a la civilización y el progreso– exactamente como los definían los fundadores del movimiento sionista– no hubiera sido posible llevar a cabo una campaña sistemática de asesinatos y limpieza étnica en 1947-48, que provocó la matanza de unos 13.000 palestinos, la expulsión por la fuerza de otros 850.000 y la despoblación y subsiguiente destrucción de cerca de 500 pueblos y localidades. Sin un discurso racista semejante, habría resultado difícil, por no decir imposible, llevar a cabo una serie de matanzas preventivas, entre ellas las de Deir Yassin, Tantura, Abbassiya, Beit Daras, Bir Al–Saba', Haifa, etc.
De no haber existido una firme campaña de racismo institucionalizado a tan gran escala, mantenida hasta hoy, hubiera sido imposible e inverosímil matar a tiros a montones de gente inocente tras alinearlas contra la tapia a medio derruir de la vieja mezquita de Tantura en mayo de 1948, o arrasar la vivienda de un minusválido en Jenin en abril de 2002 sin dar a su madre la oportunidad de sacarlo de la casa. O calificar de “gran éxito” el asesinato de 14 civiles, incluidos niños, cuando una bomba israelí de una tonelada cayó de golpe en el edificio de apartamentos del barrio de Zeitun de Gaza (julio, 2002). O el inmoral asesinato de 19 personas, la mayoría mujeres y niños, de la misma familia, en Beit Hanun (noviembre, 2006).
La limpieza étnica, está efectivamente de vuelta en la agenda política israelí desde que Avidgor Lieberman, político israelí que lleva mucho tiempo defendiendo la limpieza étnica de los habitantes árabes de Palestina, ha sido elegido viceprimer ministro del gobierno israelí. Una de sus primeras ideas desde que ocupa su nuevo puesto, además de expulsar a los palestinos, ha sido la de asesinar a todos los dirigentes del gobierno palestino electo. “Tienen que desaparecer, ir al paraíso, todos ellos”, declaró a la radio israelí la semana pasada.
La desgraciada realidad es que la campaña de limpieza étnica de Israel, aunque haya podido cambiar estrategias y ritmos a lo largo de los años, nunca se ha detenido y ahora, contra lo que podría pensarse, está mucho más activa de lo que ha estado durante décadas. También es evidente que el discurso racista que la acompaña la ha hecho sostenible durante seis décadas. Funciona ya que convierte en héroes, ante la mayoría de los israelíes, a los partidarios de los crímenes de guerra
Además, entre el apoyo descarado de Estados Unidos a semejantes actuaciones y el casi absoluto silencio, desesperanza o impotencia de la comunidad internacional, Israel sabe que el éxito de su proyecto colonial en Cisjordania depende sólo del paso del tiempo.
Pero lo que resulta más descorazonador es el hecho de que las luchas intestinas palestinas distraen y despilfarran energías que deberían invertirse en poner en marcha y mantener una campaña internacional contra las permanentes atrocidades israelíes. Las reyertas internas entre estamentos gubernamentales que no tienen soberanía, la ausencia de cualquier tipo de cohesión social o consenso o un programa político claro que una a los palestinos en el interior y a los palestinos del exilio en un proyecto político nacional, va a asegurar con toda seguridad el éxito del programa sionista-israelí y a contribuir más todavía al discurso racista que considera a los palestinos incapaces de asumir la responsabilidad del mando y de la autodeterminación de su pueblo.
2 comentarios:
Resulta increíble observar cómo ciertos atropellos se hacen a vista y paciencia de todo el mundo. Cada día nos sorprende y horroriza pero a la vez se siente la impotencia de la acción inútil: ¿mandar cartas a Bush para que se retire de Iraq? ¿Hacer marchas ante la Embajada de Israel para protestar por el centenario abuso en contra del pueblo palestino? Con la paranoia existente es probable que dicha marcha termine en otra masacre, y como siempre, quede en la impunidad.
Qué asco!
G. Hernández
Hasta cuando tendremos que soportar la prepotencia Israeli contra los palestinos, hasta cuando tendremos que soportar los ataques palestinos contra israelies. Cuando la vida alcanzará un mayor valor que la tierra y la religión. En qué justificaciones morales y espirituales se amparan estos dos pueblos cuya única alegría es ver desaparecer al otro... Ni israelíes santos, ni palestinos santos... Son todos una mierda intolerante sin sentido por la vida...
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