Cuando contemplo un dibujo, pongo en esa misma mirada un mundo de intenciones imaginarias de las cuales el dibujo es un producto. Un hombre ha trazado esas líneas con el objetivo de constituir la imagen de un corredor. Pero, sin lugar a dudas, para que esta imagen se parezca, es necesario el concurso de mi conciencia. El dibujante lo sabía y contaba con ello; solicita esta participación mediante trazos negros. No habría que creer que estas líneas se me ofrecen en primer lugar, en la percepción, como líneas puras y simples para constituirse luego, en la actitud figurada, como los elementos de una representación. En la misma representación los trazos ya no son representativos. Hojead un libro de bocetos: no captaréis necesariamente al instante el sentido de cada línea, pero sabréis en cualquier caso que es representativa, que está allí para algo y que esto es su misma razón de existir. En resumen, la cualidad de representar es una propiedad real de las líneas, lo percibo de la misma manera que sus dimensiones o sus formas. Se objetará que esto es un simple conocimiento. El cubo es también un conocimiento: no puedo tener la intuición simultánea de los seis lados. Sin embargo, cuando miro ese trozote madera tallada, es realmente un cubo lo que estoy observando. Toda conciencia de imagen originada a partir de un dibujo está, por tanto, edificada sobre una posición real de existencia, que la precede y la motiva en el terreno de la percepción. Aunque tal vez esa misma conciencia pueda determinar su objeto como no existente o, simplemente, neutralizar la tesis existencial (…) Cuando interpretamos una mancha en el mantel, o un motivo en una tapicería, no planteamos que la mancha o el motivo tengan propiedades representativas determinadas. En realidad esa mancha no representa nada en absoluto; cuando la percibo, la percibo como lo que es, simplemente una mancha. De manera que cuando paso a la actitud imaginera, la base intuitiva de mi imagen no es nada que haya aparecido previamente en la percepción.
Pueden darse dos eventualidades: en la primera, efectuamos con los ojos, sin intención previa, movimientos libres y consideramos los contornos de una mancha cualquiera. Seguimos el orden que más nos place acercando aleatoriamente aquella parte con aquella otra, en una síntesis que nada rechaza ni nada condiciona. Es lo mismo que ocurre cuando, por enfermedad, estamos postrados en la cama inactivos y dejamos a nuestros ojos vagabundear por los motivos de la pared. Puede acontecer entonces que una forma familiar aparezca en un arabesco. Es decir, que gracias a aquellos movimientos se ha engendrado bajo mi mirada una síntesis algo coherente: mis ojos se han abierto un camino y éste permanece trazado sobre la pared. Digo entonces: es un hombre agachado, es un ramo, es un perro. Sobre esta síntesis libremente realizada elaboro una hipótesis: confiero a la forma orientada que acaba de aparecer un valor representativo. Aunque en verdad, a menudo, no espero que esa síntesis esté acabada, sino que, de repente, algo cristaliza en un principio de imagen. ‘Empieza como si fuera un ramo, parece la parte superior de un rostro, etcétera’. El conocimiento se ha incorporado a mis movimientos y los dirige: a partir de ahora sé cómo he de acabar la operación, sé lo que he de encontrar.
Pero también una determinada forma puede destacar por sí misma sobre el fondo, y, por su estructura, provocar movimientos oculares (…) E incluso en este caso la forma no hace más que esbozarse: apenas acaban de aparecer la frente y un ojo que ya sabemos que estamos ante un negro. Acabaremos nosotros mismos realizando la unión entre los datos reales de la percepción (las líneas de los arabescos) y al espontaneidad creadora de nuestros movimientos. Iremos en busca de la nariz, la boca y la barbilla.
1940
2 comentarios:
Qué grande Sartre!!!
Con cuánta sencillez da las ideas generales de la Gestalt y de la Terceridad freudiana...
Si hubiera tenido porfesores con su lucidez, todo hubiera sido mucho más fácil.
la terceridad es Pierceana
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