martes, octubre 31, 2006

"Solos", de Carlos Almonte






A
trapados en un tiempo que no llega, tibios soles se destruyen a sí mismos. Este fuego ya no quema; tampoco arde el río o la montaña que se viene abajo. Sin otro interés que el rocío en la mañana, observo el movimiento de tres sombras en la fila del que espera. Me reflejo en mil lagunas subterráneas, en estepas secas, en osarios de fachada. Guardo el testimonio de una gran mentira, o apariencia, y bajo al bosque y los árboles plateados me reciben esparciendo entornos y hojas secas, como si supieran, también ellos, el secreto de hace tanto. El incendio ha concluido. La magia encierra el trino de mi pensamiento, fulgurando en túneles de luz, caída libre y detonantes... A pesar del raudo avance, alcanzo el domo en el que un ser medita en posición de loto. En sus manos recupera rosas místicas y entre aquellos pétalos de sal, un escritor anciano adquiere la energía de los hielos. Mucho me place el alegre tiempo, Que hace nacer hojas y flores, Me place oír el dichoso ruido, De los pájaros que hacen resonar, Sus cantos por el bosque, Y me place ver sobre los prados, Tiendas y pabellones levantados. Recita un verso-mantra y en su voz reúne parte de la historia, a las tribus nómades y atlantes, al ardiente y rojo sol, a sabios ramtas y videntes, a sí mismo.

Los demás recorren playas solitarias y cavernas. Se complacen ante el espectáculo en declive, pero ignoran la presencia de las sombras en la nieve. Inocentes, reconstruyen inocentes órdenes. Lo fácil complementa a lo difícil. El antes y el después se suceden, porque el ser y el no-ser se engendran mutuamente. Nadie más observa. Nadie más escapa. Nadie restituye el caos. Sólo el escritor anciano, un ingente aroma a rosas y las sombras que me siguen donde vaya. No hay posible huida. No hay rescate. No hay señales. No existe vida, o ilusión, más allá del contorno de esta isla... Y en la puerta, no sé cómo, se grabó mi altanería: Dejad fuera la esperanza.













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