No es de extrañar que Jack Kerouac sea conocido en nuestro hemisferio principalmente por sus novelas (el resto de su obra ha sido escasamente traducida). Éstas conforman, para muchos, el mayor aporte literario de este escritor, pero no fue el único. A través de ellas podemos conocer con minucioso detalle lo que se ha llamado el renacimiento de San Francisco, ese grupo de poetas que creía en una nueva forma de vida, más cercana a la naturaleza, más lejana a la ecuación producción-consumo, ecuación que tan pocas respuestas concedía a los jóvenes de la patria capitalista. Ginsberg, Ferlinghetti y Burroughs son algunos de los beatniks (raíz genética de los hippies) que deambulan por sus novelas. En Los Vaganbundos del Dharma, Kerouac da cuenta de la espontaneidad poética de los beatniks, que en fiestas interminables, hacían lecturas de poesía, improvisadas como el jazz, embriagándose con vino y algo de marihuana, y desnudándose para bailar en rondas alrededor de fogatas. Pero no todo era fiesta, los pre-hippies eran más arriesgados que los hippies. Kerouac, como un monje errante del extremo oriente, casi un mendigo, se sumerge en la naturaleza y recorre la vida como si fuese un puente, sin construir una casa sobre ella.
Esta nueva forma de vida exigía una nueva forma de escritura, más espontánea, sin caer en juegos intelectuales. Kerouac estimó que la profundidad del relato estaba dada por “lo que se narra” por sobre el “cómo se narra”. Los Vagabundos del Dharma la escribe en 1958, en apenas once días.
Mucho antes que los Beatles visitaran al Maharishi, mucho antes que Osho visitara California, Kerouac, impulsado por sus lecturas de Thoreau, descubre el budismo y los pasos que da ascendiendo una montaña son constantes metáforas hacia el encuentro del Dharma, la rueda de la verdad budista que todo hombre puede hacer consciente para eliminar su sufrimiento. Era un camino espiritual poco conocido en Occidente, una puerta que abrió a una sabiduría que hoy vemos mercantilizada en los gimnasios de Yoga y las visitas del Dalai Lama.
Kerouac profetizó una revolución: miles y hasta millones de jóvenes con mochilas subiendo a las montañas a rezar. Todos ellos lunáticos zen que andan escribiendo poemas que surgen de sus cabezas sin motivo y siendo amables y realizando actos extraños que proporcionan visiones de libertad eterna a todo el mundo y a todas las criaturas vivas (...) Vagabundos del Dharma negándose a seguir la demanda general de que trabajes para tener el privilegio de consumir toda esa mierda que en realidad no necesitas y que siempre termina en el cubo de la basura una semana después.
La vida tradicional del hombre americano le parece a Kerouac una limitación de sus posibilidades, una enajenación de cualquier búsqueda espiritual, abandonada en la comodidad y el facilismo de una sociedad de consumo que sólo aspira al perfeccionamiento material. Por ello se aleja de la sociedad, se vuelve un bikhu oriental, rechaza la espiritualización protestante del trabajo, transformándose en un vagabundo del Dharma, un bodhisattva.
1 comentario:
La muerte de un dios es la semilla de otros tantos, qué pena!
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