“Tu madre ha muerto”, me decía un coro
en voz baja, inmemorial, serena.
“Muerta”, me repetía yo con una leve risa
de tiempos inmemoriales, y sereno
teñía la amarga angustia con la luz. “Y aquel
que fue en oscuros tiempos gran amigo,
¿ha muerto también él?”. “Oh, aquél”,
dijo una voz más prudente, “cortado en dos
de un solo golpe, nunca lo vimos
doblegarse”. Y yo besaba
llorando los restos de aquella tela amiga
que cubierto había bajo el sol
una cosa por el mundo no tocada.
Publicado en el libro Extrañezas en 1976.
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