De dónde provienen las historias. No del aire, de algún lugar deben venir. Así que cada cosa sobre la que he escrito significa que algo de eso ha sucedido realmente o al menos lo he escuchado, he sido testigo en alguna forma. Me imagino que recolecto y combino, como cualquier buen escritor hace. Nadie puede escribir con método estrictamente autobiográfico, sería el libro más insípido del mundo. Pero extraes algo de aquí y algo de allá. Bueno, es como una bola de nieve rodando cuesta abajo por una colina, recogiendo todo lo que encuentra a su paso: cosas que hemos escuchado, hemos visto, hemos experimentado. Ensamblas piezas y trozos y logras finalmente un mundo coherente con todo eso.
Escribo la primera versión de un relato tan rápido como me sea posible, preferiblemente de una sentada. Entonces reviso una vez, y eso mismo vuelve a ser revisado. Significa que arrojo una gran cantidad de material hacia fuera. Una primera versión puede llegar a cuarenta páginas, o más, y puede que quede sólo en diez al momento de quedar satisfecho con ella. Pero no se trata únicamente de quitar palabras, también agrego buena cantidad de material. Lo que realmente me gusta es jugar con las palabras. Por eso creo enormemente en la reescritura, me gusta hacerlo y cada cosa en mis cuentos está sujeta a cambios. Grandes escritores que admiro han sido grandes reescritores también. En la mayor parte de los casos, el escritor no sabe lo que va a decir hasta que lo ve escrito.
Escribo esta primera versión, o bosquejo a mano, de manera muy rápida. Como dijera Guy de Maupassant, “lograr lo negro sobre blanco”, tener algo, después, todo queda sujeto a cambio, excepto la primera frase, eso queda intacto, raramente cambia. Fíjate en el comienzo de cualquier cuento que admires. Fíjate en los comienzos de Chejov, la primera o dos primeras oraciones, te encuentras de una vez envuelto en aquello. Es irresistible. Mira a Hemingway, a Frank O´Connor o a Flannery O´Connor. Fíjate en esas primeras oraciones. No hay manera de detenerse. Pero todo lo demás es objeto de cambio. Dispongo los huesos del asunto, luego siento como si todo el resto fuese a salir bien. Me gusta revisar, reescribir. Pero necesito ese algo de donde partir, es esencial. Supongo que existe el miedo de que si no logro armarlo de inmediato, lo perderé. Tiene que ver con aquellos días de escribir con apuro, pero tiendo aún a trabajar de esa manera: obtener algo con rapidez y llevarlo a la máquina. Entonces puedo comenzar. Me refiero a trabajar de verdad.
Pienso que he equivocado algunos finales en algunos relatos, y tengo que regresar para trabajar en eso y dejarlo de manera correcta. Tal como los comienzos, los finales son verdaderamente lo más importante; cruciales. No considero que los finales me hayan causado más problemas, más trabajo, que el resto de la historia, pero ellos deben quedar de manera correcta. Con frecuencia es la última línea o la última palabra de un cuento o poema lo que realmente pone una dirección. Por lo general, conozco cómo va a terminar una historia desde mucho antes. De alguna manera tengo la primera y la última línea por adelantado.
Pienso que un relato bien escrito tiene tanto valor como una cantidad de novelas mediocres. Y muchas novelas mediocres son hoy en día publicadas.
Existe un gran número de escritores que jamás escribieron novelas. Chejov, por ejemplo, escribió algunos excelentes relatos largos, nouvelles, pero trató de escribir una novela y no pudo. Decía no tener una concentración lo suficientemente dilatada que le permitiese escribir una novela. Se aburría con facilidad. Le atraían los comienzos y los finales. Siento que eso se cumple también en mi caso. No llego a imaginar que pudiese emplear tres años en una novela y llegar entonces a concluir que el resultado es una mala novela. De todas maneras esto es lo que sucede la mayor parte de las veces. Con frecuencia la primera novela de un escritor jamás termina por publicarse porque usualmente resulta mala; usualmente. ¡Hay excepciones!, como la primera novela de Thomas Mann, por ejemplo. Sin embargo no creo que escribir cuentos sea necesariamente la base para luego escribir novelas, pero me parece que es un buen inicio para los escritores de prosa porque primero hay que aprender a manejar el lenguaje.
No tengo realmente una teoría sobre cómo hacer historias. Sé lo que me gusta. Sé lo que no me gusta. Chejov divide la literatura en dos: cosas que me gustan y cosas que no; a mí no me gusta la deshonestidad en la escritura. No me gustan los trucos. Me gusta una historia honesta, bien contada. No me interesa si tiene que ver con romance o con cualquier otra cosa.
Y pienso que la literatura puede hacernos caer en cuenta de que nuestras vidas no están siendo vividas en su más completa extensión, pero no sé decir si la literatura puede cambiar estas vidas, verdaderamente no lo sé. Sería bueno creerlo. Quizá leyendo alguna historia, nuestro sentir pueda cambiar y, a la larga, cierto proceso de ósmosis tenga lugar y nos ayude con ciertas mentiras para las que a veces parecemos ganados. Es posible que existan grandes ideas, pero no sé de otra cosa que no sea escribir tanto como pueda y con la mayor exactitud que pueda.
En un ensayo digo que el “cuento moral” tiene mucho que ver con la exactitud y la honestidad al momento de escribir. Pero Ezra Pound dijo que “una total exactitud en cuanto a lo que se dice es la única moral al escribir”, y es ésa la moral a la que me refiero. Es un inmejorable punto de partida para entonces seguir. No puedes afirmar “voy a escribir un cuento moralista”. Tiene que escribir lo que se presenta para ti. Entonces encuentras la melodía que sale de ti y sale del cuento, si eres afortunado. La historia debería ser, primero, un punto de conexión emotiva; luego un punto de conexión intelectual. Cuando leo y soy llevado por una historia, resulta similar a cuando escucho una composición de Mozart y soy llevado por ella, o cuando resulto emocionalmente transportado por algo de Edith Piaf. Algo que te alcanza, atravesando idiomas, atravesando cientos de años, incluso, y te puede conmover: eso es todo lo que puedes buscar.
Escribo la primera versión de un relato tan rápido como me sea posible, preferiblemente de una sentada. Entonces reviso una vez, y eso mismo vuelve a ser revisado. Significa que arrojo una gran cantidad de material hacia fuera. Una primera versión puede llegar a cuarenta páginas, o más, y puede que quede sólo en diez al momento de quedar satisfecho con ella. Pero no se trata únicamente de quitar palabras, también agrego buena cantidad de material. Lo que realmente me gusta es jugar con las palabras. Por eso creo enormemente en la reescritura, me gusta hacerlo y cada cosa en mis cuentos está sujeta a cambios. Grandes escritores que admiro han sido grandes reescritores también. En la mayor parte de los casos, el escritor no sabe lo que va a decir hasta que lo ve escrito.
Escribo esta primera versión, o bosquejo a mano, de manera muy rápida. Como dijera Guy de Maupassant, “lograr lo negro sobre blanco”, tener algo, después, todo queda sujeto a cambio, excepto la primera frase, eso queda intacto, raramente cambia. Fíjate en el comienzo de cualquier cuento que admires. Fíjate en los comienzos de Chejov, la primera o dos primeras oraciones, te encuentras de una vez envuelto en aquello. Es irresistible. Mira a Hemingway, a Frank O´Connor o a Flannery O´Connor. Fíjate en esas primeras oraciones. No hay manera de detenerse. Pero todo lo demás es objeto de cambio. Dispongo los huesos del asunto, luego siento como si todo el resto fuese a salir bien. Me gusta revisar, reescribir. Pero necesito ese algo de donde partir, es esencial. Supongo que existe el miedo de que si no logro armarlo de inmediato, lo perderé. Tiene que ver con aquellos días de escribir con apuro, pero tiendo aún a trabajar de esa manera: obtener algo con rapidez y llevarlo a la máquina. Entonces puedo comenzar. Me refiero a trabajar de verdad.
Pienso que he equivocado algunos finales en algunos relatos, y tengo que regresar para trabajar en eso y dejarlo de manera correcta. Tal como los comienzos, los finales son verdaderamente lo más importante; cruciales. No considero que los finales me hayan causado más problemas, más trabajo, que el resto de la historia, pero ellos deben quedar de manera correcta. Con frecuencia es la última línea o la última palabra de un cuento o poema lo que realmente pone una dirección. Por lo general, conozco cómo va a terminar una historia desde mucho antes. De alguna manera tengo la primera y la última línea por adelantado.
Pienso que un relato bien escrito tiene tanto valor como una cantidad de novelas mediocres. Y muchas novelas mediocres son hoy en día publicadas.
Existe un gran número de escritores que jamás escribieron novelas. Chejov, por ejemplo, escribió algunos excelentes relatos largos, nouvelles, pero trató de escribir una novela y no pudo. Decía no tener una concentración lo suficientemente dilatada que le permitiese escribir una novela. Se aburría con facilidad. Le atraían los comienzos y los finales. Siento que eso se cumple también en mi caso. No llego a imaginar que pudiese emplear tres años en una novela y llegar entonces a concluir que el resultado es una mala novela. De todas maneras esto es lo que sucede la mayor parte de las veces. Con frecuencia la primera novela de un escritor jamás termina por publicarse porque usualmente resulta mala; usualmente. ¡Hay excepciones!, como la primera novela de Thomas Mann, por ejemplo. Sin embargo no creo que escribir cuentos sea necesariamente la base para luego escribir novelas, pero me parece que es un buen inicio para los escritores de prosa porque primero hay que aprender a manejar el lenguaje.
No tengo realmente una teoría sobre cómo hacer historias. Sé lo que me gusta. Sé lo que no me gusta. Chejov divide la literatura en dos: cosas que me gustan y cosas que no; a mí no me gusta la deshonestidad en la escritura. No me gustan los trucos. Me gusta una historia honesta, bien contada. No me interesa si tiene que ver con romance o con cualquier otra cosa.
Y pienso que la literatura puede hacernos caer en cuenta de que nuestras vidas no están siendo vividas en su más completa extensión, pero no sé decir si la literatura puede cambiar estas vidas, verdaderamente no lo sé. Sería bueno creerlo. Quizá leyendo alguna historia, nuestro sentir pueda cambiar y, a la larga, cierto proceso de ósmosis tenga lugar y nos ayude con ciertas mentiras para las que a veces parecemos ganados. Es posible que existan grandes ideas, pero no sé de otra cosa que no sea escribir tanto como pueda y con la mayor exactitud que pueda.
En un ensayo digo que el “cuento moral” tiene mucho que ver con la exactitud y la honestidad al momento de escribir. Pero Ezra Pound dijo que “una total exactitud en cuanto a lo que se dice es la única moral al escribir”, y es ésa la moral a la que me refiero. Es un inmejorable punto de partida para entonces seguir. No puedes afirmar “voy a escribir un cuento moralista”. Tiene que escribir lo que se presenta para ti. Entonces encuentras la melodía que sale de ti y sale del cuento, si eres afortunado. La historia debería ser, primero, un punto de conexión emotiva; luego un punto de conexión intelectual. Cuando leo y soy llevado por una historia, resulta similar a cuando escucho una composición de Mozart y soy llevado por ella, o cuando resulto emocionalmente transportado por algo de Edith Piaf. Algo que te alcanza, atravesando idiomas, atravesando cientos de años, incluso, y te puede conmover: eso es todo lo que puedes buscar.
Extracto del libro Conversations with Raymond Carver, (1990).
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