(Canto muerto a mi hermana Coté i a su risa ausente)
Deje los montes y me vine al mar.
El eco de sus horas se adivina.
Reitera el viento su sonrisa de vidente amante
i la nostalgia del destino en contra de su piel,
i las raíces.
Hay duendes perdidos ahora sin sus manos en el fuego.
Hay ausencia de sus trazos i hay reflejo entre la tierra
que no es más i no entendió.
He ahí ella en el jardín gritando su sonrisa
i la traición insoportable a las esferas.
Pero hay dioses i hay amigos guardando
tus huellas por el aire.
Hay sátiros i ninfas sonriendo a la espera de tu voz
asomada en la luz del sol o de tus noches,
insistiendo en verte repetida en las hojas de todos
los manzanos i en tus ojos ahora fríos,
que empiezan a entibiar.
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