miércoles, julio 10, 2019

“Dolores Ibárruri llora lágrimas amargas”, de Antonio Tabucchi






Era un niño alegre, alegre de verdad, siempre estaba riéndose, de lo más alegre, y también tenía sentido del humor, por ejemplo mi hermana Elsa tenía la manía de contar chistes, se los sabía a centenares, y él en cuanto la veía corría a su encuentro y le gritaba: ¡tía Elsa, cuéntame un chiste!, ¡tía Elsa, cuéntame un chiste! Y se reía, pero cómo se divertía, igual que un adulto. Aquella alegría quizá la hubiera sacado precisamente de Elsa, que era muy vital, demasiado incluso, quizá un poco cabeza loca, en todo caso ella por lo menos ha sabido disfrutar de la vida, en fin, a su manera. Y también era cariñoso. Y siguió siéndolo de mayor. Alegre tal vez no, pero cariñoso mucho. Ni una sola vez se olvidaba de mi cumpleaños, hasta cuando estaba lejos, siempre algo, una rosa con Interflora, un telegrama, ¿quiere ver sus telegramas?, los tengo en esta cajita de cacao Droste, mire, del setenta hasta hoy son ocho telegramas, este de aquí, por ejemplo, es de hace cuatro años, escuche, dice: Piensa en ti agradecido, por la vida que le has dado, sí, está firmado Piticche, así es como le llamábamos nosotros, en los periódicos nunca lo han dicho, no lo sabe nadie, era una cosa que no salía de la familia, para nosotros era un gesto de ternura, le agradecería que usted tampoco lo mencionase, luego en los periódicos aparece entre comillas, después de su verdadero nombre: más conocido como «Piticche», es atroz, ¿no le parece? ¿Cómo va a entender la gente que es un nombre cariñoso? Tampoco usted lo entiende, podría explicarle el origen del nombre, su significado, pero lo que quiere decir para nosotros, eso no puede entenderlo nadie, en los nombres está el tiempo que hemos vivido juntos, las personas que se nos han muerto, las cosas que hicimos juntos, lugares, otros nombres, nuestra vida. Piticche quiere decir pequeñín. Él era muy pequeñín, de chiquitito. Era rubito, mire esta fotografía, tiene cuatro años, esa no, ahí tiene ocho años, esta de aquí, acurrucado junto a Pinocho, ¿no ve que Pinocho es más alto que él? 

En nuestra casa había un limonero, había crecido recostado contra la fachada, orientado al sur, sus ramas llegaban hasta la ventana del piso de arriba. Él se pasó la infancia jugando con un Pinocho, ese de la fotografía. «A correr, a saltar, que Pinocho va a pasar…», aún puedo oír su voz que repite la cantinela, abajo en el patio. En aquella época Rodolfo ya estaba enfermo, yo me pasaba mucho tiempo en la habitación atendiéndole, desde la ventana me llegaba su vocecita, siempre estaba trajinando con su Pinocho, era su única compañía, por lo general hacía que muriera ahorcándolo en el limonero, como en el libro hacen el gato y la zorra disfrazados de bandoleros, y luego le hacía un pequeño túmulo de tierra con una cruz de cañas, aunque naturalmente a Pinocho lo escondía en otro sitio. Entonces llegaba el hada de cabellos turquesa que iba a llorar ante la tumba de su Pinocho, es decir, ante el alcorque del limonero, el hada era yo, y él se quedaba observándome con gesto malicioso, porque ya nos habíamos puesto de acuerdo los dos, yo me arrodillaba ante el limonero y lloraba: «Pinochito, pobre Pinochito mío, nunca más volveré a verte, ¡ay, ay, ay!» Y entonces oía un hilillo de voz, porque fingíamos que venía de debajo de la tierra, que decía: «Hermanita guapa, no te desesperes así, si le quieres tu Pinocho está vivo.» Yo miraba a mi alrededor sorprendida, buscando esa voz, y lo veía a él de pie con las piernas muy tiesas como un muñeco, que me tendía los brazos moviéndolos como una marioneta, y yo corría a abrazarlo y le estrechaba contra mi pecho. Y mientras tenía lugar esta escena él se reía como un loco, daba brincos con las manos detrás de la espalda y hacía una especie de baile cantando: «A correr, a saltar, que Pinocho va a pasar.» Y así acababa el juego. 

El nombre se lo puso la señora Yvette: Pitì, pero él era quien se llamaba a sí mismo Piticche, señalándose el pecho. Era el cuarenta y nueve. A la señora Yvette y al señor Gustave los trajo Elsa, se los había encontrado en la estación de Livorno unos años antes, no sabían adónde ir, llevaban encima cuatro cazuelas y un gato siamés que murió un mes más tarde, se llamaban Mayer, él era apicultor en las Ardenas, huían hacia el sur sin una meta precisa, con tal de huir, pues de lo contrario los habrían deportado, Elsa les dijo que podían venirse a nuestra casa, un plato de sopa no les faltaría, dijeron que se marcharían cuando hubiese pasado el frente, al final se quedaron cuatro años, eran personas de gran delicadeza, nos volvimos casi parientes, la señora Yvette se murió el año pasado, tienen un hijo dentista en Marsella, luego ella se quedó embarazada de regreso a Francia, ¿que estoy divagando?, ya sé que divago, déjeme divagar, enseguida vuelvo a lo que iba, pues claro que lo quisimos, ¿tiene usted hijos?, ¿quiere usted a sus hijos?, ya lo sé, hay formas y formas. Mire, nos costó diez años el que llegara, lo intentamos todo, yo tenía un fibroma, no es que me molestase, pero si quería un hijo tenía que operarme, le hablo del año treinta y nueve, entonces no había penicilina, cogí una septicemia, para salvarme me dieron inyecciones de petróleo en un muslo, así la infección se localiza allí, sale un absceso y el cirujano lo corta, tengo las piernas repletas de cicatrices. Nació en el cuarenta y seis, no era un buen momento para nacer, anda que no nacieron en el cuarenta y seis, los soldados volvían a casa, los que no habían muerto. No, Rodolfo no cogió su enfermedad durante la guerra, volvió sano, aunque un poco más delgado, enfermó por primera vez en el cincuenta y uno, quién sabe por qué, si uno supiese por qué enferma nunca enfermaría, pero duró mucho tiempo, hasta el sesenta y uno, diez años, mejor dicho un poco más, murió en diciembre, discúlpeme si lloro, no quería llorar, pero las lágrimas se me salen solas, ¿que hago bien en llorar?, tiene usted razón, hago bien en llorar. La película que más me ha gustado en mi vida se llama Vacaciones en Roma, no es que haya visto muchas, pero de esa me acuerdo como si fuese ayer, con Gregory Peck, a mí me gustaba mucho Gregory Peck, de la actriz no me acuerdo, era una muy delgadita. Ya sé que no le interesa, pero verá como tiene que ver, era solo para decirle que Rodolfo nos había prometido irnos de excursión a Roma los tres juntos, parecía que estaba mejor, hacía años que parecía curado, habíamos hecho tantos proyectos durante tanto tiempo, Rodolfo incluso se había comprado un mapa de carreteras para estudiar el itinerario turístico que debíamos cubrir en dos días, no se lo voy a repetir ahora pero podría hacerlo, lo recuerdo perfectamente, pero luego de repente a Rodolfo le hizo falta la diálisis, dinero para ir a Roma no teníamos, así que nos fuimos a ver Vacaciones en Roma, y nos llevamos al niño también, aunque quizá para un niño de once años era una película aburrida, de todas formas se veían muchos monumentos de Roma, hay una escena muy divertida cuando él y ella van a visitar varios monumentos, y en un momento dado él mete la mano en la boca de un mascarón de piedra que está en el atrio de una iglesia y del que la leyenda cuenta que si uno dice una mentira la boca le muerde la mano, se vuelve hacia ella, ah, eso es, era Audrey Hepburn, y me parece que le dice «te amo», y en ese momento da un grito y saca el brazo sin mano porque la ha escondido en la manga de la chaqueta, y los dos se echan a reír y se abrazan. 

Siempre estuvimos muy cerca de él, cariño nunca le faltó, si era eso lo que pensaba. Fuimos una familia muy unida y él nunca nos dio quebraderos de cabeza, con Rodolfo en aquellas condiciones, si acaso consuelo, era tan inteligente, particularmente dotado para los estudios, siempre fue un alumno excepcional, diplomas, medallas, premios, yo no quería mandarlo a cursar el bachillerato, no me parecían estudios adecuados a nuestra condición, y además con el título de bachiller ¿qué haces?, en cambio con un diploma de contabilidad o de aparejador siempre puedes encontrar un empleo, pero fue su profesor quien me lo impidió, dijo que era un crimen, eso fue lo que dijo, un niño de excepcional inteligencia, con nueve en italiano y latín, mandarlo a formación profesional era un crimen. Por lo demás para sus estudios nunca tuve que gastar nada, ni siquiera más tarde, siempre se mantuvo solo, con su espléndida inteligencia: es un pequeño poeta, me dijo su profesor. Eso lo ha sacado de Rodolfo. ¿Dice usted que también sus ideas políticas? Dejémonos de tonterías. Cuando Rodolfo murió, él no tenía ni quince años, qué ideas quiere que tenga uno a esa edad. Claro que Rodolfo tenía sus ideas políticas, eran de sobra conocidas, me siento orgullosa de él, sí, participó en la Resistencia, claro, también en la guerra de España con las Brigadas Internacionales, tomó parte en la batalla del Ebro, conocía a los grandes personajes de aquel momento, Longo, El Campesino, la Pasionaria, de eso sí que hablaba siempre, sabe usted, eran sus recuerdos preferidos, sobre todo en los últimos años, cuando hablaba de la Pasionaria la llamaba la Dolores, o la Ibárruri, como si fueran íntimos, es como si estuviera viéndolo en el sofá, se pasaba las tardes en el sofá con una manta, estaba demacrado, las mejillas hundidas, la sombra de mi Rodolfo… y él que no dejaba de escucharle con los ojos muy atentos, hay que ver cómo le gustaban las historias de su padre, después cantaban juntos canciones españolas que Rodolfo se sabía, también Piticche se las aprendió enseguida, por ejemplo «Gandesa», «Si me quieres escribir ya sabes mi paradero, en el frente de Gandesa, primera línea de fuego…», no, no era comunista, era socialista libertario, nos contaba que había sido incluso amigo de la Pasionaria, que habían combatido hombro con hombro, que era una mujer excepcional, luego una vez tuvieron una discusión furibunda, ella le soltó algunas palabras de más y él le contestó que un día ella lloraría amargamente por los errores cometidos, hablaba de ella con mucha pena, decía que se había vendido a los rusos, que había cometido atrocidades con sus camaradas, era un soñador, mi Rodolfo, eso fue lo que le enseñó a nuestro hijo. Y además amaba la cultura, los libros, la de libros que llegó a leer, una especie de adoración, decía que en cada libro siempre hay un hombre y que quemar un libro es como quemar a una persona, fue él quien le enseñó el placer de leer… y también a escribir. Se escribían cartas, jugaban a un juego, era un juego precioso, lo que quiero decir es que era algo muy poético, creo yo, leían libros y después se escribían cartas como si cada uno de ellos fuese un personaje de los libros que habían leído, personajes inventados o personajes históricos, fue el último año de Rodolfo con vida, se escribieron docenas de cartas, el que recibía una carta la leía por la noche en la cena, para mí eran momentos muy hermosos, discúlpeme si lloro, Rodolfo recibió muchas cartas de Livingstone, a Piticche le gustaba muchísimo hacer de Livingstone, y luego de Huckleberry Finn, de Kim, de Gavroche, de Pasteur, estaban escritas con mucha madurez, todavía debo de tenerlas en algún sitio, a ver si uno de estos días me decido a buscarlas, y eso que solo tenía quince años, un niño. Rodolfo murió en diciembre del año sesenta y uno, ya sé que se lo he dicho, se pasó los últimos días muy inquieto, pero no por la enfermedad, estaba angustiado por lo que estaba sucediendo en el mundo, o sea en Rusia, no sé exactamente qué, sé que Kruschev había revelado las atrocidades cometidas por sus predecesores, y él se atormentaba, ya no dormía, ni los somníferos le hacían efecto, después un día llegó una carta para él, el remite decía: La Pasionaria, Moscú. Y dentro estaba escrito: Dolores Ibárruri llora lágrimas amargas.

Pues eso, así era mi hijo. ¿Qué le han hecho? He visto su foto en los periódicos, le han hecho pedazos, y yo ni siquiera he podido verlo, han escrito que ha hecho cosas… me falta valor para decirlo… atroces. ¿Han dicho atroces? Pues usted ha podido escuchar otra historia, la historia de una persona a la que usted no conoce, yo le he hablado de mi Piticche, le agradecería que no mencionase este nombre en su periódico, discúlpeme si lloro, no quería llorar, pero las lágrimas se me salen solas, ¿que hago bien en llorar?, tiene usted razón, hago bien en llorar.



en Cuentos, 2018
Originalmente en El juego del revés, 1981












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