Era un niño alegre,
alegre de verdad, siempre estaba riéndose, de lo más alegre, y también tenía
sentido del humor, por ejemplo mi hermana Elsa tenía la manía de contar
chistes, se los sabía a centenares, y él en cuanto la veía corría a su
encuentro y le gritaba: ¡tía Elsa, cuéntame un chiste!, ¡tía Elsa, cuéntame un
chiste! Y se reía, pero cómo se divertía, igual que un adulto. Aquella alegría
quizá la hubiera sacado precisamente de Elsa, que era muy vital, demasiado
incluso, quizá un poco cabeza loca, en todo caso ella por lo menos ha sabido
disfrutar de la vida, en fin, a su manera. Y también era cariñoso. Y siguió
siéndolo de mayor. Alegre tal vez no, pero cariñoso mucho. Ni una sola vez se
olvidaba de mi cumpleaños, hasta cuando estaba lejos, siempre algo, una rosa
con Interflora, un telegrama, ¿quiere ver sus telegramas?, los tengo en esta
cajita de cacao Droste, mire, del setenta hasta hoy son ocho telegramas, este
de aquí, por ejemplo, es de hace cuatro años, escuche, dice: Piensa en ti
agradecido, por la vida que le has dado, sí, está firmado Piticche, así es como
le llamábamos nosotros, en los periódicos nunca lo han dicho, no lo sabe nadie,
era una cosa que no salía de la familia, para nosotros era un gesto de ternura,
le agradecería que usted tampoco lo mencionase, luego en los periódicos aparece
entre comillas, después de su verdadero nombre: más conocido como «Piticche», es
atroz, ¿no le parece? ¿Cómo va a entender la gente que es un nombre cariñoso?
Tampoco usted lo entiende, podría explicarle el origen del nombre, su
significado, pero lo que quiere decir para nosotros, eso no puede entenderlo
nadie, en los nombres está el tiempo que hemos vivido juntos, las personas que
se nos han muerto, las cosas que hicimos juntos, lugares, otros nombres,
nuestra vida. Piticche quiere decir pequeñín. Él era muy pequeñín, de
chiquitito. Era rubito, mire esta fotografía, tiene cuatro años, esa no, ahí
tiene ocho años, esta de aquí, acurrucado junto a Pinocho, ¿no ve que Pinocho
es más alto que él?
En nuestra casa
había un limonero, había crecido recostado contra la fachada, orientado al sur,
sus ramas llegaban hasta la ventana del piso de arriba. Él se pasó la infancia
jugando con un Pinocho, ese de la fotografía. «A correr, a saltar, que Pinocho
va a pasar…», aún puedo oír su voz que repite la cantinela, abajo en el patio.
En aquella época Rodolfo ya estaba enfermo, yo me pasaba mucho tiempo en la
habitación atendiéndole, desde la ventana me llegaba su vocecita, siempre
estaba trajinando con su Pinocho, era su única compañía, por lo general hacía
que muriera ahorcándolo en el limonero, como en el libro hacen el gato y la
zorra disfrazados de bandoleros, y luego le hacía un pequeño túmulo de tierra
con una cruz de cañas, aunque naturalmente a Pinocho lo escondía en otro sitio.
Entonces llegaba el hada de cabellos turquesa que iba a llorar ante la tumba de
su Pinocho, es decir, ante el alcorque del limonero, el hada era yo, y él se
quedaba observándome con gesto malicioso, porque ya nos habíamos puesto de
acuerdo los dos, yo me arrodillaba ante el limonero y lloraba: «Pinochito,
pobre Pinochito mío, nunca más volveré a verte, ¡ay, ay, ay!» Y entonces oía un
hilillo de voz, porque fingíamos que venía de debajo de la tierra, que decía:
«Hermanita guapa, no te desesperes así, si le quieres tu Pinocho está vivo.» Yo
miraba a mi alrededor sorprendida, buscando esa voz, y lo veía a él de pie con
las piernas muy tiesas como un muñeco, que me tendía los brazos moviéndolos
como una marioneta, y yo corría a abrazarlo y le estrechaba contra mi pecho. Y
mientras tenía lugar esta escena él se reía como un loco, daba brincos con las
manos detrás de la espalda y hacía una especie de baile cantando: «A correr, a
saltar, que Pinocho va a pasar.» Y así acababa el juego.
El nombre se lo
puso la señora Yvette: Pitì, pero él era quien se llamaba a sí mismo Piticche,
señalándose el pecho. Era el cuarenta y nueve. A la señora Yvette y al señor
Gustave los trajo Elsa, se los había encontrado en la estación de Livorno unos
años antes, no sabían adónde ir, llevaban encima cuatro cazuelas y un gato
siamés que murió un mes más tarde, se llamaban Mayer, él era apicultor en las
Ardenas, huían hacia el sur sin una meta precisa, con tal de huir, pues de lo
contrario los habrían deportado, Elsa les dijo que podían venirse a nuestra
casa, un plato de sopa no les faltaría, dijeron que se marcharían cuando
hubiese pasado el frente, al final se quedaron cuatro años, eran personas de
gran delicadeza, nos volvimos casi parientes, la señora Yvette se murió el año
pasado, tienen un hijo dentista en Marsella, luego ella se quedó embarazada de
regreso a Francia, ¿que estoy divagando?, ya sé que divago, déjeme divagar,
enseguida vuelvo a lo que iba, pues claro que lo quisimos, ¿tiene usted hijos?,
¿quiere usted a sus hijos?, ya lo sé, hay formas y formas. Mire, nos costó diez
años el que llegara, lo intentamos todo, yo tenía un fibroma, no es que me
molestase, pero si quería un hijo tenía que operarme, le hablo del año treinta
y nueve, entonces no había penicilina, cogí una septicemia, para salvarme me
dieron inyecciones de petróleo en un muslo, así la infección se localiza allí,
sale un absceso y el cirujano lo corta, tengo las piernas repletas de
cicatrices. Nació en el cuarenta y seis, no era un buen momento para nacer,
anda que no nacieron en el cuarenta y seis, los soldados volvían a casa, los
que no habían muerto. No, Rodolfo no cogió su enfermedad durante la guerra,
volvió sano, aunque un poco más delgado, enfermó por primera vez en el
cincuenta y uno, quién sabe por qué, si uno supiese por qué enferma nunca
enfermaría, pero duró mucho tiempo, hasta el sesenta y uno, diez años, mejor
dicho un poco más, murió en diciembre, discúlpeme si lloro, no quería llorar,
pero las lágrimas se me salen solas, ¿que hago bien en llorar?, tiene usted
razón, hago bien en llorar. La película que más me ha gustado en mi vida se
llama Vacaciones en Roma, no es que haya visto muchas, pero de esa me acuerdo
como si fuese ayer, con Gregory Peck, a mí me gustaba mucho Gregory Peck, de la
actriz no me acuerdo, era una muy delgadita. Ya sé que no le interesa, pero
verá como tiene que ver, era solo para decirle que Rodolfo nos había prometido
irnos de excursión a Roma los tres juntos, parecía que estaba mejor, hacía años
que parecía curado, habíamos hecho tantos proyectos durante tanto tiempo,
Rodolfo incluso se había comprado un mapa de carreteras para estudiar el itinerario
turístico que debíamos cubrir en dos días, no se lo voy a repetir ahora pero
podría hacerlo, lo recuerdo perfectamente, pero luego de repente a Rodolfo le
hizo falta la diálisis, dinero para ir a Roma no teníamos, así que nos fuimos a
ver Vacaciones en Roma, y nos llevamos al niño también, aunque quizá para un
niño de once años era una película aburrida, de todas formas se veían muchos
monumentos de Roma, hay una escena muy divertida cuando él y ella van a visitar
varios monumentos, y en un momento dado él mete la mano en la boca de un
mascarón de piedra que está en el atrio de una iglesia y del que la leyenda
cuenta que si uno dice una mentira la boca le muerde la mano, se vuelve hacia
ella, ah, eso es, era Audrey Hepburn, y me parece que le dice «te amo», y en
ese momento da un grito y saca el brazo sin mano porque la ha escondido en la
manga de la chaqueta, y los dos se echan a reír y se abrazan.
Siempre estuvimos
muy cerca de él, cariño nunca le faltó, si era eso lo que pensaba. Fuimos una
familia muy unida y él nunca nos dio quebraderos de cabeza, con Rodolfo en
aquellas condiciones, si acaso consuelo, era tan inteligente, particularmente
dotado para los estudios, siempre fue un alumno excepcional, diplomas,
medallas, premios, yo no quería mandarlo a cursar el bachillerato, no me
parecían estudios adecuados a nuestra condición, y además con el título de
bachiller ¿qué haces?, en cambio con un diploma de contabilidad o de aparejador
siempre puedes encontrar un empleo, pero fue su profesor quien me lo impidió,
dijo que era un crimen, eso fue lo que dijo, un niño de excepcional
inteligencia, con nueve en italiano y latín, mandarlo a formación profesional
era un crimen. Por lo demás para sus estudios nunca tuve que gastar nada, ni
siquiera más tarde, siempre se mantuvo solo, con su espléndida inteligencia: es
un pequeño poeta, me dijo su profesor. Eso lo ha sacado de Rodolfo. ¿Dice usted
que también sus ideas políticas? Dejémonos de tonterías. Cuando Rodolfo murió,
él no tenía ni quince años, qué ideas quiere que tenga uno a esa edad. Claro
que Rodolfo tenía sus ideas políticas, eran de sobra conocidas, me siento
orgullosa de él, sí, participó en la Resistencia, claro, también en la guerra
de España con las Brigadas Internacionales, tomó parte en la batalla del Ebro,
conocía a los grandes personajes de aquel momento, Longo, El Campesino, la
Pasionaria, de eso sí que hablaba siempre, sabe usted, eran sus recuerdos
preferidos, sobre todo en los últimos años, cuando hablaba de la Pasionaria la
llamaba la Dolores, o la Ibárruri, como si fueran íntimos, es como si estuviera
viéndolo en el sofá, se pasaba las tardes en el sofá con una manta, estaba
demacrado, las mejillas hundidas, la sombra de mi Rodolfo… y él que no dejaba
de escucharle con los ojos muy atentos, hay que ver cómo le gustaban las
historias de su padre, después cantaban juntos canciones españolas que Rodolfo
se sabía, también Piticche se las aprendió enseguida, por ejemplo «Gandesa», «Si
me quieres escribir ya sabes mi paradero, en el frente de Gandesa, primera
línea de fuego…», no, no era comunista, era socialista libertario, nos contaba
que había sido incluso amigo de la Pasionaria, que habían combatido hombro con
hombro, que era una mujer excepcional, luego una vez tuvieron una discusión
furibunda, ella le soltó algunas palabras de más y él le contestó que un día
ella lloraría amargamente por los errores cometidos, hablaba de ella con mucha
pena, decía que se había vendido a los rusos, que había cometido atrocidades
con sus camaradas, era un soñador, mi Rodolfo, eso fue lo que le enseñó a
nuestro hijo. Y además amaba la cultura, los libros, la de libros que llegó a
leer, una especie de adoración, decía que en cada libro siempre hay un hombre y
que quemar un libro es como quemar a una persona, fue él quien le enseñó el
placer de leer… y también a escribir. Se escribían cartas, jugaban a un juego,
era un juego precioso, lo que quiero decir es que era algo muy poético, creo
yo, leían libros y después se escribían cartas como si cada uno de ellos fuese un
personaje de los libros que habían leído, personajes inventados o personajes
históricos, fue el último año de Rodolfo con vida, se escribieron docenas de
cartas, el que recibía una carta la leía por la noche en la cena, para mí eran
momentos muy hermosos, discúlpeme si lloro, Rodolfo recibió muchas cartas de
Livingstone, a Piticche le gustaba muchísimo hacer de Livingstone, y luego de
Huckleberry Finn, de Kim, de Gavroche, de Pasteur, estaban escritas con mucha
madurez, todavía debo de tenerlas en algún sitio, a ver si uno de estos días me
decido a buscarlas, y eso que solo tenía quince años, un niño. Rodolfo murió en
diciembre del año sesenta y uno, ya sé que se lo he dicho, se pasó los últimos
días muy inquieto, pero no por la enfermedad, estaba angustiado por lo que
estaba sucediendo en el mundo, o sea en Rusia, no sé exactamente qué, sé que
Kruschev había revelado las atrocidades cometidas por sus predecesores, y él se
atormentaba, ya no dormía, ni los somníferos le hacían efecto, después un día
llegó una carta para él, el remite decía: La Pasionaria, Moscú. Y dentro estaba
escrito: Dolores Ibárruri llora lágrimas amargas.
Pues eso, así era
mi hijo. ¿Qué le han hecho? He visto su foto en los periódicos, le han hecho
pedazos, y yo ni siquiera he podido verlo, han escrito que ha hecho cosas… me
falta valor para decirlo… atroces. ¿Han dicho atroces? Pues usted ha podido
escuchar otra historia, la historia de una persona a la que usted no conoce, yo
le he hablado de mi Piticche, le agradecería que no mencionase este nombre en
su periódico, discúlpeme si lloro, no quería llorar, pero las lágrimas se me
salen solas, ¿que hago bien en llorar?, tiene usted razón, hago bien en llorar.
en Cuentos, 2018
Originalmente en El juego del revés, 1981
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