jueves, mayo 04, 2017

"Vermouth", de Esteban Salinero

Fragmento




Estábamos parados frente al Ciro’s, afuera de la óptica que hay en la esquina de Bandera y Agustinas y que me permitía tener una visión completa de la puerta del bar. A esa hora, a mediados de enero, aún hay luz natural y tomé la precaución de ponerle anteojos de sol al muchacho para que nadie lo reconociera, aunque con casi veinte kilos de más ¿quién iba a hacerlo? Aún así, no faltó quien lo miraba para lanzarle un vamos, campeón a lo que él no respondía, pero que yo trataba de manejar con una sonrisita de agradecimiento. Un par de oficinistas que ya iba a casa a esa hora amagó a detenerse para saludarlo y yo me interpuse entre ellos y El Martillo. Está en otra, les dije y ambos se fueron hablando quizás qué cosa. ¡Se agrandó y no le ha ganado a nadie!, gritó uno de ellos, que pronto se perdió con su colega camino hacia el Paseo Ahumada. Cercano a ese lugar en que teníamos el punto de observación, está el café Haití, donde todo este asunto con Polanco, sus quesos, gamulanes y cuentos había empezado hace casi cuarenta años. Los viejos amigos del café aún circulan por el centro, al atardecer del verano y buscando la hora de menos calor para charlar, un expresso, un cortado o simplemente para no olvidarse de que siguen vivos y mirarse envejecer cada día un poco más. Cruzarme con alguno de ellos iba a empezar con el tradicional manteo del qué te has hecho, cuándo vamos a un dominó o cualquier huevada de esas a las cuales esa tarde no quería exponerme y menos con El Martillo.

Pasadas las ocho apareció Polanco en la puerta del bar. Se paró, miró hacia ambos lados, asegurándose de quien sabe qué y entró seguro, como siempre lo hacía al ingresar a cualquier parte. Lo vi desde la esquina, mientras El Martillo chupeteaba un helado de agua. Más que un ex campeón, o lo que quedaba de él, parecía mi guardaespaldas, un hijo medio tarado o algo parecido. El Rucio vestía con el clásico pantalón de lino clarucho que ocupaba en los veranos y camisa medio verdusca. Tenía el pelo un poco más largo y una panza abultada. Lo vi, eso sí, medio encorvado aunque no sé si fue un efecto óptico a lo lejos, pero le vi una especie de bulto en la espalda, algo como una joroba. Llevaba su clásica agenda en la mano, en la que rayaba todos los futuros posibles y preparaba todos los negociados que había que cocinar. Esperé cinco minutos, tomé al muchacho por el brazo, cruzamos la calle casi en diagonal y nos paramos en la puerta. ¡Vamos, carajo!, le dije apretándole el antebrazo, dándole una instrucción al oído desde el rincón, y entramos.







Publicado por Edicola Ediciones, 2016


















No hay comentarios.: