martes, agosto 09, 2016

"La literatura nazi en América", de Roberto Bolaño

Fragmento




Ernesto Pérez Masón
Matanzas, 1908 - Nueva York, 1980


Novelista realista, naturalista, expresionista, cultor del decadentismo y del realismo socialista, autor de una veintena de obras que avalan una carrera que se inicia con el espléndido relato Sin Corazón (La Habana, 1930), una pesadilla con extraños ecos kafkianos en un momento en que pocos en el Caribe conocían la obra de Kafka y termina con la prosa crujiente, mordaz, resentida de Don Juan en La Habana (Miami, 1979).
Integrante un tanto sui generis de la revista Orígenes, su enemistad con Lezama Lima fue legendaria. En tres ocasiones desafió al autor de Paradiso a batirse en duelo con él. En la primera, en 1945, impuso como escenario del lance un campito que poseía en las afueras de Pinar del Río y sobre el cual escribió numerosas páginas acerca de la felicidad profunda de ser propietario, término que ontológicamente llegó a equiparar con el de destino. Lezama, por supuesto, lo desairó.
En la segunda ocasión, en 1954, el sitio elegido para el lance fue el patio de un burdel de La Habana y las armas, sables. Lezama, una vez más, no se presentó.

El tercer y último desafío ocurrió en 1963; el lugar escogido fue el jardín trasero de la casa del doctor Antonio Nualart, en donde se celebraba una fiesta con participación de poetas y pintores; las armas, los puños, como en las clásicas peleas cubanas. Lezama, que por pura casualidad se encontraba en la fiesta, nuevamente logró escabullirse, ayudado por Eliseo Diego y Cintio Vitier. Esta vez la bravuconada de Pérez Masón terminó mal. Al cabo de media hora se presentó la policía y tras una breve discusión fue arrestado. En la comisaría las cosas empeoraron. Según la policía Pérez Masón golpeó a un agente en un ojo. Según Pérez Masón aquello fue una encerrona montada hábilmente por Lezama y por el castrismo, enmaridados contranatura ante la ocasión de hundirlo. El incidente se saldó con quince días de prisión.

No será la última vez que Pérez Masón visite las cárceles del régimen. En 1965 se publica la novela La Sopa de los Pobres, en donde, en un impecable estilo que hubiera aprobado Sholojov, narra los sufrimientos de una familia numerosa de La Habana de 1950. La novela consta de quince capítulos. El primero comienza: «Volvía la negra Petra... »; el segundo: «Independiente, pero tímida y remisa... »; el tercero: «Valiente era Juan... »; el cuarto: «Amorosa, le echó los brazos al cuello... » Pronto salta el censor avispado. Las primeras letras de cada capítulo componen un acróstico: VIVA ADOLF HITLER. El escándalo es mayúsculo. Pérez Masón se defiende despectivo: se trata de una coincidencia. Los censores se ponen manos a la obra; nuevo descubrimiento, las primeras letras de cada segundo párrafo componen otro acróstico: MIERDA DE PAISITO. Y las de cada tercer párrafo: QUE ESPERAN LOS US. Y las de cada cuarto párrafo: CACA PARA USTEDES. Y así, como cada capítulo se compone invariablemente de veinticinco párrafos, los censores y el público en general no tardan en encontrar veinticinco acrósticos. La cagué, dirá más tarde, eran demasiado fáciles de resolver, pero si los hubiera hecho difíciles nadie se hubiera dado cuenta.

El resultado son tres años de cárcel, que finalmente se quedan en dos y la edición, en inglés y francés, de sus primeras novelas: Las Brujas, un relato misógino y lleno de historias que se abren a otras historias que a su vez se abren a otras historias y cuya estructura o falta de estructura guarda cierta semejanza con la obra de Raymond Roussel; El Ingenio de los Masones, obra paradigmática y paradójica en donde nunca se sabe con certeza si Pérez Masón está hablando de la agudeza mental de sus antepasados o de un ingenio azucarero de finales del siglo XIX en donde se reúne una logia masónica que planea la revolución cubana y más tarde la revolución mundial, y que en su día (1940) mereció los elogios de Virgilio Pinera que vio en ella una versión cubana de Gargantúa y Pantagruel; y El Árbol de los Ahorcados, novela oscura, de un gótico caribeño inédito hasta entonces (1946), en donde queda al descubierto su fobia por los comunistas (sorprendentemente el capítulo tercero está dedicado a narrar las vicisitudes militares del mariscal Zhukov, héroe de Moscú, Stalingrado y Berlín, y constituye, por sí solo —y poco tiene que ver con el resto de la novela—, uno de los trozos más brillantes y extraños de la literatura latinoamericana de la primera mitad del siglo xx), por los homosexuales, por los judíos y por los negros, y que le valió la enemistad de Virgilio Pinera quien sin embargo nunca dejó de reconocer el valor inquietante, como de caimán dormido, de la novela, tal vez la mejor de todas las que escribiera Pérez Masón.

Casi toda su vida, hasta el triunfo de la Revolución, trabajó como profesor de literatura francesa en una escuela superior de La Habana. En la década de los cincuenta intentó sin éxito el cultivo del cacahuete y del ñame en su historiado campito de Pinar del Río que finalmente le expropiaron las nuevas autoridades. Sobre su vida en La Habana tras salir de la cárcel se cuentan infinidad de historias, la mayor parte inventadas. Se dice que fue confidente de la policía, que escribió discursos y arengas para un conocido político del régimen, que fundó una secta secreta de poetas y asesinos fascistas, que practicó la santería, que recorrió las casas de todos los escritores, pintores, músicos, pidiendo que intercedieran por él ante las autoridades. Sólo quiero trabajar, decía, sólo trabajar y vivir haciendo lo único que sé hacer. Es decir, escribiendo.

Al salir de la cárcel tiene terminada una novela de 200 páginas que ninguna editorial cubana se atreve a publicar. Su argumento indaga los primeros años de alfabetización de los sesenta. Su ejecución es impecable, en vano los censores se afanan en encontrar mensajes crípticos entre sus páginas. Aun así no se puede publicar y Pérez Masón quemará los tres únicos manuscritos existentes. Años más tarde escribirá en sus memorias que la novela entera, desde la primera a la última página, era un manual de criptografía, el Super Enigma, aunque por supuesto ya no tiene el texto para probarlo y su afirmación pasará ante la indiferencia, si no la incredulidad, de los círculos de exiliados de Miami que le reprochan sus primeras y algo apresuradas hagiografías de Fidel y Raúl Castro, Camilo Cienfuegos y el Che Guevara, y que Pérez Masón responderá escribiendo una curiosa novelita pornográfica (que publicará bajo el seudónimo de Abelardo de Rotterdam) ferozmente antinorteamericana, con el general Eisenhower y el general Patton como protagonistas.

En 1970, también según su diario, intenta y consigue fundar un Grupo de Escritores y Artistas Contrarrevolucionarios. El grupo lo integran el pintor Alcides Urrutia y el poeta Juan José Lasa Mardones, de quien nadie tiene noticia y que probablemente sean invenciones del propio Pérez Masón o seudónimos perfectos de escritores adictos al régimen castrista que en determinado momento se volvieron locos o quisieron jugar con dos barajas. Las siglas G. E. A. C. esconden, según algunos críticos, al Grupo de Escritores Arios de Cuba. En cualquier caso, del Grupo de Escritores y Artistas Contrarrevolucionarios o del Grupo de Escritores Arios de Cuba (¿o del Caribe?) no se supo nada hasta que Pérez Masón, confortablemente instalado en Nueva York, publica sus memorias.

Sus años de ostracismo pertenecen al dominio de la leyenda. Tal vez estuvo otra vez en la cárcel, tal vez no.

En 1975, y tras muchos intentos frustrados, consigue salir de Cuba y se instala en Nueva York en donde se dedica —trabajando más de diez horas diarias— a la escritura y a la polémica. Cinco años después moriría. El Diccionario de Autores Cubanos (La Habana, 1978) que ignora a Cabrera Infante, sorprendentemente recoge su nombre.




1996
















No hay comentarios.: