domingo, septiembre 20, 2015

"El viento del mar", de Pedro Prado





Algo mas sutil que tú mismo, en tus alas nos traes.

Se torna oscuro el dia con tu sombra, oh! viento; i los fantasmas que pueblan los caminos, se incorporan a las nubes de polvo.

Viento loco, deseoso de espumas, que soplas de la mar; te huyen las gaviotas que lanzan su graznido a la tempestad.

Viento invisible que sacudes a los árboles que se ajitan i quieren escapar como llenos de un terror humano.

Canto que no cesas en las costas solitarias; fuerza que empujas contra las húmedas arenas a las olas que se ajigantan para morir.

Noble belleza de las olas que en la muerte alcanzan su figura suprema.

Nazcan de sus propios cuerpos, las rosas de la espuma, blancas, como las rosas de Noviembre, i en una curva suave, como una guirnalda, estiéndase a lo largo de las playas sinuosas.

Soplad, oh! viento, soplad el polvo que el camino deja sobre los árboles que le llenan de sombra.

Sacudid las altas ramas que se negaron a los muchachos i a los pájaros glotones i dejad que esos frutos se pierdan sin provecho de nadie.

Id a azotar el flanco de las nubes, i las nubes, impacientes i lijeras, vagarán por el cielo de la noche como ávido ganado que consume a los campos en flor.

A tu paso, que no quede ventana que no golpee furiosamente llevando la vijilia a los moradores de las casas.

Que el pánico impere en las aldeas, cuando las campanas sean echadas a vuelo por tu oculto poder.

Sed una tregua, viento ululante, en el acecho continuo de los salvajes habitantes de la montaña.

I ved porque caiga arrollado en tus brazos, el árbol que prestara mas empeño en subir a la altura que en bajar a las entrañas de la tierra.

Sí, que caiga con el ruido sordo de los truenos que azotan.

Aullad, oh! viento, aullad como un perro inquieto que presiente los espíritus malignos.

Huid, huid silbando como una jigante sierpe enloquecida.

Que la vida se intensifique a tu paso, oh! buen viejo rudo; i que todo se ajigante i arda con el estrépito de un incendio devorador.

Que los débiles sientan el vacío de su insignificancia; i que los bandidos aprovechen el ardor que comunicas i salgan sirviéndose de vos como de un cómplice.

Que el malo sea peor bajo tu éjida, viento implacable; i que el justo sea mejor bajo tus gritos iracundos.

Pasad atronando con tu voz milenaria, viento de tempestad.

Yo iré a escucharte i a embriagarme en tí; sí, yo iré, entre el torbellino de las espumas i de las hojas, a sentirme un mendigo azotado por tu látigo o a creerme un amante envuelto en el abrazo enloquecido de una inmensa pasión.

I al igual de la fárdela que te ama, viento de tempestad, mi alma anhelante volará sobre las aguas ajitadas mas allá del archipiélago postrero, lejos del último recuerdo de la tierra, allí donde corren desbocadas las olas monstruosas que azotan a las nubes, allí donde reina el silencio de las voces humanas, ahogado en el canto de las voces ocultas!





en El llamado del mundo, 1913




















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