jueves, octubre 13, 2011

"La señora Dalloway", de Virginia Woolf

Fragmento



¡Amor y religión!, pensó Clarissa, mientras volvía al salón, sintiendo un hormigueo por todo el cuerpo. ¡Qué cosas tan odiosas, tan terriblemente odiosas! Porque ahora que ya no tenía delante el cuerpo de la señorita Kilman, su idea de ella la abrumaba. El amor y la religión eran las cosas más crueles del mundo, pensó, cuando se las ve torpes, acaloradas, dominantes, hipócritas, indiscretas, celosas, infinitamente crueles y sin escrúpulos, recubiertas por un impermeable, en el descansillo. ¿Había tratado ella alguna vez de convertir a alguien? ¿Acaso no quería que todos fueran, sencillamente, ellos mismos? Y vio por la ventana cómo la anciana señora de enfrente subía las escaleras. Que suba las escaleras si es eso lo que quiere hacer; que se detenga; y luego que llegue a su dormitorio, como Clarissa se lo había visto hacer muchas veces, corra las cortinas y desaparezca de nuevo por el fondo. Por alguna razón, aquella sucesión de actos le inspiraba respeto: la anciana mirando por la ventana, sin saber en absoluto que alguien la contemplaba. Había algo solemne en ello, pero el amor y la religión destruirían aquella intimidad del alma, fuera lo que fuese. La odiosa Kilman lo destruiría. Y, sin embargo, al verlo sentía deseos de llorar.

El amor también destruía. Todo lo que era delicado, todo lo que era auténtico desaparecía.







1925







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