miércoles, junio 15, 2011

"Corazón salvaje", de Barry Gifford







El sueño de Sailor


Está aquí —dijo Lula—. Johnnie Farragut, sabes. Le he visto.
—¿Dónde? —preguntó Sailor.
—En el Café du Monde. Estaba sentado a una de las mesas de fuera, comiendo rosquillas.
—¿Te ha visto él?
—No lo creo. Yo había ido a la tienda de crêpes de enfrente, sabes, y al verle volví derecha al hotel. O sea que supongo que tendríamos que salir por piernas, ¿eh, Sailor?
—Supongo, cariño. Ven aquí un momento.

Lula dejó la caja de crêpes en la cómoda y se sentó en la cama junto a Sailor.

—No va a pasar nada, cariño. Voy a bajar a que nos cambien el aceite y nos largamos.
—¿Sailor?
—¿Sí?
—¿Recuerdas aquella vez que estábamos una noche sentados detrás de la estatua del Soldado Confederado? Apoyados contra ella. Tú me cogiste la mano y te la llevaste al corazón y dijiste: «Si lo sientes latir, Lula, puedes irte acostumbrando, porque es tuyo». ¿Lo recuerdas?
—Sí.

Lula apoyó la cabeza en el regazo de Sailor y éste le acarició el cabello negro y sedoso.

—Es lo que esperaba. Recuerdo todo lo de aquella noche. A veces, cariño, creo que fue la mejor noche de mi vida. De verdad.
—No hicimos nada especial que yo recuerde. No hicimos más que hablar.
—Hablar es bueno. Siempre que haya lo otro, sabes. A mí lo de hablar me gusta mucho, si es que no te has dado cuenta.
—Cuando saliste tuve un sueño —dijo Sailor—. Es raro, pero cuando estaba en Pee Dee casi nunca tenía sueños. A lo mejor dos o tres veces y después nada que pudiese recordar. Eran de chicas, supongo, igual que todos los demás.
—¿Y éste lo recuerdas?
—Sí. No era nada divertido, Lula. Estaba en una ciudad grande, como Nueva York, aunque ya sabes que nunca he estado allí. Era en invierno y todo estaba lleno de hielo y nieve. Yo estaba en un sitio de lo más tirado con mi madre. Ella estaba enferma y yo tenía que conseguirle medicinas pero no tenía dinero. De todos modos le dije que iba a buscar las píldoras que necesitaba. Entonces salí a la calle y había millones de personas que iban y venían por todas partes y me resultaba imposible encaminarme a donde quería ir. Soplaba un viento muy fuerte y yo no iba abrigado. Pero no me helaba, sino que sudaba y sudaba mucho. Me caía el sudor por todas partes. Y además estaba sucio, como si hiciera mucho tiempo que no me bañaba, de manera que el sudor era casi negro.
—Vaya, eso sí que es un sueño raro.
—Ya lo sé. Seguí andando sin rumbo. La gente no hacía más que empujarme y tropezarse conmigo y todo el mundo iba muy abrigado. Supongo que me creían un vago o un majara, por mi aspecto. Entonces pensé en ti y fui a tu casa. Sólo que tu casa era en Nueva York, una ciudad fría y oscura y muy lejos.

»Era difícil andar. Tenía que empujar a todo el mundo. Cada vez había más gente y el cielo estaba iluminado, pero también había sombras. Tú vivías en un edificio grande y tuve que subir muchas escaleras, pero al final averigüé dónde era. Me dejaste pasar, pero no te alegraste de verme. No hacías más que decir: «¿Por qué has venido a verme ahora? ¿Por qué ahora?», como si hiciera mucho tiempo que no nos veíamos.

—Ay, cariño, qué idea. A mí siempre me gustaría verte, en cualquier circunstancia.
—Ya lo sé, almendrita. Pero no era que te fastidiara verme, sino que tú estabas fastidiada. Te fastidiaba verme allí. Además te habías cortado el pelo y llevabas flequillo. Había unos niños pequeños, y supongo que te habías casado y que tu marido iba a volver en cualquier momento. Yo tiritaba de frío. Estaba empapado de aquel sudor negro y sabía que te daba miedo, así que me largué. Y después desperté sudando, y dos minutos después llegaste tú.

Lula levantó la cabeza hasta alcanzar el pecho de Sailor y lo abrazó.

—A veces los sueños no significan nada, sabes. Son como cosas que se te meten en la cabeza y no puedes controlar, sabes. Y nadie sabe por qué. Una vez yo soñé que un hombre me robaba y me encerraba en una habitación de una torre con una ventana pequeñísima y fuera no había más que agua, sabes. Cuando se lo conté a mamá me dijo que era algo que había recordado de un cuento de cuando era pequeña.
—Bueno, yo tampoco me preocupo, cariño —dijo Sailor—. Sólo que me dio una sensación rara entonces.

Lula levantó la cabeza y besó a Sailor bajo la oreja izquierda.

—Los sueños no son más raros que la vida real —dijo—. Y a veces ni la mitad.






en Corazón salvaje: la historia de Sailor y Lula, 1990














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