viernes, julio 10, 2009

"Un arma en casa", de Nadine Gordimer

Fragmento inicial





El crimen es el castigo.
Amos Oz




Ha sucedido algo terrible.

Están mirándolo en la pantalla, después de cenar, con las tazas de café a su lado. Es Bosnia, o Somalia, o el terremoto que, como si fuera un perro, ha sacudido entre sus dientes apocalípticos una isla japonesa; uno cualquiera de los desas­tres de aquel momento. Cuando zumba el interfono, se mi­ran el uno al otro con cordial reticencia; vas tú, te toca a ti. Forma parte del compromiso para vivir juntos. Hace poco que han tomado la decisión de dejar la casa y trasladarse a este conjunto residencial rodeado de cuidados jardines comunes, con la entrada vigilada por monitores de seguri­dad, y todavía no están acostumbrados o, para ser más preci­sos, tienden a olvidar momentáneamente que no es el ladrido de Robbie y el anticuado tintineo de la campanilla de la puerta principal lo que ahora los reclama. No se permiten animales de compañía en la urbanización pero, por suerte, el suyo ha podido ir a vivir con su hijo, que tiene una casita con jardín.

Él, ella; un atisbo de sonrisa, él se levantó con languidez dedicada a ella y fue a coger el auricular más cercano. Quién es, le oyó decir a medias mientras escuchaba a medias el co­mentario que acompañaba a las imágenes. Quién es. Podía ser alguien que deseara convertirlos a alguna secta religiosa, o la notificación oficial de una multa de aparcamiento, lo ha­cían trabajadores ocasionales, fuera de horas de trabajo. Él dijo algo más que ella no entendió, pero oyó el ronroneo del botón para abrir la puerta.

¿Sabes quién puede ser un tal Julián Nosequé? ¿Un ami­go de Duncan?, dijo él entonces.

Él, ella: no lo sabían, ninguno de los dos. Nada raro, Duncan, de veintisiete años, tenía su propio círculo de ami­gos, igual que sus padres tenían el suyo, y la intersección entre ambos se producía en raras ocasiones, cuando sus inte­reses, que sus padres habían inculcado en él cuando era ni­ño, coincidían.

¿Qué quiere?
Ha dicho que hablar con nosotros.

Los dos sintieron al mismo tiempo una descarga eléctrica de alarma. Qué hay que temer, definido en el contexto cono­cido de un individuo de veintisiete años en esta ciudad: un accidente de coche, un atraco callejero, un asalto a su casa. Los dos permanecieron de pie junto a la puerta, enfrentán­dose a todo eso, enfrentándose al rumor de los pasos que oían acercarse por su sendero particular pavimentado, bajo las espadas cruzadas de las hojas de ave del paraíso, a la señal del segundo zumbido y a ese chico, ¿enviado por?, ¿a causa de? Duncan. Miraban hacia el suelo cuando él entró, de mo­do que no pudieron leer en él. Se sentó sin decir una palabra.

Él, ella: a quién le toca. ¿Ha habido un accidente? Ella es médico, ve lo que traen las ambulancias a cuida­dos intensivos. Si algo está roto, ella puede estimar si es posi­ble unirlo de nuevo.

El tal Julián aprieta los labios sobre los dientes y mantie­ne la boca sellada, durante un momento. Una especie de... ¡No, Duncan no! ¡No! Alguien ha reci­bido un disparo. Está detenido. Duncan.

Los dos se ponen de pie.

Por el amor de Dios; pero qué dices; qué es todo esto: cómo que detenido, detenido por qué...

El mensajero es atacado, adopta una actitud casi hosca, incapaz de soportar lo que tiene que decir. La abominable palabra le brota avergonzada. Asesinato.

Todo se ha detenido. Podría entenderse un accidente de coche, un atraco callejero, un asalto a su casa.

Él/ella. Él da una zancada y apaga el televisor. Y expulsa el aire con violencia. Mientras nadie se ha movido, nadie ha dicho nada, la palabra y el acto que ésta encierra no han po­dido entrar en la habitación. Ahora, al tocar el interruptor y exhalar el torrente de aire, se abre un nuevo calendario. El viejo gregoriano no puede registrar este día. No existe en él este tipo de medida.

El tal Julián les cuenta que han llamado al juez de guardia (da el detalle con el peso de su urgente gravedad) para for­mular la acusación en la comisaría y se le ha negado la liber­tad bajo fianza. Éste es el objetivo concreto de su visita: Duncan dice, Duncan dice, el mensaje de Duncan es que no vale la pena que vayan, no vale la pena que intenten la liber­tad bajo fianza, comparecerá ante el tribunal el lunes por la mañana. Tiene su propio abogado.

Él/ella. Ella ha escrito la fecha en las recetas de los pa­cientes una docena de veces desde la mañana, pero busca una pregunta que dé algún tipo de respuesta a esa palabra pro­nunciada por el mensajero. Grita.

¿Qué día es hoy? Viernes. Fue un viernes.






1998










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