martes, junio 23, 2009

"No bastan los símbolos para vencer en Irán", de Robert Fisk





No se derrocan revoluciones islámicas con luces de automóviles. Y en definitiva tampoco con velas. Puede que las protestas pacíficas hayan servido, pero el Irán del líder supremo no se va a preocupar por unos cuantos miles de manifestantes en las calles, aunque sigan gritando “Allahu Akbar” desde sus azoteas cada noche.

Ese coro de alabanzas surgía de las azoteas de Kandahar cada noche después de la invasión soviética de Afganistán, en 1979 –yo mismo lo escuché allá, al igual que la semana pasada en las azoteas de Teherán–, pero no detuvo a los rusos en su avance, como tampoco detendrá a los milicianos basiji ni a los guardianes de la revolución. Los símbolos no bastan.

Este lunes, los guardianes de la revolución –que no fueron electos por nadie ni representan a la multitudinaria juventud iraní– emitieron su ignominiosa amenaza de someter a los rijosos a un trato revolucionario.

Todos en Irán, incluso los demasiado jóvenes para recordar la matanza de opositores al régimen en 1988 –cuando decenas de miles fueron ejecutados en la horca–, saben lo que eso significa.

Soltar en las calles una jauría de fuerzas gubernamentales armadas y afirmar que todos aquellos a quienes den muerte son terroristas es una copia casi perfecta de la reacción pública del ejército israelí a la intifada palestina. Si perecen manifestantes que lanzan piedras, es su culpa, por violentar la ley y por colaborar con potencias extranjeras.

Cuando esto ocurre en los territorios ocupados por Israel, los israelíes sostienen que Irán y Siria están detrás de la violencia. Cuando lo mismo pasa en las calles de ciudades iraníes, el régimen iraní afirma que Estados Unidos, Israel y Gran Bretaña instigan la violencia.

Y es una verdadera intifada la que se ha desatado en Irán, por irrealizables que sean sus miras. Millones de iraníes sencillamente ya no aceptan el imperio de la ley porque sienten que la ley ha sido corrompida por una elección fraudulenta. La peligrosa decisión del líder supremo Ali Jamenei de respaldar con todo su prestigio a Mahmud Ahmadinejad ha borrado cualquier oportunidad de que pudiera situarse por encima de la batalla como un árbitro neutral.

Parientes de Ali Akbar Rafsanjani, el poderoso aliado de Mirhosein Musavi, son aprehendidos y luego liberados; Musavi es amenazado de arresto por el presidente del Parlamento y, sin embargo, uno de los clérigos más populares en la sociedad, Mohamed Khatami, aliado de Musavi, permanece intacto.

Musavi fue primer ministro, pero Khatami fue presidente. Tocar a Khatami quitaría la protección futura a Ahmadinejad. Y el ayatola Yazdi, poderoso amigo de este último y aspirante a ser el próximo líder supremo, es una amenaza para Jamenei. Y si bien todo cadáver sangriento en las calles de las ciudades iraníes será declarado terrorista por los amigos de Ahmadinejad, los enemigos de éste lo honrarán como un mártir.

Para ganar, Musavi necesita organizar su protesta en forma más coherente, en vez de planear sobre la marcha. Pero, ¿Jamenei tendrá un plan de largo plazo, más allá de la mera supervivencia?








en The Independent


Traducción de Jorge Anaya para
La Jornada











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