Miguel Ildefonso: En sus libros se va decantando una voz mediante la contemplación del mundo. ¿Cuáles han sido los momentos más importantes en su vida para que su poesía vaya adquiriendo esa voz? No me refiero a influencias literarias, sino a sucesos que lo han marcado. ¿Cómo ha sido su proceso de formación de poeta?
Miguel Ángel Zapata: El polvo y el mar surgieron como un vendaval cuando era niño. Mis primeros seis años transcurrieron en un pueblito llamado Bellavista, en Piura. Mi padre era un hombre que amaba los libros y la cultura. Mi madre amaba y ama la poesía. El silencio de los pueblos pequeños se parece al silencio en la poesía. El estar callado a la fuerza era una pauta a seguir en la noche de los ventarrones. En el campo, cada ruido lo oye hasta el más sordo, y los animales raros que ves, los insectos y el río que cruzas por primera vez, los papayos, las norias, no se parecen en nada a los espejismos de las ciudades. Mi encuentro con la palabra se me dio en mi primer contacto con el mar, el campo, y el río salado que está cerca de mi pueblo. Siempre recuerdo el polvo de Bellavista, el postigo de mi casa grande, el cielo abierto y el sol fuerte de la tarde. Hay una fuerza que te abre el corazón: es le fuerza de expresar lo inexpresable, ese sueño real que es la poesía. Después, a los siete años, cuando mi familia se mudó a Lima, y con ellos yo llegué a una ciudad grande, pero hermosa para mí. Entonces, desde muy niño pude jugar con la memoria de los objetos, y las cosas agradables del campo donde antes había vivido. Siempre quise describir a mi caballo colorado, en el que comencé a prender a montar desde muy pequeño. El cielo entre gris y azulino, los duendes de que hablaba mi hermana Carmen, y mis primas que me enseñaron a sentir la felicidad de otra manera. Así comenzó, me parece, mi primera contemplación del mundo, con todos sus objetos, hasta los más mínimos son importantes.
La primera pregunta viene porque encuentro en esa voz una actitud en constante anhelo de trascendencia, una voz sosegada que, a su vez, se aproxima al estado místico. En El cielo que me escribe (Ediciones El Tucán de Virginia, 2002) ha reunido poemas con este tono. ¿Cuáles han sido los criterios de esta reunión?
Los reuní porque el poeta y editor mexicano Víctor Manuel Mendiola quería publicarme un libro, y en ese momento no tenía tantos poemas inéditos. Entonces me senté una noche a juntar poemas que tuvieran, según mi criterio, la misma actitud contemplativa sobre las cosas y la vida. Quería mostrar de alguna manera algo que celebrara la vida, que dijera que la vida es hermosa, y también el dolor, y los sueños. En el proceso selectivo, tal vez inconscientemente seleccioné poemas que les tenía cariño porque marcaban una etapa feliz o dolorosa de mi vida. Sabía que la poesía es un escape trascendente para una etapa difícil en un ser humano. En esa época había escrito mis primeros poemas que tenían alguna relación con lo invisible, ya que había tratado de hablar con el gran silencio mudo. Por otro lado, no creo que todos los poemas de El cielo que me escribe tengan un corte místico. Pero eso es cosa de los lectores, cada uno tiene un criterio distinto, y eso hay que respetar porque es saludable. Uno no escoge las experiencias, los acontecimientos, sólo pasan por tu vida quieras o no.
No es por nada que el acto de escritura se señale en el título, puesto que es una constante en sus poemas. ¿Es un ritual? ¿Es una vía? Cito apenas unas frases: “brisa de ningún árbol donde no se escribe el poema”, “Escribe con su pico la soledad de la noche”, “Escribo en la ventana”. ¿Son las correspondencias?
Escribir es un ritual. El gozo es tal que sólo lo puedo comparar con el gozo sensual y sexual. El acto de escribir está en todos los actos cotidianos de nuestra existencia: el cuervo escribe, el cielo te escribe sin querer, y la ventana, que es el limen entre la felicidad y el dolor, es también el espacio por donde pasa la palabra, y se va quedando contigo.
En el poema “La ventana” encuentro una imagen que resume esa actitud del que hablaba antes: “Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo”. Esto es la poesía, ¿cierto? El poema habla de la construcción del poema, del poeta, del hogar del poeta y, a su vez, del mundo. Usted vive hace muchos años en Estados Unidos, ¿cómo ha mantenido su relación con Perú? ¿Aquella “ventana” en qué calle está?
Hermoso comentario. La ventana es el lugar donde sucede lo imposible. Es el corazón abierto de la poesía. Una ventana en medio de la calle es un escape hacia la soledad, y una alegría, al mismo tiempo, ya que tú la construyes y puedes escribir lo que gustes aunque “la lluvia golpee los cristales”, y la tienes ahí a tu lado para reír y escribir sobre lo que quisieras ver en este mundo. He visto muchas ventanas, y creo que la ventana es un objeto indispensable desde la antigüedad de los tiempos. Es un mirar hacia la otredad, hacia el no lugar, hacia el infinito para encontrar otro aire y otro cielo. Emily Dickinson conoció ese otro cielo. Emerson y Rilke lo vieron en los bosques sagrados.
Hace muchos años que vivo en los Estados Unidos, y mi relación con el Perú es cada día más fuerte. De alguna manera me quedé con el Perú cuando salí de Lima. Siempre vuelvo a ver a mi madre, a mis hermanos, a mis amigos, a recorrer las calles y las noches de Lima, que para mí es una ciudad inusual, viva, fugaz, tremendamente entrañable y hermosa. Cada ciudad tiene su horror y fascinación pero no todo es horroroso ni fascinante. No estoy de acuerdo con los que siempre llaman a Lima la horrible, en todo caso, no sé a que se refieren. Para mí los atardeceres en Barranco o las vistas de Chorrillos son incomparables con cualquier ciudad del mundo. El mar es el mar, y el mar de la costa de Lima y de todo el Perú es hermoso, son el cielo que me escribe. Los barrios “criollos” como Breña, La Victoria, o el Rimac son entrañables para mí. A los que no les gusta la música criolla de corazón nunca sabrán a qué me refiero. Lima es fascinante, por eso vuelvo. Sin embargo, mi ventana está en muchas calles, no sólo en Lima pero también en ciudad de México, en Buenos Aires, en Nueva York.
La presencia de niños (“te ofrezco estas rosas anacoretas que tú sembraste cuando dejé en tu frente mi abecedario de niño entusiasmado...”), de seres de la naturaleza que escriben, así como el cielo, me incita a preguntar ¿cuál es el anhelo de la poesía, por ende del poeta?
El ser demasiado arrogante con la poesía te lleva a la destrucción. La inocencia es más fuerte que la sabiduría, así como la imaginación es más importante que el conocimiento, como quería Einstein. Es una inocencia que tiene que ver con la absorción de un mundo puro y contaminado. Ese niño entusiasmado era yo cuando tenía diez años en Lima. Yo nací en Piura, hermoso cuadro al norte del Perú, pero mis padres me llevaron a vivir a Lima cuando tenía seis años. Volver a la niñez es algo maravilloso, siempre hay que ser niño. Hay miles de maneras de serlo. La poesía es justamente una manera de soñar que el buen tiempo vendrá, y que el cielo y el pan llegarán a la ventana y a la mesa. Por eso el anhelo de la poesía es llegar a penetrar el corazón del otro, de la otra que busca algo para ver al otro lado de la ventana, y sentir un poco de fe en el horizonte de mañana. El anhelo de la poesía es hacer que todos hablen: los animales, los árboles, los ríos como lagos, y el cielo que nos mira todos los días mientras seguimos con nuestras viditas saltando sobre la grama del tiempo.
Ahora sí viene la pregunta típica, ¿cuáles han sido los autores que lo han influenciado? ¿Y con qué poetas de la actualidad encuentra afinidades?
Todos tenemos influencias en la literatura. A mí me pasa que cuando leo un gran poema de inmediato me siento contagiado y escribo algo que deviene sólo de alguna palabra o de una oración. Así me sucedió una vez que leí un poema de Paul Celan que hablaba de las rosas susurrando, ¿no es eso hermoso? El poema se llama “Cristal”. A veces pasa de otra forma: escucho a alguien decir algo lindo, por lo general a mujeres o a niños, y me robo esas palabras y las devuelvo en el poema. Hace poco estuve con mi familia en la casa de Robert Louis Stevenson, donde vivió durante siete meses tratando de curarse de la tuberculosis que padecía, en Sarenac Lake, al norte del estado de Nueva York. En ese momento, justo al frente de la casa, había un campo verde enorme rodeado de casas, de repente vimos unos cuervos merodeando por ahí. Mi hija dijo: “Papi, mira esos cuervos acampando en la pradera”. De inmediato busqué un lapicero para escribir la primera parte de un poema sobre estos cuervos que habían venido siguiéndonos hasta la casa de Stevenson. La poesía, como se puede ver, está en todas partes, y los cuervos saben de lo que hablo.
Me interesa Vallejo, también Emerson, sobre todo su poema “Bosques, un soneto en prosa”, Theodore Roethke, todo Paul Celan y Kafka. Hay muchos muros y ventanas en Kafka. Borges es una lectura deliciosa. Una influencia importante en mi trabajo es la música, desde la lírica del rock, el tango, los valses criollos peruanos, hasta las canciones de Vivaldi, Elgar, Bach, y Arcangelo Corelli. Yo toco el cajón peruano, como se dice en Lima, soy “criollo” y me gusta la jarana. El ser criollo de verdad es un arte. Cualquiera no puede ser “criollo”, lo digo en serio. La música te da algo que las palabras no pueden darte: la fuerza directa de la turbina que mueve el corazón y los sentidos. Algo inexplicable pasa cuando vibra el pentagrama. El cello es un instrumento que me llega al corazón, y pareciera que mi corazón habla cuando oigo una suite para cello. La música está en el corazón, tiene la fuerza de la vida y es el lenguaje de los pájaros. Igual que Bach se puede ser objetivo y apasionado. Escuchar la sinfonía concertante para violín y viola de Mozart me ha dado más que cien novelas. Me siento afín con los poetas actuales que trabajan la relación con el espíritu, la naturaleza, la ciudad y el lenguaje. Aquéllos poetas que sólo se preocupan por el lenguaje no son ni mi presente ni mi futuro.
Usted también es crítico literario. ¿Cómo ve la poesía hispanoamericana actual?
La poesía actual sigue con sus transfiguraciones y rupturas, que al final nos conducen al mismo camino: la vuelta al origen, es decir a Homero, Horacio, y después Dante. La poesía hispanoamericana seguirá siendo atractiva y novedosa mientras no se aleje del ciclo clásico, y de los poetas fundadores no sólo de Hispanoamérica sino de todo el planeta que nos respira. Venimos de Darío, el poeta de Azul… y Cantos de vida y esperanza. Su obra poética aún está presente entre nosotros. Hay que estar abierto al mundo como Darío. Por otro lado, hay una poesía que aún no termino de entender, aquella que trata de jugar con el lenguaje y el sinsentido sin haber leído bien a Góngora. Hay ciertos poetas que están escribiendo poemas impresionistas, juegos exagerados que sólo llevan a la confusión y al vacío. Ellos, engañados buscan una apariencia en el lenguaje, lo sorprendente de lo externo, y no dicen absolutamente nada. Vallejo logró en Trilce decir lo indecible, pero lo dijo bien, lo mismo Quevedo, y San Juan de la Cruz.
¿Cómo está la poesía Norteamericana en la actualidad?
La poesía norteamericana pasa por uno de sus mejores momentos. Lo mejor de los Estados Unidos son sus escritores y sus artistas, aparte de sus museos, bibliotecas, y grandes ciudades. Aquí por Nueva York leen sus poemas John Ashbery, Mark Strand, Charles Simic, Billy Collins y Louise Glück. Este país produjo un raro en la poesía mundial del siglo XX: Theodore Roethke. A él hay que leerlo bien con todos sus cormoranes y la serenidad de sus estanques y sus peces.
Ahora mismo estoy terminando una antología selecta de la poesía norteamericana contemporánea traducida al español. También termino un libro con mis nuevas versiones al español de la poesía de Billy Collins y Charles Simic. Algunos de los satélites más importantes de la poesía en el mundo están aquí en los Estados Unidos, y aunque la mayoría de los norteamericanos no lo sepan, mejor aún, ya que los poetas que llegamos de afuera nos bebemos todo como una gran copa de vino tinto.
En Un Pino me Habla de la Lluvia, encuentro con mayor despliegue aquella visión proveniente de epifanías, esa mirada al mundo urbano contemporáneo y a la madre naturaleza que nos revela una sabiduría perenne acerca de la vida, un conocimiento que sobrepasa lo racional y que el poeta nos transmite con entusiasmo o asombro. ¿Cómo surge esa mirada, como pocas en la poesía actual? ¿Quizás sea una influencia de la legendaria poesía oriental?
Escribo todo lo que veo y lo quisiera ver. La naturaleza y las ciudades me asombran. En la universidad hay un viejo ciprés donde me siento a leer con frecuencia bajo sus grandes ramas. Ahí vivo protegido por un instante por sus ramas que parecen una eternidad. Este ciprés es mi padre y mi hijo. La ciudad tiene una mitad de sombra y otra de fascinación, como dije anteriormente. De ahí surgen las epifanías, de ese encuentro inusitado con el aire fatigado de algunas plazas, y el cielo que no quiere perder su color o su dulzura. Y uno mira hacia arriba o hacia abajo, o caminas observando lo que quieres ver, la realidad que parece que se desvanece como un sueño. En este nuevo libro intento presentar una visión de algunas ciudades desde la perspectiva positiva de la vida, la esperanza (palabra que muchos le tienen miedo en estos tiempos) mezclada con la presencia de la madre naturaleza -como tu bien mencionas- que no se deja sucumbir en el vacío. Así por estas páginas vuelan gansos que tratan de escapar de la muerte, sobrevuelan ciudades, países enteros en busca del sol.
La poesía oriental me interesa por esa mirada contemplativa hacia la esencia de las cosas. Hay cierta poesía oriental que no me atrae, aquella que solo se queda en la descripción de los paisajes, por ejemplo. La luna no solo debe brillar en el poema, debe mostrar su ceguera, ese rostro tapado de mujer de la noche. Hay un gran poeta que mira la naturaleza desde adentro: Theodore Roethke. En su poesía, una piedra o el cielo, un pez, el cuerpo de una mujer o la oruga, se fusionan para celebrar el mundo. Hay pocos como Roethke. Ahora estoy traduciendo sus poemas. Al libro lo voy a llamar Toda la tierra, todo el aire, como dice uno de sus fabulosos poemas. Dice el poeta: “El gozo es mi caída”. Bueno, en mi nuevo libro, Un Pino me Habla de la Lluvia, me interesa descubrir algunas particularidades de las cosas. Me fascinan las ventanas. Aquí hay varios poemas sobre ventanas, trenes, y parques. Uno de los faros de este encuentro son sin duda las piezas de Francis Ponge. El mundo no se ha terminado, solo que “mi ángel de la guarda tiene miedo de la oscuridad”, como dice Charles Simic.
En este libro no hay verdad poética que nos haya sido dada por la duda o el cuestionamiento, hay certezas, hay luminosidad aun cuando se trate de la noche en algunos casos, y con un registro verbal que ha alcanzado su esplendor, y en donde se da el difícil equilibrio de ver al poeta y a la vez ver el mundo o viceversa. Ej.: "Hay ganas de volver no sólo al país sino al poema, a la madre, al jardín de todos los buenos tiempos". ¿Cómo fue escrito este libro? ¿Toma tiempo escribir un poema? ¿Lo guarda y luego lo escribe de un tirón? ¿O corrige mucho? ¿Qué significa este libro dentro de la obra total de Miguel Ángel Zapata?
El libro lo comencé a escribir cuando me vine a vivir a Nueva York en el 2001. Lo escribí en cinco años. He caminado mucho por esta gran ciudad, y también por la mayor parte del estado de Nueva York. He escrito varios de estos poemas en el Metro y en los trenes de Long Island, en mis largos viajes hacia el norte, caminando bajo las noches de Manhattan, en los bares, museos y las enormes librerías de la gran manzana. Y mientras caminaba pensaba en el retorno, me di cuenta que los retornos a veces no tienen sólo un sentido geográfico sino también son algo distinto. Quería volver a la poesía, a mi madre y su cálido jardín. Quería volver, nada más. Los poemas de este libro los he corregido muchísimo, y he guardado una buena cantidad que esperan algún día ser publicados en algún lugar. El poema es el amor logrado, el orgasmo infinito. Es mejor pensar que no lo hemos terminado. Creo que un poema aparece como una reacción ante las maravillas del mundo, que son también -como dijera Oscar Hahn- las maravillas de la escritura. Alguna música para violín o chelo, alguna armonía en el tiempo. Por eso leo poesía todos los días, pero no escribo todos los días. Voy a los museos y colecciono libros de arte, lo mismo que música clásica. Bailo con la poesía, y si no hay con quien, hay que bailar solo como Blake. Poema que no emociona no es poema decía Borges. Los poemas no son sólo un juego de palabras como creen algunos ilusos. Este nuevo libro continúa con la vertiente de mis otros libros: ofrecer una mirada hacia la naturaleza y el mundo con sus ciudades y sus mares, hacer hablar a los árboles, darle voz a los animales, crecer con ellos, llegar a sentir con el aire que todos tenemos alma o que somos niños. Mientras tanto sigo caminando y observando: los objetos nos hablan en silencio, la puerta nos dice algo en secreto, su cerradura se abre ante nuestra mirada, y las ventanas esperan ser abiertas para dejar salir la sombra.
Miguel Ángel Zapata: El polvo y el mar surgieron como un vendaval cuando era niño. Mis primeros seis años transcurrieron en un pueblito llamado Bellavista, en Piura. Mi padre era un hombre que amaba los libros y la cultura. Mi madre amaba y ama la poesía. El silencio de los pueblos pequeños se parece al silencio en la poesía. El estar callado a la fuerza era una pauta a seguir en la noche de los ventarrones. En el campo, cada ruido lo oye hasta el más sordo, y los animales raros que ves, los insectos y el río que cruzas por primera vez, los papayos, las norias, no se parecen en nada a los espejismos de las ciudades. Mi encuentro con la palabra se me dio en mi primer contacto con el mar, el campo, y el río salado que está cerca de mi pueblo. Siempre recuerdo el polvo de Bellavista, el postigo de mi casa grande, el cielo abierto y el sol fuerte de la tarde. Hay una fuerza que te abre el corazón: es le fuerza de expresar lo inexpresable, ese sueño real que es la poesía. Después, a los siete años, cuando mi familia se mudó a Lima, y con ellos yo llegué a una ciudad grande, pero hermosa para mí. Entonces, desde muy niño pude jugar con la memoria de los objetos, y las cosas agradables del campo donde antes había vivido. Siempre quise describir a mi caballo colorado, en el que comencé a prender a montar desde muy pequeño. El cielo entre gris y azulino, los duendes de que hablaba mi hermana Carmen, y mis primas que me enseñaron a sentir la felicidad de otra manera. Así comenzó, me parece, mi primera contemplación del mundo, con todos sus objetos, hasta los más mínimos son importantes.
La primera pregunta viene porque encuentro en esa voz una actitud en constante anhelo de trascendencia, una voz sosegada que, a su vez, se aproxima al estado místico. En El cielo que me escribe (Ediciones El Tucán de Virginia, 2002) ha reunido poemas con este tono. ¿Cuáles han sido los criterios de esta reunión?
Los reuní porque el poeta y editor mexicano Víctor Manuel Mendiola quería publicarme un libro, y en ese momento no tenía tantos poemas inéditos. Entonces me senté una noche a juntar poemas que tuvieran, según mi criterio, la misma actitud contemplativa sobre las cosas y la vida. Quería mostrar de alguna manera algo que celebrara la vida, que dijera que la vida es hermosa, y también el dolor, y los sueños. En el proceso selectivo, tal vez inconscientemente seleccioné poemas que les tenía cariño porque marcaban una etapa feliz o dolorosa de mi vida. Sabía que la poesía es un escape trascendente para una etapa difícil en un ser humano. En esa época había escrito mis primeros poemas que tenían alguna relación con lo invisible, ya que había tratado de hablar con el gran silencio mudo. Por otro lado, no creo que todos los poemas de El cielo que me escribe tengan un corte místico. Pero eso es cosa de los lectores, cada uno tiene un criterio distinto, y eso hay que respetar porque es saludable. Uno no escoge las experiencias, los acontecimientos, sólo pasan por tu vida quieras o no.
No es por nada que el acto de escritura se señale en el título, puesto que es una constante en sus poemas. ¿Es un ritual? ¿Es una vía? Cito apenas unas frases: “brisa de ningún árbol donde no se escribe el poema”, “Escribe con su pico la soledad de la noche”, “Escribo en la ventana”. ¿Son las correspondencias?
Escribir es un ritual. El gozo es tal que sólo lo puedo comparar con el gozo sensual y sexual. El acto de escribir está en todos los actos cotidianos de nuestra existencia: el cuervo escribe, el cielo te escribe sin querer, y la ventana, que es el limen entre la felicidad y el dolor, es también el espacio por donde pasa la palabra, y se va quedando contigo.
En el poema “La ventana” encuentro una imagen que resume esa actitud del que hablaba antes: “Voy a construir una ventana en medio de la calle para no sentirme solo”. Esto es la poesía, ¿cierto? El poema habla de la construcción del poema, del poeta, del hogar del poeta y, a su vez, del mundo. Usted vive hace muchos años en Estados Unidos, ¿cómo ha mantenido su relación con Perú? ¿Aquella “ventana” en qué calle está?
Hermoso comentario. La ventana es el lugar donde sucede lo imposible. Es el corazón abierto de la poesía. Una ventana en medio de la calle es un escape hacia la soledad, y una alegría, al mismo tiempo, ya que tú la construyes y puedes escribir lo que gustes aunque “la lluvia golpee los cristales”, y la tienes ahí a tu lado para reír y escribir sobre lo que quisieras ver en este mundo. He visto muchas ventanas, y creo que la ventana es un objeto indispensable desde la antigüedad de los tiempos. Es un mirar hacia la otredad, hacia el no lugar, hacia el infinito para encontrar otro aire y otro cielo. Emily Dickinson conoció ese otro cielo. Emerson y Rilke lo vieron en los bosques sagrados.
Hace muchos años que vivo en los Estados Unidos, y mi relación con el Perú es cada día más fuerte. De alguna manera me quedé con el Perú cuando salí de Lima. Siempre vuelvo a ver a mi madre, a mis hermanos, a mis amigos, a recorrer las calles y las noches de Lima, que para mí es una ciudad inusual, viva, fugaz, tremendamente entrañable y hermosa. Cada ciudad tiene su horror y fascinación pero no todo es horroroso ni fascinante. No estoy de acuerdo con los que siempre llaman a Lima la horrible, en todo caso, no sé a que se refieren. Para mí los atardeceres en Barranco o las vistas de Chorrillos son incomparables con cualquier ciudad del mundo. El mar es el mar, y el mar de la costa de Lima y de todo el Perú es hermoso, son el cielo que me escribe. Los barrios “criollos” como Breña, La Victoria, o el Rimac son entrañables para mí. A los que no les gusta la música criolla de corazón nunca sabrán a qué me refiero. Lima es fascinante, por eso vuelvo. Sin embargo, mi ventana está en muchas calles, no sólo en Lima pero también en ciudad de México, en Buenos Aires, en Nueva York.
La presencia de niños (“te ofrezco estas rosas anacoretas que tú sembraste cuando dejé en tu frente mi abecedario de niño entusiasmado...”), de seres de la naturaleza que escriben, así como el cielo, me incita a preguntar ¿cuál es el anhelo de la poesía, por ende del poeta?
El ser demasiado arrogante con la poesía te lleva a la destrucción. La inocencia es más fuerte que la sabiduría, así como la imaginación es más importante que el conocimiento, como quería Einstein. Es una inocencia que tiene que ver con la absorción de un mundo puro y contaminado. Ese niño entusiasmado era yo cuando tenía diez años en Lima. Yo nací en Piura, hermoso cuadro al norte del Perú, pero mis padres me llevaron a vivir a Lima cuando tenía seis años. Volver a la niñez es algo maravilloso, siempre hay que ser niño. Hay miles de maneras de serlo. La poesía es justamente una manera de soñar que el buen tiempo vendrá, y que el cielo y el pan llegarán a la ventana y a la mesa. Por eso el anhelo de la poesía es llegar a penetrar el corazón del otro, de la otra que busca algo para ver al otro lado de la ventana, y sentir un poco de fe en el horizonte de mañana. El anhelo de la poesía es hacer que todos hablen: los animales, los árboles, los ríos como lagos, y el cielo que nos mira todos los días mientras seguimos con nuestras viditas saltando sobre la grama del tiempo.
Ahora sí viene la pregunta típica, ¿cuáles han sido los autores que lo han influenciado? ¿Y con qué poetas de la actualidad encuentra afinidades?
Todos tenemos influencias en la literatura. A mí me pasa que cuando leo un gran poema de inmediato me siento contagiado y escribo algo que deviene sólo de alguna palabra o de una oración. Así me sucedió una vez que leí un poema de Paul Celan que hablaba de las rosas susurrando, ¿no es eso hermoso? El poema se llama “Cristal”. A veces pasa de otra forma: escucho a alguien decir algo lindo, por lo general a mujeres o a niños, y me robo esas palabras y las devuelvo en el poema. Hace poco estuve con mi familia en la casa de Robert Louis Stevenson, donde vivió durante siete meses tratando de curarse de la tuberculosis que padecía, en Sarenac Lake, al norte del estado de Nueva York. En ese momento, justo al frente de la casa, había un campo verde enorme rodeado de casas, de repente vimos unos cuervos merodeando por ahí. Mi hija dijo: “Papi, mira esos cuervos acampando en la pradera”. De inmediato busqué un lapicero para escribir la primera parte de un poema sobre estos cuervos que habían venido siguiéndonos hasta la casa de Stevenson. La poesía, como se puede ver, está en todas partes, y los cuervos saben de lo que hablo.
Me interesa Vallejo, también Emerson, sobre todo su poema “Bosques, un soneto en prosa”, Theodore Roethke, todo Paul Celan y Kafka. Hay muchos muros y ventanas en Kafka. Borges es una lectura deliciosa. Una influencia importante en mi trabajo es la música, desde la lírica del rock, el tango, los valses criollos peruanos, hasta las canciones de Vivaldi, Elgar, Bach, y Arcangelo Corelli. Yo toco el cajón peruano, como se dice en Lima, soy “criollo” y me gusta la jarana. El ser criollo de verdad es un arte. Cualquiera no puede ser “criollo”, lo digo en serio. La música te da algo que las palabras no pueden darte: la fuerza directa de la turbina que mueve el corazón y los sentidos. Algo inexplicable pasa cuando vibra el pentagrama. El cello es un instrumento que me llega al corazón, y pareciera que mi corazón habla cuando oigo una suite para cello. La música está en el corazón, tiene la fuerza de la vida y es el lenguaje de los pájaros. Igual que Bach se puede ser objetivo y apasionado. Escuchar la sinfonía concertante para violín y viola de Mozart me ha dado más que cien novelas. Me siento afín con los poetas actuales que trabajan la relación con el espíritu, la naturaleza, la ciudad y el lenguaje. Aquéllos poetas que sólo se preocupan por el lenguaje no son ni mi presente ni mi futuro.
Usted también es crítico literario. ¿Cómo ve la poesía hispanoamericana actual?
La poesía actual sigue con sus transfiguraciones y rupturas, que al final nos conducen al mismo camino: la vuelta al origen, es decir a Homero, Horacio, y después Dante. La poesía hispanoamericana seguirá siendo atractiva y novedosa mientras no se aleje del ciclo clásico, y de los poetas fundadores no sólo de Hispanoamérica sino de todo el planeta que nos respira. Venimos de Darío, el poeta de Azul… y Cantos de vida y esperanza. Su obra poética aún está presente entre nosotros. Hay que estar abierto al mundo como Darío. Por otro lado, hay una poesía que aún no termino de entender, aquella que trata de jugar con el lenguaje y el sinsentido sin haber leído bien a Góngora. Hay ciertos poetas que están escribiendo poemas impresionistas, juegos exagerados que sólo llevan a la confusión y al vacío. Ellos, engañados buscan una apariencia en el lenguaje, lo sorprendente de lo externo, y no dicen absolutamente nada. Vallejo logró en Trilce decir lo indecible, pero lo dijo bien, lo mismo Quevedo, y San Juan de la Cruz.
¿Cómo está la poesía Norteamericana en la actualidad?
La poesía norteamericana pasa por uno de sus mejores momentos. Lo mejor de los Estados Unidos son sus escritores y sus artistas, aparte de sus museos, bibliotecas, y grandes ciudades. Aquí por Nueva York leen sus poemas John Ashbery, Mark Strand, Charles Simic, Billy Collins y Louise Glück. Este país produjo un raro en la poesía mundial del siglo XX: Theodore Roethke. A él hay que leerlo bien con todos sus cormoranes y la serenidad de sus estanques y sus peces.
Ahora mismo estoy terminando una antología selecta de la poesía norteamericana contemporánea traducida al español. También termino un libro con mis nuevas versiones al español de la poesía de Billy Collins y Charles Simic. Algunos de los satélites más importantes de la poesía en el mundo están aquí en los Estados Unidos, y aunque la mayoría de los norteamericanos no lo sepan, mejor aún, ya que los poetas que llegamos de afuera nos bebemos todo como una gran copa de vino tinto.
En Un Pino me Habla de la Lluvia, encuentro con mayor despliegue aquella visión proveniente de epifanías, esa mirada al mundo urbano contemporáneo y a la madre naturaleza que nos revela una sabiduría perenne acerca de la vida, un conocimiento que sobrepasa lo racional y que el poeta nos transmite con entusiasmo o asombro. ¿Cómo surge esa mirada, como pocas en la poesía actual? ¿Quizás sea una influencia de la legendaria poesía oriental?
Escribo todo lo que veo y lo quisiera ver. La naturaleza y las ciudades me asombran. En la universidad hay un viejo ciprés donde me siento a leer con frecuencia bajo sus grandes ramas. Ahí vivo protegido por un instante por sus ramas que parecen una eternidad. Este ciprés es mi padre y mi hijo. La ciudad tiene una mitad de sombra y otra de fascinación, como dije anteriormente. De ahí surgen las epifanías, de ese encuentro inusitado con el aire fatigado de algunas plazas, y el cielo que no quiere perder su color o su dulzura. Y uno mira hacia arriba o hacia abajo, o caminas observando lo que quieres ver, la realidad que parece que se desvanece como un sueño. En este nuevo libro intento presentar una visión de algunas ciudades desde la perspectiva positiva de la vida, la esperanza (palabra que muchos le tienen miedo en estos tiempos) mezclada con la presencia de la madre naturaleza -como tu bien mencionas- que no se deja sucumbir en el vacío. Así por estas páginas vuelan gansos que tratan de escapar de la muerte, sobrevuelan ciudades, países enteros en busca del sol.
La poesía oriental me interesa por esa mirada contemplativa hacia la esencia de las cosas. Hay cierta poesía oriental que no me atrae, aquella que solo se queda en la descripción de los paisajes, por ejemplo. La luna no solo debe brillar en el poema, debe mostrar su ceguera, ese rostro tapado de mujer de la noche. Hay un gran poeta que mira la naturaleza desde adentro: Theodore Roethke. En su poesía, una piedra o el cielo, un pez, el cuerpo de una mujer o la oruga, se fusionan para celebrar el mundo. Hay pocos como Roethke. Ahora estoy traduciendo sus poemas. Al libro lo voy a llamar Toda la tierra, todo el aire, como dice uno de sus fabulosos poemas. Dice el poeta: “El gozo es mi caída”. Bueno, en mi nuevo libro, Un Pino me Habla de la Lluvia, me interesa descubrir algunas particularidades de las cosas. Me fascinan las ventanas. Aquí hay varios poemas sobre ventanas, trenes, y parques. Uno de los faros de este encuentro son sin duda las piezas de Francis Ponge. El mundo no se ha terminado, solo que “mi ángel de la guarda tiene miedo de la oscuridad”, como dice Charles Simic.
En este libro no hay verdad poética que nos haya sido dada por la duda o el cuestionamiento, hay certezas, hay luminosidad aun cuando se trate de la noche en algunos casos, y con un registro verbal que ha alcanzado su esplendor, y en donde se da el difícil equilibrio de ver al poeta y a la vez ver el mundo o viceversa. Ej.: "Hay ganas de volver no sólo al país sino al poema, a la madre, al jardín de todos los buenos tiempos". ¿Cómo fue escrito este libro? ¿Toma tiempo escribir un poema? ¿Lo guarda y luego lo escribe de un tirón? ¿O corrige mucho? ¿Qué significa este libro dentro de la obra total de Miguel Ángel Zapata?
El libro lo comencé a escribir cuando me vine a vivir a Nueva York en el 2001. Lo escribí en cinco años. He caminado mucho por esta gran ciudad, y también por la mayor parte del estado de Nueva York. He escrito varios de estos poemas en el Metro y en los trenes de Long Island, en mis largos viajes hacia el norte, caminando bajo las noches de Manhattan, en los bares, museos y las enormes librerías de la gran manzana. Y mientras caminaba pensaba en el retorno, me di cuenta que los retornos a veces no tienen sólo un sentido geográfico sino también son algo distinto. Quería volver a la poesía, a mi madre y su cálido jardín. Quería volver, nada más. Los poemas de este libro los he corregido muchísimo, y he guardado una buena cantidad que esperan algún día ser publicados en algún lugar. El poema es el amor logrado, el orgasmo infinito. Es mejor pensar que no lo hemos terminado. Creo que un poema aparece como una reacción ante las maravillas del mundo, que son también -como dijera Oscar Hahn- las maravillas de la escritura. Alguna música para violín o chelo, alguna armonía en el tiempo. Por eso leo poesía todos los días, pero no escribo todos los días. Voy a los museos y colecciono libros de arte, lo mismo que música clásica. Bailo con la poesía, y si no hay con quien, hay que bailar solo como Blake. Poema que no emociona no es poema decía Borges. Los poemas no son sólo un juego de palabras como creen algunos ilusos. Este nuevo libro continúa con la vertiente de mis otros libros: ofrecer una mirada hacia la naturaleza y el mundo con sus ciudades y sus mares, hacer hablar a los árboles, darle voz a los animales, crecer con ellos, llegar a sentir con el aire que todos tenemos alma o que somos niños. Mientras tanto sigo caminando y observando: los objetos nos hablan en silencio, la puerta nos dice algo en secreto, su cerradura se abre ante nuestra mirada, y las ventanas esperan ser abiertas para dejar salir la sombra.
2009
Miguel Ángel Zapata, es uno de los poetas más relevantes de su generación en el Perú, y una de las voces fundamentales de la poesía latinoamericana. Estudió en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima y en la Universidad de California, obteniendo su doctorado en Filosofía y Letras en Washington University, Saint Louis. Ha sido profesor y dictado cátedra en universidades de los Estados Unidos, España, Chile, Argentina y México. Su poesía ha sido traducida al inglés, francés, árabe, italiano y portugués. Ha publicado los libros de poesía: Imágenes los juegos (Lima, 1987), Poemas para violín y orquesta (México, 1991), Lumbre de la letra (Lima, 1997), Escribir bajo el polvo (Lima, 2000), El cielo que me escribe (México, 2002- Lima, 2005), Cuervos (México, 2003), Los muslos sobre la grama (Buenos Aires, 2006), A Sparrow in the House of Seven Patios (edición bilingüe) (Nueva York, 2005), Un Pino me Habla de la Lluvia (Lima, 2007), Los canales de piedra. Antología minina (Venezuela, 2008). En crítica literaria y ensayo destacan sus libros: El bosque de los huesos. Antología de la poesía peruana contemporánea (coedición) (México, 1995), Metáfora de la experiencia. La poesía de Antonio Cisneros (Lima, 1998), Nueva poesía latinoamericana (México, 1999), Moradas de la voz. Notas sobre la poesía hispanoamericana contemporánea (Lima, 2002), La pirámide y el signo. Literatura y cultura de México, siglos XX-XXI (Nueva York, 2005), El hacedor y las palabras. Diálogos con poetas de América Latina (Lima, 2005), Mario Vargas Llosa and The Persistence of Memory (Nueva York-Lima, 2006), Asir la forma que se va. Nuevos asedios a Carlos Germán Belli (Lima, 2006), y Vapor transatlántico. Nuevos acercamientos a la poesía hispánica y norteamericana contemporáneas (Lima-Nueva York, 2007). Es director de Hofstra Hispanic Review- Revista de literaturas y culturas hispánicas y de Ediciones Corvus.
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