martes, agosto 21, 2007

“Filosofía en el tocador”, de Marqués de Sade

Fragmento


- El caballero: No desconfiéis, os lo ruego, de mi discreción, hermosa Eugenia: es total. Aquí están mi hermana y mi buen amigo, que pueden responder por mí.
- Dolmancé: Sólo deseo terminar de una vez con este ridículo ceremonial. Vamos, caballero, estamos instruyendo a esta bonita joven, enseñándole todo lo que tiene que saber una señorita de su edad y, para una mejor instrucción, no dejamos de unir la práctica a la teoría. Ahora le falta la escena de un miembro eyaculando; ya estamos en ello, ¿quieres darnos un ejemplo?
- El caballero: Es una propuesta demasiado agradable para rechazarla, y la señorita tiene los suficientes encantos como para que la lección obtenga los efectos deseados.
- Señora de Saint-Ange: ¡Pues vamos! ¡Manos a la obra!
- Eugenia: ¡Oh, en realidad, es demasiado fuerte! Abusáis de mi juventud hasta un extremo..., ¿por quién me va a tomar el señor?
- El caballero: Por una joven encantadora, Eugenia... Por la criatura más adorable que he visto en mi vida. (La besa y desliza sus manos por sus encantos). ¡Oh Dios! ¡Qué atractivos más hermosos y bonitos! ¡Qué encantos más seductores!
- Dolmancé: Hablemos menos, caballero, y actuemos más. Dirigiré la escena, es mi derecho. El objeto de la misma es mostrar a Eugenia el mecanismo de la eyaculación. Pero, como resulta difícil observar ese fenómeno a sangre fría, vamos a colocarnos los cuatro de frente y muy cerca el uno del otro. Vos masturbaréis a vuestra amiga, señora; yo me encargaré del caballero. Cuando hay que masturbar a un hombre, otro hombre se las arregla infinitamente mejor que una mujer. Como sabe lo que le conviene, conoce perfectamente lo que hay que hacer a los otros... Vamos, coloquémonos. (Se acomodan).
- Señora de Saint-Ange: ¿No estamos demasiado juntos?
- Dolmancé: (Apoderándose del caballero). Nunca será demasiado, señora; es preciso que el pecho y el rostro de vuestra amiga queden inundados con las pruebas de virilidad de vuestro hermano; debe arrojarle el semen en las narices. Como soy el maestro de la bomba, dirigiré los chorros de manera que tapen a Eugenia. Durante todo este tiempo, tenéis que masturbarla minuciosamente en las partes más lúbricas de su cuerpo. Eugenia, librad por completo vuestra imaginación a los supremos extravíos del libertinaje; pensad que los más bellos misterios van a consumarse ante vuestros ojos; pisotead vuestros prejuicios: el pudor nunca fue una virtud. Si la naturaleza tuviese prejuicios hubiese querido que nos ocultásemos algunas partes del cuerpo, ella habría tomado las debidas precauciones, pero nos creó desnudos; por consiguiente, quiere que andemos desnudos, y , si hacemos lo contrario, ultrajamos sus leyes. Los niños, que aún no tienen conciencia del placer, y por consiguiente de la necesidad de volverse recatados cuando esos placeres son más intensos, muestran todo lo que llevan. A veces uno se encuentra con los hechos más curiosos: hay países en los que el pudor en el vestir es un hábito, sin que exista la sobriedad en sus costumbres. En Otaití las jóvenes van vestidas, pero se suben las faldas cuando uno se los pide.
- Señora de Saint-Ange: Lo que me gusta de Dolmancé es que no pierde el tiempo. Sin dejar de disertar, mirad cómo actúa, cómo examina el soberbio culo de mi hermano, cómo masturba voluptuosamente el bello miembro de este joven... Vamos Eugenia, ¡manos a la obra! La manga de la bomba ya está en el aire, pronto nos inundará.
- Eugenia: ¡Ah, querida, qué miembro más monstruoso! ¡Apenas puedo empuñarlo! ¡Oh, Dios mío! ¿Son todos tan enormes como éste?
- Dolmancé: Ya sabéis, Eugenia, que el mío es mucho más pequeño. Estos aparatos producen gran temor en una joven. Os dais cuenta de que éste no os perforaría sin cierto riesgo.
- Eugenia: (Ya masturbada por la señora de Saint-Ange). ¡Ah! ¡Desafiaría a quien fuese para gozarlo!
- Dolmancé: Y haríais muy bien: una joven nunca tiene que asustarse por algo así; la naturaleza lo consiente y los torrentes de placer con los que os colmará pronto os compensarán de los pequeños dolores que los preceden. He visto a muchachas más jóvenes soportando un miembro más grande. Con valor y paciencia se superan los mayores obstáculos. Es una locura pensar que se deba, en la medida de lo posible, desflorar a una jovencita con un miembro muy pequeño. A mí me parece, por el contrario, que una joven virgen debe entregarse a los aparatos más grandes que pueda encontrar, para que, una vez rotos los ligamentos del himen con mayor rapidez, puedan definirse rápidamente en ella las sensaciones de placer. Es verdad que, una vez acostumbrada a este régimen, le costará mucho adaptarse a otro mediano; pero, si la joven es rica, joven y bella, encontrará el tamaño que desee. Que se atenga a ello. Ahora bien, ¿qué sucedería si se le presentase uno de menor tamaño y tuviese, no obstante, ganas de utilizarlo? Que lo coloque entonces en su culo.
- Señora de Saint-Ange: Exacto, y, para ser todavía más feliz, que utilice ambos a la vez; que las sacudidas voluptuosas con las que se agita al que la penetre por delante sirvan para precipitar el éxtasis del que se la mete por el culo, y que, inundada por el semen de ambos, se muera de placer derramando el suyo.
- Dolmancé: (Mientras las masturbaciones se siguen realizando). Me parece que en el cuadro que habéis formado, señora, deberían entrar dos o tres miembros más. ¿Acaso la mujer que habéis colocado así no podría tener un miembro en la boca y uno en cada mano?
- Señora de Saint-Ange: También podría tenerlos debajo de las axilas y entre los cabellos... Debería rodearse de unos treinta, si fuera posible; en ese caso, sólo tendría que sostener, tocar y devorar los miembros que estén a su alrededor, y ser inundada por todos en el mismo momento en que ella se corriese. ¡Ah, Dolmancé, por más puto que seáis os desafío a que me igualéis en estos deliciosos combates de lujuria! En este género de cosas hago todo lo que se puede hacer.
- Eugenia: (Sin dejar de ser masturbada por su amiga, así como lo es el caballero por Dolmancé). ¡Ah, querida, me trastornas la cabeza! ¿Cómo podría entregarme a tantos hombres? ¡Ah, qué delicia! ¡Cómo me masturbas, querida! ¡Eres la diosa misma del placer! Y ese hermoso miembro, ¡cómo se hincha! ¡Cómo se hincha y enrojece su majestuosa cabeza!
- Dolmancé: Está a punto de descargar.
- El caballero: Eugenia, hermana, acercaos... ¡Ah, que pechos tan divinos! ¡Qué muslos tan suaves y apretados! ¡Correos, correos las dos, mi semen se unirá al vuestro! ¡Me corro! ¡Oh, santo Dios! (Mientras se produce este éxtasis, Dolmancé dirige los chorros de esperma de su amigo hacia las dos mujeres, y sobretodo hacia Eugenia, que acaba siendo inundada).
- Eugenia: ¡Qué hermoso espectáculo! ¡Cuán noble y majestuoso! Me encuentro toda cubierta... ¡Me ha saltado hasta los ojos!
- Señora de Saint-Ange: Espera, amiga, déjame recoger estas perlas preciosas; voy a frotar con ellas tu clítoris, para que te puedas correr antes.
- Eugenia: ¡Ah, sí, querida! Es una idea deliciosa... Hazlo, voy corriendo a tus brazos.
- Señora de Saint-Ange: ¡Divina criatura, bésame una y mil veces! ¡Déjame chupar tu lengua, que respire tu aliento voluptuoso, cuando está abrasado por el fuego del placer! ¡Ah, follad, también yo me corro! ¡Hermano, te lo suplico!
- Dolmancé: Sí, caballero... Sí, masturbad a vuestra hermana. Metédsela y a mí ponedme el culo: os follaré durante este voluptuoso incesto. Eugenia va a penetrarme con este artefacto. Como está destinada a desempeñar todos los papeles de la lujuria, es preciso que se ejercite en su cumplimiento con las lecciones que aquí le damos.
- Eugenia: (Poniéndose un consolador). ¡Oh, con que gusto! Tratándose de libertinaje, jamás me encontraréis en un renuncio; ahora es mi único dios, la única regla de mi conducta, la base de todas mis acciones. (Se lo mete en el culo a Dolmancé). ¿Así querido maestro? ¿Lo hago bien?
- Dolmancé: ¡De maravilla! En realidad, ¡la bribona me lo pone en el culo como un hombre! ¡Bien! Me parece que los cuatro ya estamos perfectamente enlazados; ahora debemos corrernos.
- Señora de Saint-Ange: ¡Ah, me muero, caballero! ¡No puedo resistir las deliciosas sacudidas de tu hermoso miembro!
- Dolmancé: ¡Santo Dios! ¡Qué placer me produce este culo encantador! ¡Ah, follad, follad, corrámonos los cuatro a la vez! ¡Me muero, me muero! ¡En mi vida me he corrido tan voluptuosamente! ¿Has echado tu esperma, caballero?
- El caballero: Mira que embadurnado está este coño.
- Dolmancé: ¡Ah, amigo, ojalá tuviese otro tanto en mi culo!
- Señora de Saint-Ange: Descansemos, me muero.
- Dolmancé: (Besando a Eugenia). Esta encantadora joven me ha follado como un dios.
- Eugenia: En realidad, he sentido mucho placer al hacerlo.
- Señora de Saint-Ange: He depositado quinientos luises en casa de un notario para el individuo que me enseñe una pasión que no conozca y que pueda sumergir mis sentidos en una sensualidad de la que todavía no haya gozado.
- Dolmancé: (Los interlocutores se han vuelto a acomodar y se dedican a conversar). Es una idea curiosa y la tendré en cuenta, pero dudo, señora, que ese deseo pueda parecerse a los pequeños placeres que acabáis de gustar. Para ser sincero, no conozco nada más fastidioso que el goce del coño, y, cuando se ha probado el placer del culo, como es vuestro caso, señora, no entiendo cómo puede volver a los otros.
- Señora de Saint-Ange: Son viejas costumbres. Cuando uno piensa como yo, quiere ser follada por todas partes, y cualquiera que sea la parte que un aparato perfore siempre se es feliz al sentirlo. Sin embargo, tomo nota de vuestra recomendación, y aquí puedo asegurar a todas las mujeres que el placer se experimenta cuando se las penetra por el culo supera en mucho al que se consigue cuando se hace por el coño. Que se remitan para ello a la mujer europea que más lo ha hecho de ambas maneras: les aseguro que no hay comparación, y que le será muy difícil volver a hacerlo por delante cuando lo hayan experimentado por detrás.
- El caballero: No pienso lo mismo. Me presto a todo lo que sea, pero en realidad, para gozar con las mujeres, prefiero el altar que indica la naturaleza para rendirle homenaje.
- Dolmancé: ¡Bien! ¡Pero es el culo! La naturaleza, querido caballero, si analizas detenidamente sus leyes, nunca señaló para nuestros homenajes otros altares que no sean el agujero del culo. El resto lo tolera, pero esto lo ordena. ¡Ah, santo Dios! Si no hubiese sido su intención que penetrásemos culos, ¿habría hecho tan proporcionado su orificio a nuestros miembros? ¿Acaso ese orificio no es redondo como ellos? Sólo un insensato puede pensar que un agujero ovalado pueda haber sido creado por la naturaleza para ser penetrado por miembros redondos. Pueden leerse sus intenciones en esta deformación; a través de ésta, la naturaleza nos hace ver con toda claridad que los sacrificios reiterados en esta parte le disgustarían terriblemente, al multiplicar la propagación que no es más que una licencia que nos concede. Pero sigamos con nuestra instrucción. Eugenia acaba de ver con toda claridad el sublime misterio de la eyaculación. Ahora quisiera que aprendiese a dirigir sus chorros.
- Señora de Saint-Ange: En el estado en que os encontráis ambos, os costará no poco esfuerzo.
- Dolmancé: De acuerdo, y por eso desearía que pudiésemos contar con algún joven robusto, ya sea de vuestra casa o de vuestros campos, para que nos sirva de modelo al impartir nuestras lecciones.
- Señora de Saint-Ange: Tengo exactamente lo que necesitáis.
- Dolmancé: ¿No será por casualidad un joven jardinero de rostro delicioso, de unos dieciocho o veinte años, a quien vi hace un momento labrando vuestro huerto?
- Señora de Saint-Ange: ¿Agustín? Sí, precisamente Agustín. ¡Su miembro tiene trece pulgadas de largo y ocho y media de circunferencia!
- Dolmancé: ¡Ah, santo cielo! ¡Qué monstruo! ¿Y eso eyacula?
- Señora de Saint-Ange: ¡Oh, como un torrente! Voy a buscarlo...








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