domingo, febrero 04, 2007

"Frankenstein", de Mary Shelley

Fragmento


E
ra casi mediodía cuando llegué a la cima. Permanecí un rato sentado en la roca que dominaba aquel mar de hielo. La neblina lo envolvía, al igual que a los montes circundantes. De pronto, una brisa disipó las nubes y descendí al glaciar. La superficie es muy irregular, levantándose y hundiéndose como las olas de un mar tormentoso, y está surcada por profundas grietas. Este campo de hielo tiene casi una legua de anchura, y tardé cerca de dos horas en atravesarlo. La montaña del otro extremo es una roca desnuda y escarpada. Desde donde me encontraba, Montanvert se alzaba justo enfrente, a una legua, y por encima de él se levantaba el Mont Blanc, en su tremenda majestuosidad. Permanecí en un entrante de la roca admirando la impresionante escena. El mar, o mejor dicho: el inmenso río de hielo, serpenteaba por entre sus circundantes montañas, cuyas altivas cimas dominaban el grandioso abismo. Traspasando las nubes, las heladas y relucientes cumbres brillaban al sol. Mi corazón, repleto hasta entonces de tristeza, se hinchó de gozo y exclamé:

Espíritus errantes, si en verdad existen y no descansan en vuestros estrechos lechos, concédanme esta pequeña felicidad, o llévenme con ustedes como compañero suyo, lejos de los goces de la vida.

No bien hube pronunciado estas palabras, cuando vi en la distancia la figura de un hombre que avanzaba hacia mí a velocidad sobrehumana saltando sobre las grietas del hielo, por las que yo había caminado con cautela. A medida que se acercaba, su estatura parecía sobrepasar la de un hombre. Temblé, se me nubló la vista y me sentí desfallecer; pero el frío aire de las montañas pronto me reanimó. Comprobé, cuando la figura estuvo cerca odiada y aborrecida visión—, que era el engendro que había creado. Temblé de ira y horror, y resolví aguardarlo y trabar con él un combate mortal. Se acercó. Su rostro reflejaba una mezcla de amargura, desdén y maldad, y su diabólica fealdad hacían imposible el mirarlo, pero apenas me fijé en esto. La ira y el odio me habían enmudecido, y me recuperé tan sólo para lanzarle las más furiosas expresiones de desprecio y repulsión.

Demonio —grité—, ¿osas acercarte? ¿No temes que desate sobre ti mi terrible venganza? Aléjate, ¡insecto despreciable! Mas no, ¡detente! ¡Quisiera pisotearte hasta convertirte en polvo, si con ello, con la abolición de tu miserable existencia, pudiera devolverles la vida a aquellos que tan diabólicamente has asesinado!

Esperaba este recibimiento
—dijo el demoníaco ser—. Todos los hombres odian a los desgraciados. ¡Cuánto, pues, se me debe odiar a mí que soy el más infeliz de los seres vivientes! Sin embargo, tú, creador mío, me detestas y me desprecias, a mí, tu criatura, a quien estás unido por lazos que sólo la aniquilación de uno de nosotros romperán. Te proponés matarme. ¿Cómo te atrevés a jugar así con la vida? Cumple tus obligaciones para conmigo y yo cumpliré las mías para contigo y el resto de la humanidad. Si aceptás mis condiciones, te dejaré a ti y a ellos; pero si rehusas, llenaré hasta saciar la bolsa de la muerte con la sangre de tus amigos.

¡Aborrecible monstruo!, ¡demonio infame!, los tormentos del infierno son un castigo demasiado suave para tus crímenes. ¡Diablo inmundo!, me reprochas haberte creado; acércate, y déjame apagar la llama que con tanta imprudencia encendí.

Mi cólera no tenía límites; salté sobre él, impulsado por todo lo que puede inducir a un ser a matar a otro. Me esquivó fácilmente y dijo:

¡Serénate! Os ruego me escuches antes de dar rienda suelta a tu odio. ¿Acaso no he sufrido bastante que buscas aumentar mi miseria? Amo la vida, aunque sólo sea una sucesión de angustias, y la defenderé. Recuerda: me has hecho más fuerte que ti; mi estatura es superior y mis miembros más vigorosos. Pero no me dejaré arrastrar a la lucha contra ti. Soy tu obra, y seré dócil y sumiso para con mi rey y señor, pues lo soy por ley natural. Pero debes asumir tus deberes, los cuales me adeudas. Oh Frankenstein, no seas ecuánime con todos los demás y te ensañes sólo conmigo, que soy el que más merece tu justicia e incluso tu afecto y tu clemencia. Recuerda que soy tu criatura. Debía ser tu Adán, pero soy más bien el ángel caído a quien niegas toda dicha. Donde quiera que mire, veo felicidad de la cual sólo yo estoy irrevocablemente excluido. Yo era bueno y cariñoso; el sufrimiento me ha envilecido.



1818


1 comentario:

Anónimo dijo...

Una de las novelas más fuertes que haya leído, independiente de la controversia sobre si es o no ciencia ficción, a mí me parece que está mas cerca de las preocupaciones sobre Dios y la existencia del hombre durante el romanticismo que de la ciencia ficción tal como hoy la conocemos...
Por si acaso algunos fragmentos más de la obra en http://barak-dur.blogia.com/
Bufón.