Aunque acepta sin remilgos el mandato de sus jefes del espacio
exterior, aún le intriga la misión que le fue encomendada: caminar por los
bordes, ver destellos en la oscuridad, entrar montado a pelo en el alma de los
seres que el azar le puso entre ceja y ceja.
Sabe que, cuanto está a su vera, viene de muy lejos y que con
sólo hurgar en sus bolsillos puede extraer puñados de estrellas.
Pero por ahora sólo quiere contemplarlas, mientras gira y se
traslada la tierra.
Verlas caer en el esplendor de la noche y agradecer por cuanto
le fuera concedido: las palabras, el vino, los brazos en los que solía
sorprenderle el amanecer.
en
Riedemann Blues, 2017
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