jueves, junio 23, 2011

"Bajo el volcán", de Malcolm Lowry

Fragmento





El Cónsul bebió un poco más de mezcal. «Es este silencio lo que me aterra... este silencio...». El Cónsul releyó varias veces esta frase, la misma frase, la misma carta, todas las letras, vanas como las que llegan al puerto a bordo de un barco y van dirigidas a alguien que quedó sepultado en el mar, y como tenía cierta dificultad para fijar la vista, las palabras se volvían borrosas, desarticuladas y su propio nombre le salía al encuentro; pero el mezcal había vuelto a ponerlo en contacto con su situación hasta el punto de que no necesitaba comprender significado alguno en las palabras, aparte de la abyecta confirmación de su propia perdición, de su propia ruina infructífera y egoísta, acaso acarreada al fin por él mismo, con su propio cerebro en angustiosa pausa ante esta prueba cruelmente omitida de las congojas que le había ocasionado a Yvonne.


«Es este silencio lo que me aterra. He imaginado que te ocurre todo género de desgracias, es como si te hallases lejos, en la guerra, y yo estuviese esperando, esperando noticias tuyas, la carta, el telegrama... pero ninguna guerra tendría semejante poder para helar así mi corazón y aterrarlo tanto. Te envío todo mi amor, todo mi corazón y todos mis pensamientos y mis oraciones». Mientras bebía, el Cónsul advirtió que la vieja con las fichas de dominó trataba de atraer su atención, para lo cual abría la boca e indicaba hacia el interior con un dedo; luego se ponía a girar sutilmente en torno a la mesa para acercársele. «Sin duda debes haber pensado mucho en nosotros, en todo lo que construimos juntos, en el descuido con que destruimos la estructura y la belleza, pero sin embargo no destruimos el recuerdo de aquella belleza. Esto es lo que me ha obsesionado día y noche. Al mirar al pasado nos veo en cien lugares con cien sonrisas. Llego a una calle y allí te encuentro. De noche me deslizo en el lecho y allí me esperas. ¿Qué otra cosa hay en la vida aparte de la persona a quien se adora y la vida que puede construirse con ella? Por primera vez comprendo el significado del suicidio... ¡Dios! ¡Qué fútil y vacío es el mundo! Días llenos de momentos despreciables y empañados se suceden; con amargo ritmo rutinario se siguen una tras otra las noches inquietas asediadas por espectros: el sol brilla sin esplendor y la luna sale sin derramar sus rayos. Mi corazón sabe a ceniza y con el llanto y la fatiga se me anuda la garganta. ¿Qué es un alma perdida? Es la que se ha desviado de su verdadera senda y anda a tientas en la oscuridad de los caminos del recuerdo...».





en Bajo el volcán, 1947














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