martes, noviembre 23, 2010

"Variaciones sobre la vida de Norman Bates", de C. Faúndez

Dos fragmentos


Vuela pajarito,
vuela
vuela
aunque sea un poquito


Así cantaba Fagestrom. Pero el pájaro, por más agua que recibía en su tumba, seguía acurrucado en el fondo de la tierra, conversando con algún gusano incrustado en su ojo. Las vueltas de la vida. Antes, él, pájaro libre y sostenedor de su nido, arrancaba los gusanos de la tierra para llevarlos a la boca de sus crías y ahora, esos mismos gusanos se le metían por los ojos, sacando hasta el último resto de su carnecita.

-Gusanos culiaos- pensaba el pájaro, a pesar de estar muerto, porque los pájaros son los únicos que siguen pensando después de muertos, pensando en la forma de volver a extender sus alas. Si no fuese así, no serían verdaderos pájaros.

El pájaro sabía también que Fagestrom regaba todos los días su tumba para que él reviviera, pero no encontraba la forma de avisarle que no sacaba nada con echarle agua al asunto, si lo primero que debía hacer era desenterrarlo para que pudiera ver la luz. El pájaro deseaba -no podía ser de otra manera- abandonar de una buena vez a esos gusanos que hacían lo que querían con él entre las sombras. Incluso algunos se le habrían metido por el culo. Al pájaro no le gustaba que nada ni nadie se le metiera por el culo.






Fragmento extraído de "La mujer imposible".



* * *


La mujer imposible miraba por su ventana la calle vacía. Imaginaba que de pronto aparecería el poeta con libros bajo el brazo y su mirada perdida abajo, en el pavimento que no dice nada, tierra de hormigas, gobierno de pequeñas cosas. Soñaba con abrazarlo, decirle que todo este tiempo había sido un tiempo de prueba, una forma de creer en sus poemas, en su vida, en la manera que tiene de beber del vaso.

Tomó el teléfono, pero de inmediato lo tiró sobre el sofá. No necesitaba llamarlo, o se convenció de que no necesitaba llamarlo. Se vio al espejo y peinó su cabello como una niña aburrida de estar en casa, abrió una lata de cerveza y contempló el teléfono como si el teléfono fuese el poeta. Marcó los tres primeros números, pero luego tiró el teléfono aún más lejos, sobre la alfombra.

No tenía un gato que pudiese jugar con el teléfono o con ella.

Sólo tenía un espejo.

Un bosque tras el espejo.

Un poeta escondido en el bosque.






Fragmento extraído de "Esto sucede cuando tres poetas deciden armar una bomba".









2010












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